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Días de furia y grieta

Domingo, 16 de diciembre de 2018 00:00

Nuestro país ha perdido su tradicional convivencia. Transformamos todos los temas en una fisura más del agrietado mosaico social argentino: Maldonado, River - Boca, Aerolíneas, ARA San Juan, aborto, educación sexual, etc.

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Nuestro país ha perdido su tradicional convivencia. Transformamos todos los temas en una fisura más del agrietado mosaico social argentino: Maldonado, River - Boca, Aerolíneas, ARA San Juan, aborto, educación sexual, etc.

Parecería que hemos perdido la capacidad de escucharnos y de disentir en paz. Muy mala señal, prometedora de conflictos cada vez más violentos; y así marchamos. Destruimos plazas porque diferimos con un proyecto de ley; apedreamos un ómnibus porque es del equipo contrario; y al amparo del caos la delincuencia crece en violencia y muerte.

El trasfondo político de los últimos conflictos es innegable. La organización de esas movilizaciones deja en el camino pruebas de sus verdaderos mentores. La ineficiencia del gobierno pone en peligro la paz social y el funcionamiento de las instituciones, como pasó en el caso del escándalo en el estadio Monumental.

Y si de instituciones se trata no resiste análisis el rol de la AFA en manos de dirigentes sin capacidad, sin formación y de poca transparencia para gestionar una institución de innegable representatividad en nuestro país.

Recuperar la convivencia debe ser una prioridad del gobierno y una consigna de los ciudadanos antes que las consecuencias no sean simplemente la suspensión de un partido de fútbol. Es necesario acotar a los violentos y no participar de sus movilizaciones.

Las violencias tienen tres actores: la delincuencia, el ciudadano y el Estado.

La delincuencia desencadena una reacción colectiva ante la impotencia. Sus causas deben buscarse en la falta de horizontes personales. La educación y el sistema productivo están en deuda. Así se crea el caldo de cultivo para que la droga termine arrojando a los jóvenes al delito.

La violencia del ciudadano común, en cambio, es una reacción a la anterior y a la incertidumbre económica y social. A los paros sorpresivos, a los cortes de calle y todo tipo de agresiones de las que resulta rehén.

Armar al civil contra la delincuencia es un camino que resulta tentador y en el cual se enrolan muchos ciudadanos; sin embargo es transformar nuestras ciudades en campos de batalla. Esa es la propuesta entusiasta de Bolsonaro en Brasil. Pero aunque la sociedad se tiente por ese camino de "cuasi justicia por manos propias", es deber de las dirigencias hallar soluciones sin poner en riesgo a la sociedad toda.

La violencia del Estado, que el pueblo en la república le delega a fin de no ejercerla por sí mismo, consiste en darle poder de fuego a la policía y parece una medida que hace sentir más seguro al ciudadano, pero no la solución total. Es solo un aspecto de la problemática, que exige además, una formación adecuada de los uniformados y una responsabilidad enorme del cuerpo.

En todos los ámbitos necesitamos transformar las discusiones estériles en disidencias enriquecedoras y cultivar el respeto por el otro, único garante de la convivencia.

En los deportes, dar mucho más importancia a las conductas competitivas y personales, fomentando la solidaridad como camino de convivencia pacífica entre rivales.

Al condenar un barrabrava, la Justicia debería detectar su contacto con las dirigencias y extender hasta ellas el brazo de la ley. Esta moderna lacra social no existiría sino fuera financiada por dirigencias corruptas.

Es imposible omitir la responsabilidad de las dirigencias políticas que no deberían, cabalgando en ideologías, asumir posiciones que agrieten aun mas nuestra sociedad, porque si seguimos por este camino, volver será imposible y vivir en paz una utopía.

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