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La seguridad, entre los derechos humanos

Domingo, 18 de febrero de 2018 00:00

En las demagogias, las políticas públicas siempre están fundadas en los humores sociales. En las democracias, las decisiones de gobierno muchas veces deben contradecir los humores sociales cuando ellos son contrarios a la ley o a los derechos humanos.

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En las demagogias, las políticas públicas siempre están fundadas en los humores sociales. En las democracias, las decisiones de gobierno muchas veces deben contradecir los humores sociales cuando ellos son contrarios a la ley o a los derechos humanos.

El reclamo de seguridad social en una democracia jamás puede justificar la tortura ni la pena de muerte. Sin embargo, importantes amigos y asesores del Gobierno nacional no piensan lo mismo. El ideólogo del presidente, Jaime Durán Barba, nos ha comunicado a los argentinos que la sociedad está muy entusiasmada con la pena de muerte.

Aquí van algunas reflexiones para estos mensajeros de la mano dura y también para los mensajeros del falso garantismo.

Fracasos: En la Argentina han fracasado todas las políticas públicas en materia de seguridad basadas en simples y masivos aumentos punitivos. El peor ejemplo fueron las leyes Blumberg de 2003, expresión del humor social de la época y receptadas por un gobierno inescrupuloso en materia de derechos humanos que solamente buscaba congraciarse con el reclamo de sangre de una sociedad lastimada por el crimen urbano. De nada le sirvieron a la sociedad esas reformas penales o procesales.

Nuevo paradigma: La seguridad ciudadana es hoy el nuevo paradigma de derechos humanos en el siglo XXI. El informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de 2009 habla con claridad de este nuevo derecho humano. Es un concepto que reemplaza al antiguo de seguridad pública o seguridad del Estado. No es el Estado ni lo público, sino la sociedad el objeto de la protección y de la garantía de derechos humanos.

Este nuevo concepto de seguridad ciudadana como derecho humano no se reduce a la intervención de fuerzas policiales o del sistema judicial, sino que comprende educación, salud, trabajo y seguridad social. Seguridad ciudadana es así sinónimo de seguridad democrática. Y en este nuevo concepto, la pena de muerte está prohibida. Pero también debe aclararse que la seguridad ciudadana no es una mala palabra asociada con el terrorismo de Estado. Es un derecho humano que los falsos garantistas deben reconocer como tal.

El caso Saldaño

Los asesores del Gobierno nacional que defienden la mano dura o la pena de muerte seguramente desconocen el caso 12.254 ante la Comisión Interamericana de Víctor Saldaño c/ Estados Unidos. La Comisión Interamericana ha firmado tres informes de fondo en los últimos dos años; en ellos se declara que la pena de muerte impuesta al argentino Víctor Saldaño ha sido ilegal por parte del sistema judicial americano y que como consecuencia de esa ilegalidad el argentino padece una situación de tortura desde hace 21 años similar a la de los presos en Guantánamo. Esta tragedia del argentino Saldaño nunca ha movilizado el apoyo del gobierno nacional ni el de la provincia de Córdoba. En este precedente internacional, inédito en materia de derechos humanos, se han demostrado dos cosas: la inutilidad absoluta de la pena de muerte para bajar los índices de criminalidad y el racismo como pauta que impregna la pena en el sistema judicial americano.

En Estados Unidos no hay ninguna diferencia en el índice de criminalidad urbana entre los 32 estados que tienen la pena de muerte y los 18 que no la tienen.

La confianza en la Justicia

Otra cosa a decir es que si queremos hablar en serio de un cambio de doctrina en materia de seguridad ciudadana, ese cambio comienza con un cambio en la política criminal del Estado. Mayor seguridad ciudadana se logrará cuanto mayor sea la confianza social en la Justicia argentina.

Ese es el huevo de la serpiente de la inseguridad en la Argentina de 2018. La desconfianza del argentino en la Justicia basada en la impunidad de los delitos del poder político y el poder económico. Si no se logra corregir esa endemia, que es la de la corrupción impune, nunca tendremos confianza social en la Justicia ni garantías de seguridad ciudadana.

El informe del Colegio de Abogados de Córdoba de octubre de 2017 muestra que un 82% de los argentinos tiene escasa, baja o nula confianza en la Justicia. Y esa desconfianza social está centrada en que la Justicia nunca logra condenar los delitos del poder político y el poder económico. Que la Justicia argentina funciona muy semejante a lo que Honoré de Balzac definía a fines del siglo XIX como la Justicia del poder napoleónico.

La impunidad que en Argentina tienen la corrupción, el narcotráfico, el lavado de activos y la trata de personas (Convención de Palermo) es el sustento primario de la inseguridad ciudadana. Eso es lo que hay que corregir más que rearmar a la Policía.

De nada le servirá al argentino una reforma del Código Penal o el Código Procesal Penal que se limite a ordenar un desorden normativo tal como se está proyectando actualmente. Es la política criminal del Estado la que debe cambiar. Y una política criminal de cambio tiene que redefinir la dirección y el peso de la pretensión punitiva del Estado, buscar que haya castigo eficaz y en plazo razonable para los delitos del poder.

Solamente así la sociedad argentina podrá convencerse de que hay un cambio en serio. Y solamente así podrá la sociedad volver a confiar en la Justicia y en la ley. Sin confianza social en la Justicia y en la ley no existe ninguna posibilidad de garantizar seguridad ciudadana. No nos sirven a los argentinos ni el falso garantismo de Raúl Zaffaroni, que desconoce el derecho humano de seguridad ciudadana, ni la mano dura de Durán Barba a favor de la pena de muerte.

 

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