¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

19°
28 de Marzo,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

El juego y la guerra

Sabado, 01 de diciembre de 2018 00:00

La guerra. Carl von Clausewitz decía que la guerra es la continuación de la política por otros medios, y se refería al hecho de que, por razones creadas por los contendientes, las naciones llegaban a la guerra como consecuencia de la imposibilidad de encontrar acuerdos que pudieran saldarse a través de la política.

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

La guerra. Carl von Clausewitz decía que la guerra es la continuación de la política por otros medios, y se refería al hecho de que, por razones creadas por los contendientes, las naciones llegaban a la guerra como consecuencia de la imposibilidad de encontrar acuerdos que pudieran saldarse a través de la política.

La expresión más clara de esta afirmación de Clausewitz tal vez sea la Primera Guerra Mundial librada durante 1914 y 1918 entre los aliados (principalmente Reino Unido, Francia y Estados Unidos) y las potencias centrales de Europa (Alemania y Austria, fundamentalmente), habiendo tenido esta guerra como eje más importante la disputa por los mercados y fuentes de materias primas que proporcionaban las colonias de África y Asia a las metrópolis europeas.

Claramente, la guerra tiene como propósito la aniquilación y/o sometimiento del adversario, entendiendo que, puesto que la disputa es imposible de saldar por otros mecanismos a la vez que uno de los dos contendientes "estorba", en el sentido de que no hay lugar, en el terreno de la disputa, para ambos, es inevitable por lo tanto el desalojo de la escena del oponente, lo que obviamente es imposible a través de negociaciones y hace inevitable por lo tanto el mecanismo bélico.

El fin de las guerras comerciales

Como se insinuaba en las líneas precedentes y como se ha sostenido también en columnas anteriores, la disputa por los mercados y las materias primas condujo a devastadoras guerras, no sólo la Gran Guerra, sino también su continuación, la Segunda Guerra Mundial de 1939-1945.

Sin embargo, en esta oportunidad, las potencias vencedoras, Estados Unidos y Gran Bretaña, establecieron, en los acuerdos de Bretton Woods, un nuevo orden económico, respaldado luego por muchas otras naciones, acuerdos que incluyeron la creación de numerosos organismos internacionales, gracias a los cuales y a las instrucciones de descolonización que de allí surgieron, el mundo se reorganizó en torno a la cooperación y el comercio internacional en lugar de hacerlo en la relación entre colonias y metrópolis como había ocurrido en gran parte de la actividad económica mundial hasta entonces, dejándose de lado por lo tanto la disputa por la posesión de colonias.

Sin duda, los resultados logrados con este nuevo orden fueron extraordinarios en términos de la reducción significativa de la confrontación mundial, aun a pesar de la vigencia durante muchos años, desde 1945, de la Guerra Fría, y del progreso económico conseguido por las naciones.

En efecto, los países involucrados en la última guerra vencedores y vencidos, se recuperaron rápidamente, a la vez que muchas otras naciones, principalmente los así llamados "tigres asiáticos", se sumaron al "club" de los países desarrollados, lográndose en todos ellos elevados niveles de empleo, rápido crecimiento y baja inflación durante muchos años, si bien, desafortunadamente, diversos acontecimientos políticos, principalmente disputas ideológicas en el marco de la Guerra Fría, como los conflictos de Corea y Vietnam, principalmente, introdujeron la inflación en la agenda económica, lo que llevó a rediseños de la política económica no muy felices, porque si bien abatieron la inflación en casi todos los países, complicaron el escenario en términos de desempleo y aumento de la brecha de desigualdad.

Aun así, el fantasma de las guerras comerciales parece haber desaparecido, pese a que recientemente el problema de los pueblos migrantes ha generado un revulsivo que, como reacción, ha producido en los países receptores un resurgimiento de los nacionalismos y su correlato económico, el proteccionismo, que es directo antecedente de, cuanto menos, ruidos preocupantes entre las naciones afectadas. Es de esperar, con todo, que si la amenaza de los cortocircuitos comerciales se disipa -como probablemente ocurra- se habrá logrado un importante avance que complementaría el alcanzado en la etapa posterior a 1945, y ratificaría lo ya destacado en el sentido de la enorme importancia que tienen los acuerdos y la complementación en todos los campos, incluyendo sin duda los aspectos económicos.

Argentina, los juegos y la guerra

Como también se ha señalado en otras notas, la Argentina exhibe una ancestral dualidad traducida en puntos de vista difícilmente conciliables y manifestados, por ejemplo, en el antiguo enfrentamiento de unitarios y federales; peronismo - antiperonismo; laica - libre, y en el presente, populismo - república, sin que estas dicotomías se hayan agotado, lamentablemente, como en estos días se aprecia en la disputa futbolística de los dos grandes cuadros metropolitanos de fútbol y el bochorno que se le han infligido a la Argentina.

Si bien estas dicotomías están presentes en muchos países, los argentinos mostramos una morbosa tendencia a expresar las diferencias variopintas que nos caracterizan en términos de guerra, lo que no es fácil de entender, al menos si se compara con discrepancias parecidas que están presentes en otras naciones y que, a diferencia de lo que nos ocurre, no les impiden hacer progresos.

Esta actitud patológica es de difícil explicación, por cuanto los temas sobre los cuales nos comportamos como guerreros corresponden, en realidad, a escenarios de "juegos" no de “guerras”, ya que, como se sostenía al principio, la guerra es un mecanismo que, más allá de la repugnancia que produzca, muchas veces es inevitable por la naturaleza del fenómeno que involucra. 

Por el contrario, los juegos, no sólo no requieren el exterminio del contrincante, sino que para su continuidad exigen el resguardo del adversario, porque de otro modo el juego se extingue. Trasladado al terreno del fútbol, el juego necesita que los contendores se resguarden de manera integral, porque no tiene sentido el juego si el oponente no existe o es aniquilado: ¿contra quién se jugará el próximo partido? ¿de qué manera puede proponerse “haber ganado” si el juego ya no existe? ¿un único oponente, ante la destrucción del otro, es el ganador, o el perdedor?

¿Y la república?

Si se mira con atención, esta conducta de exterminio del adversario puede advertirse particularmente en la política, donde a algunos partidos les resulta indigerible que otro gane las elecciones y toman actitudes tendientes a su desestabilización cuando acceden al gobierno, con el resultado de que, al hacerlo así, queda sin efecto la República, lo que obviamente no es una metáfora porque la Argentina ha padecido esta tragedia y no es muy seguro de que se haya superado esta instancia.

Deberíamos entonces, los argentinos, reflexionar sobre la importancia de los “juegos”, cuyo respeto por sus reglas no se agota en el fútbol, o en la defensa de las instituciones, sino que se proyecta también al comercio internacional, que es el que, en general, consigue mejorar las condiciones de vida de los pueblos, y en particular, ha sido el responsable de la grandeza que otrora tuvimos y hace largas décadas hemos perdido. 

La “guerra”, en este caso, es la imposición de aranceles y prohibiciones al comercio exterior que, aparentemente “aniquila al enemigo” (la competencia externa) pero que, a la larga, nos deja más pobres y rezagados ante un mundo que cada vez nos queda más lejos, donde la distancia ya no hay que buscarla respecto a Europa sino a nuestros vecinos que antes estaban a nuestro rezago y ahora nosotros miramos desde atrás.

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD