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Muchos inundados aún esperan ayuda para rehacer sus vidas

La Nación lanzó un plan para que 200 familias de La Curvita y Monte Carmelo, que permanecen en carpas al costado de la ruta 54, puedan regresar a los parajes que habitaban. Las comunidades reclaman ayuda.
Domingo, 15 de abril de 2018 00:00

En los últimos 40 años, casi todos los eneros y febreros pasa lo mismo: las comunidades de aborígenes y criollos que viven cerca del Bermejo y cerca del Pilcomayo terminan arrastradas por las corrientes zainas que no perdonan sus taperas ni sus ropas ni sus perros ni su hambre. Ninguna gestión intentó sacarlos de las márgenes de los ríos, y por eso la historia se repite. Hoy Santa Victoria Este es una zona devastada por el agua, donde la mayoría de los afectados perdieron hasta las ojotas. Ni documentos tienen. Ni dónde poner los pies sin hundirse en el barro. Muchos están aislados completamente todavía. Para los que se encuentran en situación más crítica, la Nación puso en marcha un plan de ayuda, ya que muchos huyeron de la inundación y permanecen hace meses en carpas de plástico sin agua, sin luz, sin baño, sin nada... Cientos de mujeres, hombres y niños que no tenían casi nada, perdieron todo. Ellos nunca conocieron el bienestar, solo que el infierno del agua hizo flotar sus males de siempre. Tampoco ahora estarán mejor, aunque sacarlos de la vera de la ruta 54, donde pernoctan hace meses en sus carpas de palo y plástico, hará menos evidente la miseria y la indiferencia.

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En los últimos 40 años, casi todos los eneros y febreros pasa lo mismo: las comunidades de aborígenes y criollos que viven cerca del Bermejo y cerca del Pilcomayo terminan arrastradas por las corrientes zainas que no perdonan sus taperas ni sus ropas ni sus perros ni su hambre. Ninguna gestión intentó sacarlos de las márgenes de los ríos, y por eso la historia se repite. Hoy Santa Victoria Este es una zona devastada por el agua, donde la mayoría de los afectados perdieron hasta las ojotas. Ni documentos tienen. Ni dónde poner los pies sin hundirse en el barro. Muchos están aislados completamente todavía. Para los que se encuentran en situación más crítica, la Nación puso en marcha un plan de ayuda, ya que muchos huyeron de la inundación y permanecen hace meses en carpas de plástico sin agua, sin luz, sin baño, sin nada... Cientos de mujeres, hombres y niños que no tenían casi nada, perdieron todo. Ellos nunca conocieron el bienestar, solo que el infierno del agua hizo flotar sus males de siempre. Tampoco ahora estarán mejor, aunque sacarlos de la vera de la ruta 54, donde pernoctan hace meses en sus carpas de palo y plástico, hará menos evidente la miseria y la indiferencia.

Más de 15.000 personas fueron afectadas por la inundación, y de esas, al menos 10.000 fueron evacuadas. Las pérdidas son totales en parajes como La Curvita, Alto La Sierra y Monte Carmelo, que han quedado incomunicados o han tenido que ser trasladados por completo. Para ellos, el Gobierno nacional puso en marcha un operativo de ayuda a fin de facilitar "la vuelta a sus hogares", que en realidad no existen, con la participación y el trabajo coordinado de las fuerzas federales y de distintos ministerios y organismos, de acuerdo a lo informado desde la Presidencia, que al estar en la Capital Federal poco puede advertir de las incongruencias del río que cambia de cauce y configura un nuevo mapa en una Santa Victoria Este ahogada de pobreza. Los wichis y criollos desplazados por el agua nunca podrán volver a "sus hogares", porque no sabrán dónde estaban sus taperas. Se las llevó el agua. Se espera al menos que no los empujen a poblar de nuevo en las márgenes del río.

La ayuda de la Nación está destinada a unas 200 familias de los parajes La Curvita y Monte Carmelo, que permanecen en campamentos precarios a ambos márgenes de la ruta provincial 54, tras ser desplazadas por la crecida del Pilcomayo. Aseguran que el Ministerio de Salud brinda atención sanitaria y divulga medidas higiénicas para la prevención de enfermedades. Efectivos del Ejército hacen tareas de limpieza y remoción de materiales en las zonas más comprometidas para que puedan volver a ser habitadas a fin de reparar los daños que dejó el desborde del Pilcomayo, que alcanzó una marca histórica de 7,26 metros. Pero lo que viven hoy, inundados, los wichis y criollos del Chaco salteño, no es muy distinto de lo que padecen cuando no los espanta el río.

La situación de las comunidades es realmente preocupante. Cientos de familias tuvieron que alzar sus chicos y sus perros para escapar del agua que se hizo dueña del Chaco salteño. Esta tierra chaqueña y difícil que los vio nacer, no los reconoce y los castiga sin piedad. Están mudos de pavor, con la única expectativa de poner algo en la panza para sobrevivir.

 

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