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Sin desarrollo productivo, el trabajo seguirá degradado

Sabado, 28 de abril de 2018 22:11

La conmemoración del Día del Trabajador, este martes, coincide con un momento crítico. El futuro se presenta incierto para la mayoría de los empleados, subempleados, trabajadores en negro o autónomos.

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La conmemoración del Día del Trabajador, este martes, coincide con un momento crítico. El futuro se presenta incierto para la mayoría de los empleados, subempleados, trabajadores en negro o autónomos.

En ese escenario, muchísimos argentinos han resignado su voluntad de trabajar y sobreviven como pueden, ya sea con subsidios del Estado o haciendo changas en una economía informal.

Estamos envueltos en un problema estructural y decisivo. En una época en que el discurso político se ha vuelto maniqueo, es imprescindible un ejercicio de reflexión; suspender momentáneamente nuestros juicios sobre la realidad y tratar de mirar el conjunto para pensar mejor el futuro.

También debemos superar los traumas de un pasado que ya es historia, pero sin dejar de advertir que el nuestro es un país en decadencia.

El premio Nobel de Economía en 1971, Simon Kuznets, sostuvo hace cuatro décadas: “Existen cuatro clases de naciones: países desarrollados, países en desarrollo, Japón y Argentina”. Japón, una isla sin recursos naturales abundantes, tomó a mediados del siglo XIX la decisión de transformar su economía, su política y su cultura y décadas después se convirtió en potencia mundial. En paralelo, nuestro país, con un crecimiento vertiginoso favorecido por la exuberancia de sus recursos naturales, sufrió en el último medio siglo situaciones traumáticas que aún no logra superar.

Pero existe un punto de inflexión: a partir de 1975/76 la Argentina comienza a desviarse aceleradamente de su rumbo. “Hasta ese momento y si bien había problemas, la pobreza era muy baja y las posibilidades de ascenso social eran elevadas”, sostiene un estudio de Jorge Remes Lenicov y Dante Sica. Entre 1976 y 83, además de los hechos aberrantes que aún hoy laceran la convivencia argentina, “aumentó la pobreza, se inició la desindustrialización, la deuda externa pasó de US$ 6.647,5 millones a US$ 31.709 millones y los trabajadores perdieron el 25% de su poder adquisitivo”.

Esto no es pasado, sino absoluto presente. Las facciones políticas, oficialismo y oposición, sobreactúan (a favor o en contra) la evolución de datos y porcentajes que cambian, pero no muestran mejorías sustanciales.

La realidad es mucho más cruda que un punto más o menos. En 33 años de democracia, el problema laboral, que incluye la formación profesional, la estabilidad, la productividad y la ocupación plena no solo no se resolvió, sino que se ha agravado. Con fluctuaciones que dependen de situaciones coyunturales, el desempleo se mantiene en algo menos del 10%, pero, según el Observatorio de la Deuda Social, de no ser por las designaciones forzadas en el Estado, llegaría al 18%. El empleo en negro oscila alrededor del 34% y es muy difícil calcular con exactitud la cantidad de familias que dependen del auxilio del Estado.

Según World Economic Forum la Argentina ocupa el puesto 39 entre 140 países en materia de educación y entrenamiento, pero no atrae a los inversores porque su mercado laboral está en el puesto 139. No se trata, como suele interpretarse a veces con liviandad intencionada, del monto de los salarios.

La inflación, el cambio, la presión tributaria, la corrupción, el costo financiero y la ineficiencia del Estado son barreras desalentadoras

Además, los costos laborales son los más altos de la región, pero el asalariado solo percibe dos tercios de lo que desembolsa el empleador.

Los aportes patronales al sistema previsional son del 17 o del 21%, mientras que los que paga el empleado son el del 11%. Y el sistema está desfinanciado.

El costo de las ART promedia el 3,7% de la remuneración bruta; cuando comenzaron, en los 90, estaba cerca del 1,5%. Para muchas empresas, generar empleo en blanco es insostenible.

Más allá de las soluciones de emergencia, para evitar que se agrave el drama social, es necesario consensuar un proyecto que tenga el eje en la generación de trabajo genuino. Ese proyecto debe incluir un sistema de estímulos para empleadores y empleados. Hoy, las tasas de interés, con un 30% anual, resultan mucho más apetecibles para el inversor, que el riesgo de crear o ampliar empresas y generar trabajo.

Al mismo tiempo, evitar el despilfarro de recursos públicos y aumentar la eficiencia de los servicios permitirán disminuir la presión tributaria y emprender, de una vez por todas, el camino hacia objetivos de desarrollo productivo.

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