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Trumpismo y antitrumpismo

Viernes, 11 de mayo de 2018 00:00

A pesar de que las encuestas lo muestran con un alto índice de rechazo en la opinión pública, las investigaciones judiciales lo acosan por la trama del "Rusiagate" y los demócratas se relamen ante la posibilidad de derrotar a los republicanos en las elecciones legislativas de medio término de noviembre próximo, Donald Trump ya designó a su jefe de campaña y comenzó su recorrida para la recolección de fondos a fin de obtener su reelección en 2020.

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A pesar de que las encuestas lo muestran con un alto índice de rechazo en la opinión pública, las investigaciones judiciales lo acosan por la trama del "Rusiagate" y los demócratas se relamen ante la posibilidad de derrotar a los republicanos en las elecciones legislativas de medio término de noviembre próximo, Donald Trump ya designó a su jefe de campaña y comenzó su recorrida para la recolección de fondos a fin de obtener su reelección en 2020.

Lo curioso es que estos datos aparentemente contradictorios pueden no serlo tanto.

Es probable que la imagen de Trump continúe siendo negativa para una amplia franja de la sociedad y que los demócratas triunfen en las elecciones legislativas y recuperen su mayoría en el Capitolio. Pero, para espanto de sus detractores, esto no significa que Trump no tenga serias posibilidades de ser reelecto.

Lo primero que conviene precisar es que en una sociedad fragmentada, conformada por un heterogéneo mosaico de minorías, Trump lidera una minoría extraordinariamente sólida, a la que las encuestas asignan un respaldo cercano al 40% de la opinión pública. Como Estados Unidos tiene un sistema de voto voluntario y la inmensa mayoría de los norteamericanos están hondamente desencantados con la "clase política", de la que Trump jamás formó parte, esas cifras alcanzan para ganar una elección presidencial.

Lo segundo es que la economía está en una fase ascendente. Las estadísticas muestran un mayor crecimiento, una reducción del desempleo y un aumento del consumo, al tiempo que los recortes impositivos, entusiastamente recibidos por los sectores empresarios, incentivan la tendencia de las firmas multinacionales norteamericanas a dejar de invertir en el exterior para hacerlo nuevamente en Estados Unidos.

Lo tercero es que la política exterior de Trump, más allá de sus polémicas excentricidades personales, puede vanagloriarse de algunos resultados positivos.

En Medio Oriente, la región estratégicamente más caliente del planeta, el Califato Islámico ha sido destruido. En la península de Corea, después de un período de elevada tensión, todo indica que se está cerca de un acuerdo de paz que eliminaría un peligroso foco de conflicto. Si así ocurriese, no tendría que llamar a risa la hipótesis de que Trump, en conjunto con su colega chino, Xi Jinping, y los primeros mandatarios de ambas Coreas, reciba este año el Premio Nobel de la Paz.

Una nueva coalición política

Históricamente, el Partido Republicano estuvo basado electoralmente en tres grandes columnas.

La primera y principal es la corriente conservadora, mayoritaria en la población de origen WASP (blanca, anglosajona y protestante), cuyos dos ejes son el movimiento evangélico y la poderosa Asociación Nacional del Rifle (con sus seis millones de afiliados), que tiene como bastión territorial a los estados de la América profunda.

La segunda es la derecha militar, naturalmente asociada a la industria armamentística.

La tercera columna es el influyente mundo empresario de Wall Street. En ese espectro de votantes, Trump tiene un apoyo cercano al 90%, un porcentaje sólo alcanzado por Ronald Reagan.

El Partido Demócrata tradicionalmente logró amalgamar una amplia coalición de minorías, conformada básicamente por la población negra, la creciente inmigración hispana, la clase media universitaria, la mayoría del voto católico, la comunidad judía de Nueva York, el feminismo militante, las organizaciones que reivindican los derechos de las minorías sexuales y la AFL-CIO, la importante central sindical estadounidense. Ese mosaico eyectó a Barack Obama a la Casa Blanca en 2008 y posibilitó su reelección en 2012.

En 2015, Trump rebasó las fronteras clásicas del Partido Republicano e invadió terreno demócrata.

El punto de desequilibrio fue la clase trabajadora industrial, a la que, a pesar de la prédica adversa de sus dirigentes sindicales, supo atraer con sus promesas de revertir el proceso de desindustrialización de la economía norteamericana de las últimas décadas y con su hostilidad a la inmigración hispana, fuente de competencia laboral para los nativos estadounidenses.

Ese fenómeno sólo ocurrió anteriormente con Reagan.

El problema de los demócratas es que esa incursión sobre su territorio se ha consolidado durante este mandato presidencial. Para peor, la Casa Blanca avanza también hacia la conquista de la comunidad judía neoyorquina, seducida por el hecho de que Trump se haya erigido en el mandatario más pro-israelí de toda la historia norteamericana, una condición simbolizada en su decisión de trasladar a Jerusalén la sede de la embajada estadounidense ante el Estado judío.

El problema del antitrumpismo

La alta dirigencia demócrata observa con preocupación el ejemplo del titular de la AFL-CIO, Richard Trumka, quien no vaciló en salir en apoyo de las medidas de Trump para imponer aranceles a las importaciones de acero y aluminio. "La decisión del presidente Donald Trump supone la primera vez en la que no sólo se habla del problema, también se hace algo para solucionarlo", señaló Trumka.

La sorpresa para muchos de sus críticos es, paradójicamente, que Trump cumple lo que prometió durante su campaña electoral. Esa idea refuerza su liderazgo sobre sus votantes. "America First" ya no es visto como un slogan publicitario, sino como el eje político de su administración. En su discurso ante la asamblea general de las Naciones Unidas, sorprendió a su auditorio cuando archivó la impronta "globalista" de Obama para abrazar el nacionalismo estadounidense: " Como presidente de Estados Unidos, siempre pondré a Estados Unidos primero, al igual que ustedes, ya que los líderes de sus países siempre deberían poner a sus países primero. Todos los líderes responsables tienen la obligación de servir a sus propios ciudadanos y el Estado-Nación sigue siendo el mejor vehículo para elevar la condición humana".

El clima político de Washington ha cambiado. En los primeros meses del gobierno de Trump era frecuente escuchar profecías apocalípticas sobre lo efímero de su mandato. El tema del "impeachement" era moneda corriente en los medios periodísticos. Ahora, las cosas se ven distintas.

En un crudo relato autocrítico publicado semanas atrás en el "New York Times" con el título de "No convencimos a nadie", el columnista David Brook, confesó que "el movimiento antitrump es un gran fracaso".

La mayoría de los análisis ya no giran en torno a si Trump termina o no su mandato sino acerca de si será o no reelecto.

En ese proyecto reeleccionista, Trump juega su destino: su paso por la Casa Blanca puede ser un mero paréntesis o el comienzo de una nueva era histórica en Estados Unidos.

 

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