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El Paraíso, el asentamiento al borde del río Arias, en riesgo latente

Se trata de vecinos que se instalaron de manera irregular sobre la margen. Piden la asistencia del Estado, porque ante cualquier crecida, las aguas se llevarás sus humildes casas.
Miércoles, 14 de marzo de 2018 00:00

En el suroeste profundo de la ciudad se encuentra un pedacito de tierra que peligra por su cercanía al río Arias. Se trata del asentamiento El Paraíso y su nombre no tiene nada que ver con la realidad de esa barriada. Son al menos nueve manzanas al sur del barrio Atocha, que pertenece al municipio San Lorenzo, pero que son parte de la ciudad que se expandió superando límites políticos. Está a dos cuadras de la escuela 4.848 Nuestra Señora de Atocha, en el ángulo que forman el río Arias y las vías del ramal C-14.

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En el suroeste profundo de la ciudad se encuentra un pedacito de tierra que peligra por su cercanía al río Arias. Se trata del asentamiento El Paraíso y su nombre no tiene nada que ver con la realidad de esa barriada. Son al menos nueve manzanas al sur del barrio Atocha, que pertenece al municipio San Lorenzo, pero que son parte de la ciudad que se expandió superando límites políticos. Está a dos cuadras de la escuela 4.848 Nuestra Señora de Atocha, en el ángulo que forman el río Arias y las vías del ramal C-14.

Ese asentamiento no tiene más de cuatro años y las familias siguen construyendo en la margen del río, al cual le van ganando terreno con escombros.

La pobreza es conmovedora. Rellenan el río y construyen improvisadas plataformas de cemento en la que se levantan casas de diversos materiales, como chapas usadas, cartones, durlock, bloques y hasta lonetas de viejas piletas tipo pelopincho.

En sus calles, por donde apenas pasa un camión, es como si hubiera pasado una inundación, porque si bien el suelo está consolidado por los escombros mantiene la humedad de la cercanía al río, está salpicado de todo tipo de basuras y cuando llueve se convierte en una trampa difícil de transitar.

No hay ningún servicio que diga que la vida misma es posible en ese lugar y los vecinos piden a gritos ayuda.

No tienen el servicio de electricidad domiciliaria, entonces llevaron un cable y se colgaron. Muchas familias dependen de un cable y eso presenta peligros, sobre todo para las casitas fabricadas con cartones, plásticos o telas.

Como tampoco tienen agua potable, las mangueras cruzan esas calles angostas y los grifos comunes afloran en las calles.

El alumbrado público resulta una broma de mal gusto porque se trata de focos simples que a la noche apenas brindan una chispa. La inseguridad es grande y muchos son los que rondan por las noches procurando llevarse la pobreza del otro. Pero como a las autoridades, cuando un vecino tiene poco, poco le interesa su seguridad; mucho menos su integridad.

De las cloacas y de la recolección de residuos hay que olvidarse; es una utopía. Todos los desechos se arrojan libres al río que luego se unirá al río Arenales y recorrerá la gran parte de la zona sur de la ciudad.

Los vecinos aseguran que todos tienen las viejas carpetas en Tierra y Hábitat, pero que no se irán porque ya tienen construcciones que le valieron muchos esfuerzos.

El problema central de este improvisado nucleo urbano es que el río está pechando para la margen donde están las precarias construcciones. Durante las crecidas de este año, el agua llegó hasta dos metros de las casas. Ellos piden defensas que lo protejan, pero viven sobre el lecho mismo del río que, como dicen los viejos, algún día pedirá pasar por su antiguo cause. Eso será una catástrofe por la gran cantidad de familias que allí viven.

Un caso puntual

Soledad Arias vive con su hija y sus nietas en una casa hecha con ladrillones huecos y por su patio pasa el río. No se puede hablar por el ruido del bravo cauce del Arías.
Ella limpia en casas y el dinero no le alcanza. Entonces manda a los niños al comedor “Jesús te ama”. Luego de tres años recién está terminando de construir su baño.


 

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