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Una jubilada puso en un serio aprieto a la Justicia

Refrán: “Al buen amar, nunca le falta qué dar”
Domingo, 30 de diciembre de 2018 00:07

“El amor es atracción involuntaria hacia una persona y voluntaria aceptación de esa atracción”, escribió Octavio Paz. Con esta célebre frase el escritor mexicano contrarrestó la opinión de una sociedad que desde siempre ha juzgado que las relaciones entre dos personas con marcadas diferencias de edad no tienen razón de ser, no tienen futuro. En consonancia con el pensamiento del desaparecido Premio Nobel de Literatura muchos expertos piensan que las relaciones, más que por la diferencia de edad, “tienen que ver con el amor y los sentimientos envueltos”. 

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“El amor es atracción involuntaria hacia una persona y voluntaria aceptación de esa atracción”, escribió Octavio Paz. Con esta célebre frase el escritor mexicano contrarrestó la opinión de una sociedad que desde siempre ha juzgado que las relaciones entre dos personas con marcadas diferencias de edad no tienen razón de ser, no tienen futuro. En consonancia con el pensamiento del desaparecido Premio Nobel de Literatura muchos expertos piensan que las relaciones, más que por la diferencia de edad, “tienen que ver con el amor y los sentimientos envueltos”. 

Hace unos meses, una mujer de casi 70 años, jubilada ella, dio sobradas pruebas de que esto es así cuando se presentó en la comisaría de Tartagal para formalizar una denuncia contra las autoridades carcelarias. Vestida con más estilo que una veinteañera, la señora se plantó frente al jefe de la dependencia policial y descargó toda su artillería de ira contra el sistema, y no precisamente por los magros haberes que percibe como jubilada. 

Explicó que había viajado desde Salta para visitar a su novio de 37 años que está preso en el penal norteño. Irritada, le manifestó al comisario que por tercera semana consecutiva solo le permitían ver por unos minutos a su prometido, con el agravante de que le negaban los encuentros íntimos. Por ese motivo pidió que le tomaran la denuncia porque estaba dispuesta a golpear las puertas de todos los fueros judiciales para hacer valer sus derechos.

Según la mujer, su novio cumplió dos años de la condena en el penal de Villa Las Rosas y sin saber por qué, de un día para otro, lo trasladaron a la cárcel de Tartagal. Por esa razón tenía que viajar todas las semanas para visitarlo. Tras señalar que, salvando la distancia, se sentía como la protagonista de la famosa novela “Amor prohibido”, la señora calificó como un “atentado” a sus sentimientos la prohibición de las visitas privadas con su joven enamorado. 

“Yo no se qué piensa esta gente; creen que por tener algunos años de más no tengo derecho a gozar en plenitud de mi vida sexual”, se quejó amargamente. El comisario se interesó por el reclamo de la jubilada y cuando realizó las consultas del caso al Servicio Penitenciario le informaron que el novio estaba en un pabellón de aislados por problemas de conducta y que tenía en su haber antecedentes de ser un “reo peligroso”. Sin embargo, la septuagenaria cree que hay una actitud manifiesta de impedirle las visitas íntimas porque -según manifestó- la última vez que estuvieron juntos solo pudieron gozar de ese beneficio por espacio de treinta minutos. 

Lo que sucede es que los presos están sufriendo los efectos del síndrome “Chirete Herrera”, el doble femicida de las cárceles de Salta. Desde enero de 2017 cuando este psicópata asesinó a su segunda pareja durante una visita íntima en el penal de Villa Las Rosas, el Servicio Penitenciario, por razones de seguridad, impuso estrictas medidas para otorgar este beneficio a los internos. El hecho de que el novio de la jubilada esté aislado por mala conducta y que tenga el sello de “peligroso” lo ubica dentro de la “franja roja” establecida por el organismo para prohibirle el contacto a solas con su pareja en una celda. 

El “síndrome Chirete” produce urticaria y por eso las autoridades carcelarias han establecido una serie de condiciones que van desde estudios psicológicos, ambientales, certificado de salud, pruebas fehacientes de la relación de pareja y que el preso goce de conducta de “buena” para arriba, etc.

A pesar de ello la jubilada insiste en que le asiste el derecho a ser escuchada por considerar que no existe ninguna norma legal que impida a dos personas consumar el amor. El reclamo de la señora puso en un serio aprieto al Servicio Penitenciario y a la Justicia. Se trata de un tema complicado y por ahora, como dice el refrán “nadie se anima a ponerle el cascabel al gato”.

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