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Mosconi despide con pesar a un maestro

Se fue el 20 de febrero, una fecha patria como aquel 25 de mayo cuando nació en ese alejado puesto del departamento Anta. Autor de “Al norte del Bermejo”, “Río de las estrellas”, “País del palo santo”, entre tantas obras, su impronta queda para siempre como un rico legado.  
Jueves, 22 de febrero de 2018 01:16

La localidad de General Mosconi despertó con la triste noticia de que el alma aventurera del escritor, del contador de historias más prolífico y querido del norte salteño, don Gregorio Ernesto Torres ya recorre mansamente cada rincón del monte “Al norte del Bermejo”, o ese “Río de las estrellas” en el que solía detenerse por horas para observar su serpenteo; seguramente seguirá recopilando cada vivencia y cada anécdota de los criollos y los aborígenes que habitan ese “País del palo santo” al que tantas horas le dedicó, primero conociendo cada uno de sus secretos para luego volcarlos en una de sus tantas obras. Seguramente y con los ojos bien abiertos y la emoción a flor de piel, Gregorio habrá de encontrar finalmente ese río de oro, la leyenda transmitida de generación en generación por los más antiguos pobladores de Lumbreras, que recorrían los pueblos que antes de la llegada del español ya estaba habitada por los originarios de esa región. 
Gregorio podrá recitarle a su admirado general Martín Miguel de Güemes cada una de las estrofas de aquel romancero que le decidió hace años como una forma de reivindicar al héroe gaucho porque siempre sintió que si bien el norte lo había reconocido en toda su dimensión de héroe, faltaba que la Argentina lo pusiera al lado de los hombres que ofrecieron su vida por esta nación. Se reía de su edad -hubiera cumplido 97 años el próximo 25 de mayo- y le gustaba decir que “a Güemes lo conozco desde que soy chico, no por mi edad, sino porque en mi familia siempre se hablaba de él” y reflexionaba que “la vejez es un estado al que no pienso llegar”.
Gregorio Ernesto Torres nació en Paso de la Cruz, un puesto ubicado en el departamento Anta; estudió la primaria en una escuelita de campo y su destino quiso que llegara hasta General Mosconi hace unos 60 años para trabajar en la empresa YPF. Cuando llegó, se propuso el desafío de terminar la escuela secundaria -era padre de 7 niños- y lo hizo en la legendaria Escuela Técnica de Campamento Vespucio, conocida por su prestigio y exigencia académica. 
Trabajaba de día y estudiaba de noche y así obtuvo su título de técnico pero nunca dejó las letras. Escribió hasta un libro técnico que le encargó la empresa estatal pero su fuerte era la observación y el relato pormenorizado de cada cosa con la que se encontraba en el norte al que tanto amaba. Mitos, creencias, costumbres del aborigen, del hombre de campo las conocía como a la palma de su mano y así se pasaba horas de su vida apacible volcándolas en una hoja de papel, preservándolas para el futuro para que no se perdieran y, al contrario, quedarán como su testimonio, su contribución a las generaciones futuras. 
En cada relato ponía tal calidez que a los norteños les enseñó a amar cada curso de agua como el río Seco -que hace una década trajo tantos dolores de cabeza-, al que Gregorio lo llamaba el río de las estrellas. Había tenido esa experiencia de mirar el cielo por horas desde el curso del río, buscar recorriendo a caballo cada hilito de agua que bajaba de los cerros, observar a cada animalito silvestre que vivía en ese medio ambiente. Con su obra más recordada, “Al norte del Bermejo”, ganó premios a nivel nacional porque supo volcar en sus relatos su mansedumbre de anciano sabio, el conocimiento ancestral del indio del norte y la percepción del criollo que nace y muere en el monte.
Su romancero al General Güemes fue declarado de interés cultural por el Senado de la Nación y el Museo Histórico de Campamento Vespucio lleva su nombre porque si algo hizo bien Mosconi fue reconocer su obra, sus horas de estudio y de escritura, en vida. 

