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29 de Marzo,  Salta, Centro, Argentina
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El último concierto de don Atahualpa Yupanqui en el pueblo de Cerrillos 

En los años 30, Atahualpa recorrió varias veces los valles de Salta. En Cerrillos, paraba en la casa de Juan Macaferri.
Domingo, 04 de noviembre de 2018 00:50

Transcurría el año 1938 aproximadamente, cuando Atahualpa Yupanqui, el más importante músico argentino de folclore, llegó una vez más a Cerrillos. Venía de los valles Calchaquíes montando una de las cuatro o cinco mulas que traía de Tucumán. Marchaba solo y entre sus pertrechos traía su inseparable compañera: la guitarra.

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Transcurría el año 1938 aproximadamente, cuando Atahualpa Yupanqui, el más importante músico argentino de folclore, llegó una vez más a Cerrillos. Venía de los valles Calchaquíes montando una de las cuatro o cinco mulas que traía de Tucumán. Marchaba solo y entre sus pertrechos traía su inseparable compañera: la guitarra.

Llegó al atardecer de un día de otoño e ingresó al pueblo por el camino de los vallistos, ruta que por entonces iba de Cerrillos a Chicoana y a la Quebrada de Escoipe. Ya en el pueblo, tomó el callejón de Macaferri (hoy calle Ameghino) que lo llevó hasta la plaza principal. La rodeó y se apeó frente a la casa de don Juan Macaferri, viejo amigo suyo que siempre le brindaba alojamiento, como también a sus mulas. El recién llegado ató pacientemente las riendas de las bestias al aro de la vereda y luego, se sentó repantigado en una de las bancas que la casa solía tener en la vereda. Ahí estaba, relajándose del trajín, cuando un propio de Macaferri se acercó servicial y le preguntó qué deseaba o si buscaba a alguien. Por supuesto, el hombre ignoraba quien era ese gaucho de sombrero alón y alpargatas, que estaba como desparramado en la banca de la casa. Cuando el forastero, a modo de respuesta preguntó por don Juan -dueño de casa- el propio le espetó: “¿Quién lo busca señor?”. Y el gaucho, escueto y parco respondió: “Yupanqui, señor”. El hombre, ignorando la aún incipiente fama del errante, avisó a sus patrones sobre la presencia de este gaucho que decía ser Yupanqui.

Apresurados, don Juan y su esposa, doña Ernestina Peralta, salieron a recibir al forastero que no era la primera vez que caía de visita. Tras efusivos saludos, los tres ingresaron a la solariega casa que aún está en pie, mientras un peón se hacía cargo de arreos y mulas en un canchón lateral.

Estadía

Cuando Atahualpa llegaba a Cerrillos solía quedarse dos o tres días, no más. Era lo que necesitaba tanto para reponer fuerzas, como para ganarse unos pesitos. Es que daba conciertos de guitarra matizados con relatos y conversas, arrancados de “su largo caminar”. La recaudado era siempre al partir con alguna entidad benéfica de la localidad. 

En el pueblo, Atahualpa había hecho varios amigos que siempre lo agasajaban: Pajarito Velarde, Adolfo Peralta, Julio y Antonio Velarde, el párroco Ángel Peralta, César Cánepa y don Juan Macaferri, anfitrión e ingeniero genovés que estaba en el país por el Huaytiquina desde principios del 900. Y por supuesto, la presencia de don Ata era motivo para que Macaferri invitara a estos amigos a celebrar, beber y comer la especialidad de su hogar: corderos a la cancana, “fatto in casa”. 

Después de una exitosa velada musical, cordero “fatto in casa” 

Para alargar la noche, la usina de Macaferri alumbraba a deshora. 

La fecha justa de esta última visita de Atahualpa Yupanqui a Cerrillos se perdió como tantas otra cosas valiosas del pueblo. Pero lo cierto es que la velada se realizó una tarde-noche de abril de 1938, en el salón del viejo edificio municipal.

La entidad organizadora era la Comisión de Damas de la Parroquia San José, presidida por doña Ernestina Peralta de Macaferri, secretaria doña María Giulitti, y tesorera, señorita Sara Giampaoli, es decir, una vera Sociedad Italiana de Cerrillos. 

