¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

16°
16 de Abril,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

Gregorio Aráoz de Lamadrid, el “Lázaro de Tucumán”  

Fue dado por muerto en la batalla de El Tala pero dos meses después resucitó en Trancas, provincia de Tucumán. 
Domingo, 09 de diciembre de 2018 00:52

El 27 de octubre de 1826 se produjo, en el marco de la guerra civil argentina, la Batalla de El Tala, protagonizada por Gregorio Aráoz de Lamadrid, gobernador unitario de Tucumán, y Facundo Quiroga, caudillo federal de La Rioja. 

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

El 27 de octubre de 1826 se produjo, en el marco de la guerra civil argentina, la Batalla de El Tala, protagonizada por Gregorio Aráoz de Lamadrid, gobernador unitario de Tucumán, y Facundo Quiroga, caudillo federal de La Rioja. 

Días antes del combate, el 19 de octubre, Lamadrid partió de Tucumán dispuesto a enfrentar los invasores riojanos. Lo acompañaba su cuñado Ciriaco Díaz Vélez y dejaba como gobernador sustituto del Jardín de la República, al Dr. Manuel Berdía.

Al marchar hacia La Cocha, en Monteros se le sumó un escuadrón comandado por un coronel boliviano. Más allá, en San Ignacio, se le sumaron como ochenta hombres comandados por el coronel Gutiérrez. 

Luego continúa su marcha pero cerca de La Cocha, se enfrentó con un contingente de Quiroga al cual doblegó y toma algunos prisioneros.

A poco de andar, el tucumano resolvió intentar arribar a un arreglo con Quiroga “a fines de evitar la efusión de sangre”, dijo. Y hace un gesto, devuelve los prisioneros y envía una carta a Quiroga proponiéndole una entrevista y además le pregunta las razones de la invasión a Tucumán. Quiroga ni le contesta pero sigilosamente se ubica en un campo llamado El Tala, en las inmediaciones de La Cocha, ya casi en los lindes con Catamarca.

Ignorante de los sigilosos movimientos del “Tigre de los Llanos”, Lamadrid sigue hacia el sur cuando de improviso se topa con las fuerzas de Quiroga que ya están en formación de batalla. El tucumano no tiene tiempo para nada y solo atina a parar él también a sus hombres para la batalla. A la izquierda, el coronel Helguero; a la derecha Gutiérrez, y al centro él con sus cívicos y unos cincuenta hombres más.

Los riojanos avanzan sobre los tucumanos pero estos responden con dos cañonazos que los desorienta, pero que también son la señal convenida para que sus alas, inicien la carga contra los llaneros.

El valor de Lamadrid

Lamadrid está envalentonado y dispuesto a demostrar que no le tiene miedo a los temibles llaneros de Quiroga. Y aunque carece de conocimientos militares, “le sobra corazón e impulso heroico” para entregarse con alma y vida al combate.

Justamente, al comentar Sarmiento la batalla de El Tala, dice: “Es el general Lamadrid uno de esos tipos naturales del suelo argentino. A la edad de 14 años empezó a hacer la guerra a los españoles, y los prodigios de su valor romanesco pasa los límites de lo posible: se ha hallado en ciento cuarenta encuentros, en todos los cuales la espada de Lamadrid ha salido mellada y destilando sangre; el humo de la pólvora y los relinchos de los caballos lo enajenan, y con tal que él acuchille todo lo que se le pone por delante, caballeros, cañones, infantes, poco le importa que la batalla se pierda. Decía que es un tipo natural de aquel país, no por esta valentía fabulosa, sino porque es oficial de caballería y poeta además. Es un “Tirteo” que anima al soldado con canciones guerreras, el cantor del que hablé en la primera parte; es el espíritu gaucho, civilizado y consagrado a la libertad. Desgraciadamente, no es un general “cuadrado”, como lo pedía Napoleón; el valor predomina sobre otras cualidades, en proporción de ciento a uno”, concluye Sarmiento. 

El Tala: triunfo de Quiroga y desaparición de Lamadrid 

En este campo, las fuerzas federales derrotaron a las unitarias del norte.

Las dos fuerzas son similares; cada una con unos mil hombres, y en ambas predomina la caballería. Artilleros e infantes están al centro mientras que la caballería forman las alas.

