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Volver a vivir de la mano de un hermano

Ramiro Jiménez fue trasplantado hace casi 4 años. Su hermano fue el donante.
Miércoles, 14 de marzo de 2018 00:00

Parado detrás del mostrador, prepara con una máquina tres pocillos de café, mientras se escucha de fondo el ruido del vapor. Posa para que el fotógrafo le tome el mejor retrato. Y de repente grita, mirando a las mesas ubicadas frente suyo: "Ahora el 14 de agosto cumplo cuatro años del trasplante".

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Parado detrás del mostrador, prepara con una máquina tres pocillos de café, mientras se escucha de fondo el ruido del vapor. Posa para que el fotógrafo le tome el mejor retrato. Y de repente grita, mirando a las mesas ubicadas frente suyo: "Ahora el 14 de agosto cumplo cuatro años del trasplante".

Ramiro Jiménez tiene 36 años. Es periodista y un chango macanudo, nunca está de mal humor y es verborrágico. Con una terrible madurez cuenta todo lo que vivió desde aquel momento en que sus riñones dejaron de funcionar.

Todo comenzó en 2011. Ramiro hizo un viaje a Chaco para ver a Gimnasia y Tiro, que peleaba por un ascenso. En el viaje se comenzó a sentir mal. Tomó un poco de cerveza y después terminó con vómito. Desde ese momento sintió que su cuerpo ya no era el mismo. Cuando regresó de ese viaje le sangraba la nariz y sentía malestar. Le pidió a su mamá que lo acompañara al médico y los resultados de laboratorio fueron lapidarios: todos los valores alterados, aparecieron signos de hipertensión y a las pocas horas ya lo estaban dializando.

"Yo no entendía demasiado qué pasaba. En ese momento uno cree que es como un resfrío que se medica y pasa en cualquier momento", señala haciendo memoria. Nada de eso pasó. La vida de Ramiro había cambiado para siempre. Desde ese momento se tenía que hacer diálisis para vivir.

Durante un año y medio se realizó seis veces por día diálisis peritonial en su casa. Mientras su vida cambiaba, ya que no podía trabajar, pasó a realizarse hemodiálisis. Para esto iba a un centro médico y le realizaban la práctica durante cuatro horas y 15 minutos, día de por medio.

"Ese es el peor momento, porque es difícil aceptar que uno está enfermo. Hay una negación y surge una crisis. Uno no quiere salir de su casa", cuenta.

Durante ese tiempo le controlaban el peso y llevaba adelante una dieta. Lo que más le duele de esos días es que no podía trabajar. No podía salir a las calles a hacer móviles para radios.

Recuerda que tenía permitido tomar un litro de agua por día, ya que al no poder orinar, el líquido de su cuerpo solo era eliminado por medio de diálisis. "Un domingo hicieron un asado en casa: había tomado el té en la mañana, tomé tres vasos de líquido en el almuerzo, más el té de la tarde y el agua de la cena, no daba más y parecía que iba a explotar y me faltaba el aire. Esa madrugada me dializaron", cuenta.

Para tener algún ingreso puso un café en la casa de sus padres. Hasta ahora está en pie "El Cafetín de La Linda". Ramiro lo tiene claro, y destaca que "en esos momentos solo te mantiene en pie el amor de la familia y la contención de mi compañera de vida", con quien tuvo a la pequeña Luna Malena, que tiene dos años y medio.

El tiempo pasó y llegó el 2014, el año bisagra. El equipo médico habló de la posibilidad de un trasplante, de un paciente vivo o cadavérico, esto último era más difícil.

Cómo fue la decisión en la familia Jiménez

El primero en realizarse la prueba de compatibilidad fue el padre de Ramiro, pero el nivel era muy bajo. Mirando al otro extremo de la mesa familiar estaba su hermano Juan, que podía ser otro posible donante. Pero Ramiro desechó esa posibilidad de plano, porque no quería afectar a su hermano, quien ya era padre.
Un día Juan lo habló y le dijo que le iba a donar el riñón, porque ese era el mejor ejemplo de amor que le podía enseñar a su hijo Máximo. Se hizo los estudios y el nivel de compatibilidad era del 95%. No había nada más para decir.
Prepararon la operación y todo fue más rápido de lo que se imaginaron. Ramiro se presentó un día a la diálisis, estuvo desde las 6 hasta las 11.15 y partió rumbo al hospital Oñativia. Su hermano ya estaba allí, lo estaban preparando.
La intervención fue un éxito. “Me desperté y mi hermano estaba acostado a mi lado. El tiene un espíritu fuerte. Es una luz”, dice casi con lágrimas en los ojos. Sus palabras conmueven, más cuando asegura que tras el trasplante “Volví a vivir”. Juan tiene 40 años, es un hombre fuerte y estuvo internado tres días tras la operación. Hoy en día no toma remedios y lleva su vida normal. En su trabajo no le daban permiso para tomarse días para la operación, por lo que tuvo que renunciar. 
Ramiro estuvo 10 días internado y tenía puesta una sonda. Esos días cruciales fueron angustiantes. Es que se habían formados algunos coágulos en los conductos de la uretra y la vejiga. Pese al miedo, los médicos lo consideraron normal. 
Una vez que recibió el alta se fue a su casa. Comenzó a tomar pastillas, que serán de por vida. Toma corticoides y otro medicamento que le ayuda a equilibrar las defensas, para evitar que haya un rechazo del órgano. Tuvo unos días más con la sonda.
Hay otro momento que lo recuerda como un renacer. La familia estaba reunida en la casa y a Ramiro le dio ganas de hacer pis. “Fui al baño y después de mucho tiempo vi mi orina. Volví y abracé a mi familia. Lloramos todo”, dice.
A casi cuatro años del trasplante, lleva una vida normal. “Como sin sal, tomo mucha agua, volví a trabajar, y con indicación del médico volví a jugar al fútbol”, enumera.
También cuenta que pudo volver a lo que más le gusta, el periodismo, y puso un diario digital. Para el futuro solo quiere consolidar su familia y darle lo mejor a su pequeña hija y su compañera.
 

 

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