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Lucha contra el clima y los que se van sin pagar

Carmen Mamaní, cobradora de estacionamiento
Domingo, 04 de marzo de 2018 00:55

Carmen Mamaní tiene la mirada cansada de los años trabajados en el campo, en las casas ajenas, cuidando niños ajenos y ahora autos de extraños.

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Carmen Mamaní tiene la mirada cansada de los años trabajados en el campo, en las casas ajenas, cuidando niños ajenos y ahora autos de extraños.

Ella tiene 74 años y trabaja cobrando el estacionamiento en calle Rivadavia al 600, en esa cuadra que da a la cara norte de la plaza Martín Miguel de Güemes, frente a la Legislatura.

Zapatillas cómodas, brazos cubiertos, sombrero tipo colombiano y el chaleco refractario la cuidan de la intemperie.

Las tipas centenarias del espacio verde le sirven de visera, de refugio en ese oficio tan agitado e invisible. 

Mientras Carmen le cuenta a El Tribuno su vida, los automovilistas se le escapan sin pagar esa magra suma de 10 pesos que no alcanza ni para un alfajor de estos tiempos de crecimiento invisible.

“Acá lo que debemos soportar es el clima y los que se escapan sin pagar. Nosotros venimos si hay sol, nieve, lluvia, frío o calor. Casi todos tenemos un banquito, los talonarios que compramos en la Municipalidad y la sonrisa. Hay muchas cosas buenas en la calle, pero lo peor son los pícaros. Del clima ya aprendimos a cuidarnos”, dijo Carmen con toda su sabiduría a cuestas.

Es que ella trabajó toda su vida.

Nació en Rosario de Lerma y desde los 8 años comenzó a trabajar como niñera cuidando a los pequeños de las patronas del Valle. Luego sus padres Paula Alancay y José Mamaní decidieron trashumar hacia la localidad de Vaqueros por otras oportunidades laborales siempre vinculadas al trabajo en los campos de cultivos.

“Yo ya era más grandecita cuando mis papás se fueron a Vaqueros. Antes no era lo que es hoy. Había mucho tabaco y trabajo para todos. Comencé desflorando las plantas, luego desmalezando y desyuyando. Luego ya me pasaron a plantaciones y finalmente el encañado. Porque antes las hojas se colgaban de las cañas para ponerlas en las estufas a leñas. Luego aparecieron las de gas natural y ese trabajo se perdió. Todo eso hice hasta los 17 años. Luego de cumplir los 18 me llevaron a Buenos Aires a trabajar como empleada doméstica y allí estuve hasta los 22 años. No tengo muchos recuerdos de allá”, dijo la mujer morena.

Y de pronto sale corriendo, levanta la mano y cruza la calle con mucha agilidad. Los conductores parece que no saben que Carmen tiene toda una historia de luchas por vivir, por sobrevivir. Que tiene una familia por la que sale todos los días, de lunes a viernes, a las 6.30, de su casita de barrio Finca Independencia, se toma el colectivo de los corredores 2F o 2D para ganarse ese billete marrón por cada hora que lleva parada en la vereda.

“Yo tuve 8 hijos que se fueron yendo, se independizaron y sólo la menor se quedó conmigo. Ella tiene a su esposo discapacitado y tiene 4 niños que son mis nietos queridos. Yo vengo cada día a la calle a trabajar por ellos. Yo sé que tengo que tener la plata para darles de comer, ayudar a mi hija con vestimenta, con lo que haga falta. Todos me dicen y me cuestionan porque ya tengo muchos años para seguir trabajando. Yo les digo que mientras pueda voy a venir a trabajar porque este trabajo me costó mucho conseguir. No es fácil obtenerlo y no lo quiero largar nunca. Además me mantengo en forma. Yo quisiera ver a otras de mi edad corriendo como yo, conversando con la gente, siempre atenta. Pelear no me peleo, si alguien se me escapa ya sabrá por qué lo hace. Yo me preocupo por tener bien mi salud, mi bienestar, mi sonrisa y disfrutar del trabajo que tengo”, dijo la mujer.

Los sábados de por medio también va a trabajar a la mañana, según el convenio tácito firmado con su compañero de cuadra.

El duro trabajo

A Carmen todos en esa cuadra la quieren. “Los vecinos ya me conocen y me quieren. La empresa de la cuadra me da un bolsón navideño para fin de año. Las chicas de la boutique de la esquina siempre me convidan un té, algo calentito para afrontar toda la mañana atenta y corriendo, pero lo que más me gusta a mí es tomarme un yogur en vasito a media mañana”. Ella ayuda a estacionar a los conductores y nadie mejor que ella para desterrar un mito, viejo como el machismo mismo. “Los hombres no saben estacionar. Acá acusan a las mujeres de ser inútiles para cuando hay poco espacio, pero yo puedo decir que es 50 y 50. Sorprendería la cantidad de hombres que no pueden estacionar autos chiquitos. Entonces los tengo que ayudar. Sin embargo las mujeres son más pacientes y por eso manejan mejor”, dijo.

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