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Putin denuncia la traición de Occidente

Miércoles, 21 de febrero de 2018 00:00

Este 2018 será el año de Vladimir Putin. Mientras la CIA advierte sobre la interferencia de Moscú en las elecciones legislativas estadounidenses de noviembre próximo, las encuestas indican que el 18 de marzo el mandatario ruso, cuyo índice de popularidad está cerca del 80%, será reelecto en su cargo por el voto de una abrumadora mayoría de sus compatriotas.

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Este 2018 será el año de Vladimir Putin. Mientras la CIA advierte sobre la interferencia de Moscú en las elecciones legislativas estadounidenses de noviembre próximo, las encuestas indican que el 18 de marzo el mandatario ruso, cuyo índice de popularidad está cerca del 80%, será reelecto en su cargo por el voto de una abrumadora mayoría de sus compatriotas.

Con ese aval, presidirá en julio la ceremonia de inauguración del campeonato mundial de fútbol, que convertirá durante un mes a su país en el centro de la atención mundial. Rusia es sólo la duodécima potencia económica global, pero su presidente comparte el liderazgo político mundial con sus colegas de Estados Unidos, Donald Trump, y de China, Xi Jinping.

Putin encarna la resurrección del nacionalismo ruso tras una etapa de crisis y decadencia, signada por el estallido de la Unión Soviética, que transformó a una superpotencia que pujaba con Estados Unidos por la supremacía mundial en un país de segundo orden. Con independencia de sus rasgos autoritarios, para nada originales en un país carente de toda tradición liberal, Putin devolvió a Rusia su autoestima y su respetabilidad internacional.

Moscú tiene hoy una presencia protagónica en la antigua área de influencia del imperio soviético, desde los países de Europa Oriental hasta las repúblicas del Asia Central. Las tropas rusas cumplieron un rol decisivo en Siria en la liquidación del ISIS y su presencia es un factor primordial en los conflictos de Medio Oriente. Sus servicios de inteligencia (una herramienta fundamental del sistema de poder de Putin) ayudaron a encumbrar a Trump en la Casa Blanca, favorecieron el Brexit y respaldan a los partidos de la "derecha alternativa" en Europa Occidental.

Para la elección presidencial, Putin fijó la fecha del 18 de marzo, que coincide con el cuarto aniversario de la anexión de Crimea, un acontecimiento que en Occidente es visualizado como una intervención militar en Ucrania y originó sanciones económicas que aún perduran, pero que para la inmensa mayoría de la opinión pública rusa simboliza la recuperación del orgullo nacional mancillado.

Pero este ímpetu nacionalista no es una mera consigna política. Tiene una profunda base cultural, vinculada con el resurgimiento religioso protagonizado por la Iglesia Ortodoxa, erigida en un bastión fundamental del régimen político, tal como ocurría en la época de los zares. El líder ruso, quien reveló que había sido bautizado secretamente en la era comunista por su madre, sin conocimiento de su padre, estableció una alianza estratégica con la jerarquía ortodoxa y asumió una encarnizada defensa de los valores tradicionales. Esta simbiosis entre nacionalismo y religión explica su iniciativa de convertir al puerto de Sebastopol, en Crimea, en lo que definió como una "Meca rusa", en homenaje al rey Vladimir, quien en 998 anunció allí su conversión al cristianismo

¿Otra santa alianza?

Putin no vacila en criticar a la Unión Europea por su abandono de los valores cristianos: "Se está llevando una nueva política de poner en el mismo nivel a las familias que tienen muchos hijos con las parejas del mismo sexo y a la creencia de Dios con la creencia de Satanás. Los excesos de corrección política están llegando a un punto en que la gente está considerando inscribirse en partidos cuyo objetivo es la legalización de la pedofilia. Mucha gente de los países europeos está avergonzada y tiene miedo de hablar de sus convicciones religiosas. Las fiestas religiosas se están eliminando o se les está cambiando el nombre, escondiendo la esencia de la celebración".

Más controvertida es su posición en relación con las minorías sexuales. En una ocasión llegó a defender al ex primer ministro italiano Silvio Berlusconi, de quien se proclama amigo, con una broma ácida: "Berlusconi está siendo juzgado por el hecho de que vive con una mujer, pero si fuera homosexual nadie le pondría un dedo encima". Impulsó la sanción de una ley que prohíbe la promoción de la homosexualidad. "Necesitamos respetar los derechos de las minorías para que sean diferentes, pero no debemos cuestionar los derechos de las mayorías", explicó.

La relación entre Putin y la jerarquía ortodoxa incluye un estrecho vínculo personal con sus dos máximos representantes: el patriarca Kirill y su auxiliar Tijon Shevkunov, erigido en mentor espiritual del mandatario. Shevkunov tiene su residencia en un edificio restaurado de la plaza Lubianka, donde antiguamente estaba la sede central de la KGB.

Este idilio entre el Kremlin y la Iglesia Ortodoxa reconoce una larga tradición. El cisma de Oriente en 1054 obedeció a que el Patriarcado de Constantinopla desconoció la autoridad del Papa para reafirmar su subordinación al emperador de Bizancio. Los teólogos católicos acusaron a los ortodoxos por su "césaro-papismo". Cuando en 1453 Constantinopla cayó en manos de los musulmanes y Moscú asumió su reemplazo como la "tercera Roma", esa lealtad con el poder político se mantuvo inalterable con los zares. Aún en los peores tiempos de la persecución comunista, la Iglesia Ortodoxa eludió un enfrentamiento frontal con el régimen. Esa estrategia de auto-

preservación le permitió sobrevivir airosa a siete décadas de ateísmo estatal.

Una derivación inesperada de esta defensa de Putin de los valores cristianos es la simpatía que el líder ruso concita entre los evangélicos conservadores de Estados Unidos, que son la principal base electoral de Trump. Las frecuentes visitas de personalidades evangélicas a Moscú comenzaron mucho antes de la elección de Trump y probablemente influyeron en el apoyo de Putin al candidato republicano. Franklin Graham, hijo de Billy Graham, el predicador evangélico más influyente de la historia estadounidense, trabó un vínculo amistoso con el mandatario ruso.

En ese tejido de relaciones ruso-evangélicas cumple un papel significativo Alexander Torshin, un amigo de Putin y ferviente defensor de la alianza entre el Kremlin y la Iglesia Ortodoxa. En febrero de 2016, Torshin viajó a Washington para participar en el tradicional Desayuno de Oración Nacional, realizado por los evangélicos y se comprometió a organizar un evento similar en Moscú. Sugestivamente, Torshin es también uno de los promotores en Rusia de un movimiento a favor del derecho a la portación de armas, otra de las banderas predilectas de los conservadores norteamericanos.

Por esas paradojas de la historia, esa coincidencia en la reivindicación de los valores religiosos hace que Putin, un antiguo oficial de la KGB soviética, pueda terminar siendo el actor político de una novedosa "Santa Alianza" entre Moscú y la derecha conservadora estadounidense.

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