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La localidad de General Mosconi despertó con la triste noticia de que el alma aventurera del escritor, del contador de historias más prolífico y querido del norte salteño, don Gregorio Ernesto Torres ya recorre mansamente cada rincón del monte “Al norte del Bermejo”, o ese “Río de las estrellas” en el que solía detenerse por horas para observar su serpenteo; seguramente seguirá recopilando cada vivencia y cada anécdota de los criollos y los aborígenes que habitan ese “País del palo santo” al que tantas horas le dedicó, primero conociendo cada uno de sus secretos para luego volcarlos en una de sus tantas obras. Seguramente y con los ojos bien abiertos y la emoción a flor de piel, Gregorio habrá de encontrar finalmente ese río de oro, la leyenda transmitida de generación en generación por los más antiguos pobladores de Lumbreras, que recorrían los pueblos que antes de la llegada del español ya estaba habitada por los originarios de esa región. 
Gregorio podrá recitarle a su admirado general Martín Miguel de Güemes cada una de las estrofas de aquel romancero que le decidió hace años como una forma de reivindicar al héroe gaucho porque siempre sintió que si bien el norte lo había reconocido en toda su dimensión de héroe, faltaba que la Argentina lo pusiera al lado de los hombres que ofrecieron su vida por esta nación. Se reía de su edad -hubiera cumplido 97 años el próximo 25 de mayo- y le gustaba decir que “a Güemes lo conozco desde que soy chico, no por mi edad, sino porque en mi familia siempre se hablaba de él” y reflexionaba que “la vejez es un estado al que no pienso llegar”.
Gregorio Ernesto Torres nació en Paso de la Cruz, un puesto ubicado en el departamento Anta; estudió la primaria en una escuelita de campo y su destino quiso que llegara hasta General Mosconi hace unos 60 años para trabajar en la empresa YPF. Cuando llegó, se propuso el desafío de terminar la escuela secundaria -era padre de 7 niños- y lo hizo en la legendaria Escuela Técnica de Campamento Vespucio, conocida por su prestigio y exigencia académica. 
Trabajaba de día y estudiaba de noche y así obtuvo su título de técnico pero nunca dejó las letras. Escribió hasta un libro técnico que le encargó la empresa estatal pero su fuerte era la observación y el relato pormenorizado de cada cosa con la que se encontraba en el norte al que tanto amaba. Mitos, creencias, costumbres del aborigen, del hombre de campo las conocía como a la palma de su mano y así se pasaba horas de su vida apacible volcándolas en una hoja de papel, preservándolas para el futuro para que no se perdieran y, al contrario, quedarán como su testimonio, su contribución a las generaciones futuras. 
En cada relato ponía tal calidez que a los norteños les enseñó a amar cada curso de agua como el río Seco -que hace una década trajo tantos dolores de cabeza-, al que Gregorio lo llamaba el río de las estrellas. Había tenido esa experiencia de mirar el cielo por horas desde el curso del río, buscar recorriendo a caballo cada hilito de agua que bajaba de los cerros, observar a cada animalito silvestre que vivía en ese medio ambiente. Con su obra más recordada, “Al norte del Bermejo”, ganó premios a nivel nacional porque supo volcar en sus relatos su mansedumbre de anciano sabio, el conocimiento ancestral del indio del norte y la percepción del criollo que nace y muere en el monte.
Su romancero al General Güemes fue declarado de interés cultural por el Senado de la Nación y el Museo Histórico de Campamento Vespucio lleva su nombre porque si algo hizo bien Mosconi fue reconocer su obra, sus horas de estudio y de escritura, en vida. 

Gregorio tenía una inteligencia, una intuición y una sensibilidad pocas veces encontradas pero un cuerpo de 97 años vividos intensamente. Liberado de esa atadura seguirá por siempre recorriendo las reverdecidas Yungas. 
Los restos del escritor Gregorio Ernesto Torres fueron cremados ayer y serán trasladados hacia General Mosconi para una ceremonia familiar de la que participarán autoridades comunales de la localidad y allegados a la familia Torres.
 

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