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La comunidad de La Curvita corta la ruta 54, cansada de vivir en carpas, sin luz ni un puesto sanitario

Reclaman energía eléctrica, un puesto de salud, y que los ayuden a levantar viviendas para protegerse del frío.Además piden que lleguen las tres aulas móviles que faltan para que todos los chicos puedan tomar clases.
Sabado, 12 de mayo de 2018 00:00

Cuando el Pilcomayo creció en el último verano, se llevó lo poco que tenían miles de familias wichis, tobas y criollas que vivían muy cerca del cauce caprichoso de este río zaino que siempre corre distinto y con una fuerza arrolladora. Esa mala suerte tuvo la comunidad de La Curvita que precariamente vivía tan cerca del agua que sus miembros tuvieron que huir con lo puesto, alzando en alto a los chicos, a los ancianos, a los discapacitados y a los perros, incluso con ayuda de hombres a caballo, de bomberos y policías con gomones. Cuando lograron pisar suelo firme caminaron hasta la ruta 54, a 12 kilómetros de donde estaban La Curvita y el río, y clavaron lanzas de palo en el suelo, tendieron plásticos negros de silo y en esas carpas pernoctaron todos los meses desde el último febrero. Son 133 familias. Más de 800 personas son las que inauguraron un nuevo asentamiento, una nueva comunidad plagada de necesidades y miserias en este lugar que llamaron La Curvita, igual que el paraje que arrolló el río, pero nueva, lejos de los caprichos del Pilcomayo. Se sienten a salvo y prometen quedarse ahí por el futuro de sus hijos. Funcionarios municipales y provinciales los visitaron varias veces para persuadirlos de que regresen a la vieja Curvita, les juraron que harán defensas y les recordaron que la escuela, aunque a punto de derrumbarse, está ahí.

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Cuando el Pilcomayo creció en el último verano, se llevó lo poco que tenían miles de familias wichis, tobas y criollas que vivían muy cerca del cauce caprichoso de este río zaino que siempre corre distinto y con una fuerza arrolladora. Esa mala suerte tuvo la comunidad de La Curvita que precariamente vivía tan cerca del agua que sus miembros tuvieron que huir con lo puesto, alzando en alto a los chicos, a los ancianos, a los discapacitados y a los perros, incluso con ayuda de hombres a caballo, de bomberos y policías con gomones. Cuando lograron pisar suelo firme caminaron hasta la ruta 54, a 12 kilómetros de donde estaban La Curvita y el río, y clavaron lanzas de palo en el suelo, tendieron plásticos negros de silo y en esas carpas pernoctaron todos los meses desde el último febrero. Son 133 familias. Más de 800 personas son las que inauguraron un nuevo asentamiento, una nueva comunidad plagada de necesidades y miserias en este lugar que llamaron La Curvita, igual que el paraje que arrolló el río, pero nueva, lejos de los caprichos del Pilcomayo. Se sienten a salvo y prometen quedarse ahí por el futuro de sus hijos. Funcionarios municipales y provinciales los visitaron varias veces para persuadirlos de que regresen a la vieja Curvita, les juraron que harán defensas y les recordaron que la escuela, aunque a punto de derrumbarse, está ahí.

"No nos van a convencer con nada; ellos no saben lo que es que te corra el río, que no haya futuro, que todo vuelva a empezar después de cada inundación. Acá nos quedamos", dijo Arsenio Corbalán, vocero la comunidad de la nueva Curvita, cuyo cacique es Rogelio Segundo

 Instalados hace tres meses en carpas, sin energía eléctrica, el Gobierno llevó hasta el lugar dos aulas móviles y baños químicos para que las clases comiencen recién ahora, junto con el frío. Por la cantidad de alumnos de primaria y secundaria, calculan que se necesitan 5 aulas móviles equipadas. Las tres restantes llegarían antes de fin de este mes.

Por todas las necesidades que tienen los miembros de esta comunidad, a quienes parecen no ver, no escuchar, no entender, decidieron cortar la ruta 54 ayer y lo harán en forma indefinida hasta tanto las autoridades les lleven energía eléctrica, un puesto de salud con equipamiento, y los ayuden a levantar sus sencillas viviendas para protegerse del frío del invierno que se avecina.

"Sabemos que no está bien cortar rutas, pero es para que nos escuchen porque necesitamos luz en la comunidad y no nos dan. No nos trasladamos por capricho, sino para que no nos volvamos a inundar", dijo Arsenio Corbalán y agregó: "La Curvita nueva está a 12 kilómetros del río, nosotros no queremos hacer de nuevo los documentos, por eso vivimos en La Curvita como siempre, pero más seguros, sin agua cerca. La ministra de Asuntos Indígenas (Edith Cruz) nos vino a decir que están haciendo defensas en el antiguo paraje para que volvamos, pero nosotros no vamos a volver".

De cómo viven, contó: "Seguimos en carpas porque no nos quieren ayudar a establecernos. Trajeron unas chapas y nada más, así que ahora no sé qué haremos cuando empiece el frío. En la vieja Curvita tampoco teníamos cloacas, baños, nada, solo un grifo público con una bomba que destruyó la inundación. No quedó nada".

 

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