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Salir del aislamiento es condición para el desarrollo

Domingo, 02 de diciembre de 2018 00:52

La cumbre del G-20 es considerada la reunión internacional más importante realizada en la Argentina. Es esencial despojarnos de prejuicios y visiones de coyuntura para analizar este acontecimiento desde la perspectiva de un Estado -y una sociedad- que, frente a su futuro, debe decidir si lo construirá de acuerdo con sus intereses, su decisión y sus valores, o si se dejará llevar por circunstancias externas.

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La cumbre del G-20 es considerada la reunión internacional más importante realizada en la Argentina. Es esencial despojarnos de prejuicios y visiones de coyuntura para analizar este acontecimiento desde la perspectiva de un Estado -y una sociedad- que, frente a su futuro, debe decidir si lo construirá de acuerdo con sus intereses, su decisión y sus valores, o si se dejará llevar por circunstancias externas.

El G-20 es la asociación internacional más poderosa e influyente. Sus miembros representan al 85% del producto mundial, y tanto en sus diferendos como en sus acuerdos se ponen de manifiesto las innovaciones tecnológicas, las tendencias económicas y los problemas sociales que, como lo muestran las migraciones y los conflictos de la actualidad, cobran dimensión global.

Funciona como un factor equilibrante y pacificador en un sistema internacional globalizado, lleno de tensiones e interrogantes.

La globalización no es un sistema perfecto, sino un escenario mundial. Esta asociación propone, justamente, un espacio de diálogo, acuerdos y disensos no conflictivos, donde se contemplen las necesidades y los intereses de todos los países, no únicamente de las potencias.

La apertura al mundo es esencial para la Argentina. Más allá de que la principal potencia, Estados Unidos, sostenga hoy el lema de "América's first", que los movimientos antiglobalizadores hayan escalado posiciones de poder en varios países de Europa y que el mundo se vea envuelto en una guerra comercial entre las dos mayores economías, resulta ilusorio creer que es posible "vivir con lo nuestro" e ignorar lo que ocurre en el resto del planeta.

Nuestro país debe priorizar sus intereses, que son los de sus habitantes. Las economías competitivas capaces de insertarse en el mercado internacional son las que generan empleo, calidad de vida y capacidad de consumo. Los proteccionismos arancelarios, paraarancelarios e intervencionistas, en la Argentina, solo han generado la duplicación del gasto público en relación con el PBI, siete millones de personas excluidas del mundo laboral y no menos de 22 millones de habitantes cuyos ingresos dependen del Estado.

Pero la apertura no es ni puede ser un dispendio irresponsable. Debe ser una política de Estado a largo plazo, y pensando en el rol que el mundo espera de la Argentina y que al país le conviene asumir.

El G-20 deja como saldo acuerdos, concretados o en marcha, que significan puertas abiertas para nuestro comercio exterior.

Además de la apertura al ingreso de carnes a Estados Unidos, con la máxima potencia planetaria se avanzó en un acuerdo de cooperación con la Corporación para la Inversión Privada (OPIC) para proyectos de energía, logística e infraestructura por US$3.000 millones y un préstamo de US$ 813 millones. La contrapartida, un compromiso argentino de mantener un mercado abierto y transparente, garantizar seguridad jurídica y luchar contra la corrupción.

Con China se esperan inversiones en energía, transporte, finanzas y ciencia, además de un "swap" (permuta financiera) de US$ 8.500 millones.

Con Europa se genera un clima propicio para avanzar en los acuerdos con un remozado Mercosur, en su peor momento, pero orientado hacia el libre comercio y hacia el rol que se espera de la región, que es el de proveer el 50% de los alimentos del mundo en la próxima década.

El canciller Jorge Faurie definió esa perspectiva, con sus valores y sus exigencias: "Es el desarrollo del trabajo, de la formación profesional, de la infraestructura para el crecimiento y la construcción de un futuro sustentable en materia alimentaria".

Una Argentina agobiada por dos "mega crisis" en tres décadas (1989 y 2001), un proceso inflacionario endémico y el laberinto de una recesión de siete años, pudo, sin embargo, convertirse en anfitrión del mundo desarrollado y mostrarse como interlocutor y protagonista frente a grandes problemas planetarios.

De la decisión política de la dirigencia nacional dependerá que se asuman y se lleven adelante, hasta las últimas consecuencias los compromisos asumidos, con las exigencias que entrañan.

 

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