El recital fue un éxito. Como en visitas anteriores de don Atahualpa, el salón municipal resultó pequeño para la cantidad de gente que quería ver y escuchar a este músico y poeta que, según se decía, era de origen indio. Por casi dos horas, Atahualpa desgranó música nativa, alternada con entretenidos relatos del camino que acababa de recorrer. Así fue que el público pudo saber que la noche antes a su arribo, Yupanqui había pernoctado en Chicoana. Lamentablemente, nadie pudo retener el nombre de su anfitrión chicoanisto.

Mi madre, la tesorera de aquella comisión, solía contar que escuchar las descripciones que hacía Atahualpa de sus viajes por los valles era tan atrapante como cuando don Juan Carlos Dávalos relataba por radio sobre los arreos de don Antenor Sánchez a Chile, por la cordillera de los Andes. 

Aquella noche, Atahualpa describió a cada uno de los pueblitos de su itinerario: San Carlos, Molinos, Seclantás, Cachi, Payogasta y Chicoana. Lo hizo con tal nitidez que aún los que desconocían esos poblados salieron convencidos de haber hecho un viaje imaginario por sus estrechas calles de arena, de casitas blancas, veredas altas y techos de caña.

Los corderos 

Luego de la velada, la noche continuó su curso para cenar corderos a la cancana en la casa de don Juan Macaferri. Este había dispuesto que la usina del pueblo -de su propiedad- continuase dando luz hasta más allá de las 12 de la noche, hora que habitualmente cortaba el suministro hasta las 7 de la mañana del día siguiente, según fuera invierno o verano.

Recaudación 

La recaudación alcanzó los $76 moneda nacional. La mitad, ($38) le entregó la tesorera en mano propia a Yupanqui, quien a su vez extendió el recibo correspondiente. El resto, fue destinado a continuar los trabajos de refacción del templo parroquial. Hay que recordar que el cura párroco de entonces era el P. Ángel Peralta, cerrillano de pura cepa.

Atahualpa Yupanqui con Miguel Guaymás 

Un hombre enamorado de la música que tuvo el privilegio de hablar con Atahualpa Yupanqui.

Miguel Guaymás (85), camino a la Gruta San José.

Miguel (85), desde muy niño mostró afición por la música y el canto. Su madre, doña María Guaymás, trabajaba cama adentro en Macaferri, una familia muy apegada a la fe católica. Por eso, desde muy chico Miguel recibió una estricta educación religiosa. Estuvo muy apegado al quehacer doméstico de la parroquia, donde fue monaguillo, campanero y coreuta. Pero lo que este niño más quería, era aprender a tocar el armonio, esa gran caja de madera que estaba arriba, en el coro. Ese misterioso cajón del cual los frailes franciscanos extraían maravillosos sonidos mientras pedaleaban. Eso fascinaba a Miguel. Y así, por ser tan dado a la música, doña Ernestina lo llevó con ella al concierto de Atahualpa. Tenía entre cuatro y cinco años y cualquier otro chico de su edad se hubiese aburrido esa noche. Pero eso no ocurrió con Miguel. La música que exhalaba la guitarra de Atahualpa lo atrapó y así fue que cuando todo concluyó, Miguel encaró a Yupanqui y con lengua mota le dijo: “¿Ute es don Atagualpa?

“Si, yo soy. ¿Y usted quién es?” resondió Yupanqui. 

“Yo soy Miguel Guaymás y también ze cantá”.

“¿Ah, sí? ¿Y qué sabes cantar?”, le preguntó el artista. “Yo ze ‘Cantemo al amor de los amores’”, dijo Miguel. “Ah, entonces cantá”, le dijo Atahualpa. Y ahí nomás Miguel se largó a cantar. A poco, Yupanqui, acariciándole la cabeza dio por concluido el debut artístico del pequeño. Pasaron los años y en 1948 llegó a Cerrillos el franciscano Luis Zangrilli, quien por fin concretó casi todos los sueños de Miguel. Le enseñó piano, canto, italiano y latín. Y cuando Zangrilli fundó el Coro San José, Miguel no solo fue su bajo resonante, sino que además acompañaba a los coreutas con el armonio que amaba de niño.

Hoy Miguel Guaymás, vive en Cerrillos, porta muy bien sus 85 años y aún recuerda a don Atahualpa Yupanqui en Cerrillos. Ahh, y también a los corderos.
 

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