¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

17°
25 de Abril,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

El "Cuchi", su tata y "El regalo imposible"

Del Archivo de El Tribuno rescatamos para nuestros lectores un relato de Gustavo Leguizamón, que data de 1968.
Domingo, 18 de febrero de 2018 00:41

"El sillón de paja resultaba algo duro, pero me sentía cómodo bebiendo mi "tanque' en la vieja cervecería de 54 y 5, luego del accidentado viaje, que al cambiar de itinerario, regresando del mar rumbo a Buenos Aires, me hizo pasar por La Plata.

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

"El sillón de paja resultaba algo duro, pero me sentía cómodo bebiendo mi "tanque' en la vieja cervecería de 54 y 5, luego del accidentado viaje, que al cambiar de itinerario, regresando del mar rumbo a Buenos Aires, me hizo pasar por La Plata.

Recordaba que treinta años atrás, había llegado a esa ciudad para estudiar la Abogacía, contrariando los sabios consejos de mi tata, que conociéndome músico, palpaba la postergación de un destino irrenunciable.

Noté que un tropel de sensaciones desordenadas luchaban insistentemente por modificar mi tesitura evocativa, a tal punto que un novísimo disloque de sucesos interiores, me desacomodaba del presente, para traspapelarme entre ocurridos del pasado que, inquietamente actualizados, palpitaban en mi nuca, mientras una fina garúa se insinuaba con un chisporroteo abismado.

Conmovido por este singular juego que ensayaba el tiempo en mis vísceras recordatorias, advertí con extraña seguridad que asistiría a una nueva representación de sucesos vividos por mí, en donde las dos colas del tiempo se morderían desaforadamente para posibilitar el reencuentro.

La bruma cubría los árboles con una llama blanca y helada, cuando un apresurado sabor de mi sangre me previno que el gran milagro ocurriría, y que se atrasarían los relojes veinticinco años para que pudiera verme como un sonámbulo, transitando esa misma calle mojada que hoy miraba aterido, desde los confusos límites de la alienación.

Crispado por la premonición fantasmal, me volaron los párpados de susto cuando alcancé a divisarme, transitando por media calle con una guitarra, cantando a los gritos y balanceándome como si quisiera desorientar al ritmo que me pisaba los talones; cutis fresco, charcón, sin barba, avanzando al compás de lo que cantaba, no sé si por una galería congelada del tiempo, o sobre un colchón de aire antiguo e intocable.

Ya no daba más cuando resolví levantarme del sillón para correr al encuentro del aparecido, a la vez que echaba mano a la cartera para sacar dos billetes grandes y rosados, y alcanzárselos diciendo..."Tome amigo estos pesos para que se compre una buena guitarra y organice una parranda que haga roncha...'.

La reacción del muchacho no se dejó esperar y soltando una feroz carcajada, que no sé hasta que punto pudo haber sido mía, replicó en el acto... "pero papacito... esta es plata de juguete... no hay billetes de diez mil pesos... mejor guardalos para que algún changuito juegue...Y devolviéndome el dinero, se perdió en la niebla, sin darme tiempo ni para cerrar la boca.

Algunos instantes después, mientras volvía a mi mesa, tuve la sensación de que me había sumergido en lo más profundo del estanque del tiempo y extrañamente recordé, por primera vez, que veinticinco años atrás (1943), mientras transitaba cantando por una calle mojada de La Plata, fui interrumpido por un mendigo alucinado, de barba cana, que absurdamente pretendió regalarme dos billetes de diez mil pesos, que yo no acepté burlándome de su valor, y que al incidente en sí lo había olvidado casi a propósito durante tanto tiempo, por temor quizás de que si lo contaba, nadie lo hubiera creído.

 

 

PUBLICIDAD