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La valentía de una mujer que puede cambiar la historia

Domingo, 16 de diciembre de 2018 00:43

La acusación de la actriz Thelma Fardin contra el actor estrella de Patito Feo, Juan Darthes, configura uno de los testimonios más contundentes y trascendentes en materia de violencia de género en la historia de nuestro país.

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La acusación de la actriz Thelma Fardin contra el actor estrella de Patito Feo, Juan Darthes, configura uno de los testimonios más contundentes y trascendentes en materia de violencia de género en la historia de nuestro país.

La valentía de esa joven para contar una experiencia íntima, terrible, agobiante, que le ocurrió cuando era adolescente, es determinante para que la Justicia, en nuestro país o en Nicaragua, se vea obligada a tomar cartas en el asunto.

El hecho denunciado y descripto encuadra en la figura de abuso sexual con acceso carnal, contra una menor de edad, agravado porque el acusado era uno de los adultos responsables del grupo, de gira por Nicaragua cuando sucedió el hecho.

Si en ese país centroamericano se presentaran dificultades para hacer avanzar el proceso correspondiente, el sentido común induce a pensar que los jueces argentinos podrán tomar como "notitia criminis" el video grabado por Thelma Fardin y aplicar el principio de extraterritorialidad, actualmente vigente en todo el mundo para casos de violación de los derechos humanos.

Thelma Fardín guardó silencio durante nueve años. La cultura machista invita a relativizar, por esa demora, la validez de su testimonio. Sin embargo, una mujer abusada o violada suele sentir culpa por algo que no buscó, sino que lo hicieron por la fuerza. La madurez y el apoyo de otras mujeres fortalecieron, esta vez, a la víctima.

Darthes admitió que estuvo a solas con la adolescente, que hubo una situación violenta de naturaleza sexual y culpó a la joven, de sólo 16 años entonces, veintiocho años menor, de pretender abusar de él.

Su argumento encuadra en el formato habitual en el discurso de los violadores. El acusado culpó a la víctima, como mucho antes lo hiciera el sacerdote Julio Grassi para descalificar al joven que lo denunciaba.

Juan Darthes ya había sido denunciado por abusos y acoso por las actrices Calu Rivero, Natalia Juncos y Anita Coacci. Los testimonios coinciden en una frase atribuida al denunciado: "Mirá como me ponés", que el movimiento feminista modificó, revirtió y convirtió en eslogan: "Mirá cómo nos ponemos".

Las denuncias anteriores habían sido minimizadas por las productoras artísticas. Incluso, Darthes había participado en 2016 en un spot oficial contra la violencia de género, cuando ya se habían producido los hechos denunciados.

Algunos no creyeron las denuncias; otros, quizá, formen parte de los que minimizan la gravedad del abuso sexual.

Luego del testimonio de Calu Rivero, la corporación artística siguió brindándole un lugar incluso en programas infantiles y fueron varios los testimonios que salieron a respaldarlo.

Tras la denuncia de Thelma Fardin, todo cambió.

La joven mostró su dolor y cincuenta actrices de todas las edades la acompañaron, poniendo de relieve que no sólo cuestionan a un actor, sino a un sistema que tolera los abusos y los atropellos. La escenografía potenció el impacto de un testimonio de por sí creíble y contundente. Las denuncias de abuso ante los organismos del Estado se multiplicaron hasta nueve veces esta semana.

Pero ese mensaje, cuya recepción por parte de la sociedad es excepcional, no va a cambiar por sí solo la realidad social y cultural.

La igualdad de derechos entre hombres y mujeres avanzó en forma exponencial desde mediados del siglo XIX, por la lucha pública y la decisión personal y colectiva de infinidad de personas que no se resignaron a funcionar como "sexo débil".

Esta campaña, para que tenga éxito, deberá ser persuasiva y basada en elementos objetivos, porque nada se logrará sin una estrategia del Estado y la convicción de la sociedad.

La Convención sobre la Eliminación de toda forma de Discriminación contra la Mujer, a la que Argentina adhiere, compromete a los Estados a modificar los patrones socioculturales que alimentan "la idea de inferioridad o superioridad de cualquiera de los sexos".

Las mujeres, cansadas de atropellos cotidianos, están claramente dispuestas a exigir esa revolución cultural. Y esto no tiene vuelta atrás. Pero ese objetivo solo se logrará cuando la sociedad se persuada, gracias a una estrategia sin mesianismo ni voluntarismo, de que el sexismo, la violencia y el sometimiento de unos a manos de otros son totalmente incompatibles con la dignidad huma na.

 

 

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