Lamadrid, como decíamos, inició la refriega con dos cañonazos, luego siguieron algunas escaramuzas hasta que se inició el combate con recias atropelladas de jinetes. La fuerza tucumano - catamarqueña hace recular a los riojanos y Lamadrid, ya en medio de la contienda extendida, atropella impetuoso, a puro sablazos, a diestra y siniestra. Arremete a los alaridos hasta que en el fragor del combate ve la bandera enemiga que reza “Religión o Muerte”. Eso le enceguece y ahora su sable parece un martillo. A toda costa quiere alcanzar a los riojanos que parecen huir pero que de improviso se dan la media vuelta y encaran a los tucocatamarqueños. Los del Jardín se asustan y ahora son ellos los que salen despavoridos. Lamadrid intenta sofrenar el desbande con gruesas imprecaciones y sablazos, pero no hay caso. Intenta con un puñado de valientes llevar tres cargas pero también fracasa. De pronto Lamadrid pierde el segundo caballo a causa de una metralla. Ahora está de a pie y desde allí da pelea con su sable como si fuese un león herido. 

De su ejército unitario ya no queda nada en el campo de El Tala. Solo hay muertos, heridos y fugitivos. Lamadrid sigue peleando un rato más, pero está rodeado. Quince llaneros lo acosan y no le dan tregua, pero Lamadrid tampoco la pide. Finalmente cae fulminado. Un grupo de cívicos que mira a la distancia la desigual pelea, es testigo del desenlace. Silencioso, ese puñado de tucumanos se retira con la seguridad de que su jefe ha muerto. 

El Lázaro tucumano

Gregorio Aráoz de Lamadrid, jefe de los unitarios del norte, está tendido en el campo de El Tala. Tiene la cara desfigurada y sus vencedores, como es costumbre, lo despojaron de sus ropa y lo abandonaron desnudo como un cadáver más. Pero antes, le dan el piadoso “tiro de gracia”. Y al alejarse, pasan con sus caballos por encima del cuerpo examine y desnudo.

Pero Ciriaco Díaz Vélez, su cuñado que cayó prisionero, pide a Quiroga que lo deje buscar el cuerpo de Lamadrid. Y como a Facundo también le interesa dar con el tucumano, hace juntar los cadáveres. Entonces traen a Vélez para que delante suyo reconozca a Lamadrid, pero el cuerpo no está. Los llaneros juran haberlo matado y muestran su ropa quitada luego de haberlo sacrificado. Facundo se turba y nace el misterio.

El misterio del muerto de El Tala

Fue dado por muerto pero sus seguidores lo encontraron aún vivo.

El mismo Lamadrid cuenta lo sucedido. Antes que Quiroga hiciera buscar su cuerpo con Díaz Vélez, tres cívicos que lo creían muerto, regresan sigilosamente al campo de batalla para no dejar abandonado el cadáver del su jefe. Cuando se acercaron al cuerpo se dan cuenta que aún vive. Malherido y ensangrentado, lo suben a un caballo y se lo llevan. De pronto, al ver que una partida se acerca; Lamadrid les ordena que lo abandonen y que se salven ellos. Lo dejan en el suelo y huyen. Pero la soldadesca que llega era una partida propia. Esta reconoce al herido y se lo llevan hasta que de nuevo es abandonado tras un matorral cuando ven que una partida riojana se aproxima. 

Horas después, el cabo catamarqueño Núñez, regresa al matorral en busca de Lamadrid. Lo ubica y lo traslada hasta un rancho donde su dueña y un curandero, le brindan los primeros auxilios. La oreja que le cuelga es cortada de cuajo y la nariz es cosida. Después, el herido es trasladado a Río Chico y más tarde a Tucumán, donde es alojado en la casa de su prima Ceferina Aráoz. 

Días después, cuando Lamadrid aún deliraba por la fiebre, llegó Quiroga a Tucumán. Esto hizo que Lamadrid fuese llevado subrepticiamente a Trancas. Allí estuvo casi un mes, sanando lentamente sus heridas. Y con la mejoría renació su carácter guerrero a punto tal que escribió a Facundo Quiroga una carta: “El muerto de El Tala desafía a los caciques Quiroga e Ibarra para que lo esperen mañana a darle cuenta de las atrocidades que han cometido en su pueblo, pues la providencia le ha devuelto la vida para que tenga la satisfacción de castigarlos como merecen”.

Quiroga ni le contestó pero Ibarra sí: “Me alegra que estés ya mejorado para servir a tus amos los porteños (por Rivadavia); pero respecto al castigo que nos amenazas, lo veremos!”.

El 5 de diciembre, a más de un mes de El Tala, Gregorio Aráoz de Lamadrid, jefe de los unitarios en el norte, retornó a San Miguel y de nuevo se hizo cargo del gobierno de la provincia de Tucumán. 

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD