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Agustín Valle: “La palabra del padre como operadora de la ley se ha desfondado históricamente”

En “Cachorro. Breve tratado de filosofía paterna”, Agustín J. Valle, periodista, ensayista y profesor, reúne un conjunto de textos escritos al tiempo del crecimiento de su propio hijo para dar forma a una publicación reflexiva que, lejos de la literalidad, muestra que en la presencia cercana del hijo se funde un campo de experimentación para las masculinidades igualitarias.
Martes, 03 de abril de 2018 08:15

 

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Télam


Cada vez parece más anacrónica la figura paternal del varón que trabaja fuera de casa, mientras la madre se hace cargo de los hijos en común. En los últimos años, las paternidades mutaron en los vínculos con sus hijos, las mujeres dejaron de ser exclusivas responsables del cuidado y la crianza se transformó en una práctica compartida. 
Agustín J.Valle (Buenos Aires, 1981), periodista, profesor y ensayista, que participó del Colectivo Inmediato y publicó, entre otros, “Solo las cosas, notas de subjetividad mediática y crónicas de naturaleza urbana”, sigue esa línea de reflexión en “Cachorro” publicado por Hekht Libros, donde despliega textos breves y potentes escritos a partir de las enseñanzas del bebé -la risa, el llanto, el hablar, el jugar o la fiebre-.
Lo que subyace en esta publicación es que eso que el niño enseña si se lo mira de cerca dice mucho sobre la experiencia humana pero también sobre el vínculo padre-hijo y sobre el descubrirse como padre en un contexto, como escribe, en el que “las prácticas y los ánimos igualitaristas invitan a los varones a repensar nuestra consistencia”.
Al grueso de este breve tratado de filosofía paterna lo escribió cuando la madre de su hijo empezó a trabajar y él se pasaba días enteros con el niño. “Mientras el bebé dormía rememoraba flashes del día: cada uno es un texto. El libro tiene como condición de posibilidad el gigantesco movimiento de igualdad de género, que ahora cursa un nuevo y potentísimo avance, pero que hace décadas y siglos se viene realizando”, dice Valle.
¿Cómo aparece “Cachorro”?
Apareció en la suspensión del tiempo y los deberes normales a la que me empujó, o invitó, el nacimiento de mi hijo. Colaboraron un par de lecturas que hice en el momento, el ensayo “Mi hijo” de Rafael Barrett y la introducción a “La cosa y la cruz” de León Rozitchner. Escribir lo que me iba impresionando fue un modo de prolongar y profundizar esa temporalidad excepcional que trae un bebé. 
Una idea que subyace es que conociendo a un hijo, acompañándolo, es decir, en la presencia está el componente estructural de las nuevas paternidades...
Pienso que los bebés enseñan involuntariamente; enseñan en el sentido simple y potente de que muestran. Enseñan sobre la naturaleza humana, en múltiples planos: la relación sujeto-objetos, los modos del conocimiento, la condición transindividual de la subjetividad, el estatuto del juego, del lenguaje, el orden de las pasiones. Muestran cosas que resultan enseñanzas según el tipo de atención que prestemos. 
Hay enormes industrias y discursos que ubican a los padres y madres en posición de saber a priori. El mercado de productos y servicios que ofrece soluciones antes de que se habiten los problemas; el saber médico trillado que sobrecodifica el cuerpo, la fobia al roce con el mundo; la moral benéfica que convierte a los bebés en un ser únicamente débil y receptor: diversas y complejas vertientes que obturan en cierto sentido la radicalidad de un nacimiento. 
La impresión es que está entrando en desuso el rol paterno tradicional y está siendo paulatinamente reemplazado por nuevas paternidades: ¿creés que se está viviendo una transformación?
A diferencia del padre ausente, que llegaba a la casa cada día, creo que la tendencia es que cada vez más se reparta la dedicación laboral, la presencia en la casa. La paternidad varonil sufre y/o goza una presentificación; para los varones, la paternidad presente, de cercanía íntima constante con los hijos, es una novedad para la que no hay guión. En cambio, el padre tradicional, de la familia burguesa y la modernidad, ordenaba la vida con la palabra. Era el cuerpo agente de la ley. 
En “Odisea”, Ulises vuelve a Ítaca disfrazado de anciano vagabundo por Atenea y el único al que le basta su palabra para creerle es al hijo. Creo que ahora cada vez más los papás tenemos un lugar de cercanía corporal constante; sin mencionar, claro, que la palabra del padre como operadora de la ley se ha desfondado históricamente. Es decir: para ser papá no basta con detentar la palabra de la ley, el papá presente tiene que sostener su eficacia por prueba y tanteo en la inmanencia de la situación.
¿A qué vinculas este corrimiento, esta emergencia de otras masculinidades y paternidades?
La paternidad de presencia es un regalo hermoso, laborioso, agotador, tedioso, ambivalente, pero sobre todo hermoso, que los varones debemos en gran medida al empoderamiento femenino, al hecho de que se haya desnaturalizado la condición doméstica y el destino hogareño de las mujeres, que las reducía a su potencia maternal como si fuera única y siempre su esencia.
De las cavernas prehistóricas recuerdo dibujitos, de niño, con tipos barbudos, abrigados con pieles animales, arrastrando mujeres de los pelos con una mano, garrote dominador en la otra. Milenios tardó la humanidad en descubrir que el embarazo provenía del coito y recién ahora una mujer fue elegida presidente en Argentina. Quiero decir que habitamos mutaciones que atañen a la historia de la humanidad completa. 
Sobre el nacimiento de un bebé decís que “la universalidad de ese recordatorio es una más de las evidencias de la igualdad natural” de varones y mujeres ¿qué significa?
Lo que dice el libro es que la escena del padre con el bebé es en principio la escena de la desigualdad por antonomasia. Uno puede mucho, el otro puede poco, uno depende del otro. En ese esquema opera una noción de la desigualdad equivocada, la diferencia no es desigualdad. Lo contrario de la desigualdad es la igualdad, no la diferencia. Puede haber una radical igualdad en la radical diferencia.
Si hay un adulto con un bebé, hay diferencia de roles y aptitudes sobre un plano de igualdad: ambos pueden cosas, ambos son alegrados o entristecidos por lo que los toca y ninguno tiene un saber cierto sobre en qué consiste estar bien juntos. Si el adulto se ubica desde un presunto saber abstracto, que prefigura o programa por completo la experiencia, la igualdad se violenta porque uno se arroga poseedor de una llave, inalcanzable para el otro, de saber y de poder. Entre iguales indiferentes es fácil proclamar una falsa igualdad; la verdadera igualdad es la que toma las diferencias como valor confirmatorio de la igualdad. 
Señalás que no está pensada una figura de varón y padre a la altura del movimiento de liberación de mujeres, ¿a qué te referís?
Criticar y luchar contra el machismo, contra el modelo de padre ausente y castrador, es fundamental pero muy insuficiente; solo podrán ser superados en la medida en que tomen consistencia nuevos modos de masculinidad y paternidad varonil. Las posiciones culpógenas tienen una utilidad limitada; es necesario poder elaborar modos de ser varón orgullosos, afirmables, invitantes a muchos reactivos que temen ser negados por completo en la negación al machismo. El poder nació como poder de hombres; la jerarquía misma nació como potestad de regulación del comercio de mujeres. De modo que en la medida en que avanza la igualdad y la emancipación femenina, algo que debe suceder también en los varones, el núcleo primigenio mismo de la jerarquía y la dominación entra en cuestión: ¿Cómo es ser varones, y papás, alejados del horizonte del poder?
 

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