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Recoletos espacios para las mujeres

Sabado, 19 de mayo de 2018 21:55

Uno de los vértices de la política castellana fue indudablemente la extensión de la educación, al respecto es interesante la labor del cardenal Francisco Jiménez de Cisneros, franciscano, confesor de la reina Isabel la Católica y luego, a la muerte del rey Fernando, consagrado como regente de los territorios españoles.

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Uno de los vértices de la política castellana fue indudablemente la extensión de la educación, al respecto es interesante la labor del cardenal Francisco Jiménez de Cisneros, franciscano, confesor de la reina Isabel la Católica y luego, a la muerte del rey Fernando, consagrado como regente de los territorios españoles.

Este religioso imbuido de una enorme capacidad de acción, resistente a los ambientes cortesanos, desarraigado de ambiciones humanas y con amor incoercible a las empresas nobles del espíritu, fue el fundador de la celebérrima Universidad de Alcalá de Henares en 1499, la "Atenas cristiana", actualmente Universidad Complutense.

Pero anexa a esta tarea, que justifica ampliamente su labor de estadista y de hombre de la Santa Madre Iglesia, el cardenal se empeñó en la fundación de conventos para niñas, lo que no implicaba que estas profesaran, sino que tenían por objetivo la alfabetización femenina y quedaba a criterio de las señoritas tomar los hábitos, o volver a la vida mundana y contraer matrimonio. Anexa a esta labor conventual, se establecieron los beaterios, siendo significativos los de Madrid y Alcalá de Henares.

Conventos de mujeres

En América, la fundación de conventos de mujeres tardó en producirse. Precede a este tipo de institución religiosa femenina, la instrumentación de beateríos que se difundieron por toda la América Hispánica.

Los beateríos eran una especie de monasterios pero menos estrictos, sin reglas monásticas específicas, donde las beguinas o beatas, mujeres que consagraban su vida a Dios, habitaban y realizaban sus misiones pero sin alejarse totalmente del mundo, como ocurre en los monasterios.

La beata, era una laica consagrada por medio de votos voluntarios revocables. Incluso podían salir libremente para casarse.

Los beaterios fueron muy populares en la Edad Media, ya que debido a las duras condiciones de vida causada por epidemias de peste y tras las guerras y cruzadas, muchas mujeres quedaban viudas o en situación de abandono y en el beaterío encontraban un lugar donde refugiarse.

Generalmente, son conjuntos arquitectónicos compuestos por viviendas donde las beguinas habitaban, una plaza una iglesia y zonas verdes alrededor. Con el paso del tiempo la función de esos lugares ha ido evolucionando.

En la ciudad de Gante se encuentran tres antiguos beateríos reconocidos por la Unesco como Patrimonio Mundial de la Humanidad, al igual que otros beateríos flamencos y en otras zonas de Europa.

Las beatas

El término "beata" es la denominación que en la monarquía hispánica se daba a ciertas mujeres piadosas que vivían apartadas del mundo, generalmente en comunidades pertenecientes a la tercera orden franciscana o a la orden dominica. Envueltas a menudo en una aureola de santidad, llegaron a gozar de gran prestigio en los medios populares. También recibieron la protección de personajes importantes, como el cardenal Cisneros, el arzobispo de Sevilla Alonso Manrique y el duque de Alba. Beatas famosas en España, fueron Sor María de Santo Domingo, Sor Magdalena de la Cruz, Sor María de la Visitación.

Amparo femenino

En Hispanoamérica, mucho antes de que se diera autorización para fundar conventos, se establecieron los llamados "beateríos", que eran agrupaciones de mujeres de vocación piadosa que decidían hacer vida en común para perfeccionar su fe.

En América se distinguen por su carácter de servir al prójimo, dando albergue y educación a niñas huérfanas, ya fueran mestizas o españolas. Estos establecimientos estuvieron propiciados por vecinos particulares preocupados por la suerte de las mujeres.

En Méjico se establece en 1589 la Casa de Recogimiento o beaterío de Nuestra Señora de los Remedios, también conocida como Casa de las divorciadas. Fue fundada por un portugués Francisco de Saldaña, quien aspiró a establecer una casa para doncellas pobres y mujeres separadas de sus esposos. En 1592, contiguo al hospital de San Diego, se fundó el Recogimiento de María Magdalena de la Penitencia. En él encontraron asilo las damas que no deseaban sufrir los malos tratos de sus esposos, optando por la reclusión, la vida de oración, la lectura y las labores de aguja.

En Lima, la primera casa de recogimiento fue la de San Juan de la Penitencia, situada junto al convento de San Francisco, la cual se estableció con apoyo fundacional del virrey don Antonio de Mendoza y merced a la iniciativa de los vecinos Antonio Ramos y Sebastián Bernal, que contribuyeron con sus respectivas haciendas.

Atendiendo al propósito de albergar "mestizas huérfanas e hijas de hombres pobres", se abrió esta casa con nueve doncellas en julio de 1553. Se esperaba que allí las niñas pasaran su pobreza con honestidad y se educaran cristianamente, mientras esperaban quien las pidiese en matrimonio.

Con el transcurso del tiempo, aumentó el número de residentes que eran españolas de nación, desvirtuando su concepción original de albergar a las mestizas. El recogimiento se cerró por orden del virrey Francisco de Toledo, quien trasladó a ese local la Universidad de San Marcos de Lima en 1570.

Beateríos importantes en la capital del Virreinato fueron el de Nuestra Señora de los Remedios (1589), la casa de las Amparadas de la Concepción (1670), de las Nazarenas (1682) y de Santa Rosa de Viterbo (1709).

El beaterio de Nuestra Señora de Copacabana (1691) fue un establecimiento destinado por sus fundadores para la educación de niñas indígenas nobles, que se conservó hasta bien avanzado el siglo XIX. Allí les enseñaban a leer, escribir, algo de aritmética, oraciones y cantos místicos. Este beaterio se inauguró con toda solemnidad, pompa y ceremonial magnífico: hubo procesiones, prolongados repiques de campana, fuegos de artificios, acompañando a las cofradías. Estuvo presente el virrey conde de la Monclava, el arzobispo Melchor de Liñán y Cisneros en el populoso barrio de San Lázaro.

Este beaterío estuvo próximo a convertirse en convento, según el proyecto de la madre Catalina de Jesús Huamán Capac, mujer inquebrantable y digna representante de la nobleza indígena. Su muerte truncó las aspiraciones de las aborígenes en vestir el velo negro de la orden.

En todos los casos, los beateríos configuran el primer establecimiento en que a través de la religión, las niñas y las mujeres adultas pudieron acceder a los rudimentos de lectura y escritura. Es decir una educación no formal, pero que conducía a que estas mujeres se apropiaran de los elementos básicos del conocimiento.

Carestía de solidaridad rioplatense

En los inicios del siglo XVIII, la ausencia de una casa conventual femenina no sólo era causa de preocupación en Buenos Aires, lo mismo sucedía en Santa Fe, donde doña Ana y doña Isabel de Casal y Sanabria pidieron licencia a Felipe V para la fundación de un monasterio de religiosas bajo la advocación de Santa Teresa de Jesús, alegando que no había en 500 leguas a la redonda uno “en que puedan acomodarse las hijas de hombres conocidos y pobres”. 

El rey se mostró reticente ante este pedido, por el costo que implicaba.

En la Buenos Aires de las postrimerías del siglo XVII y comienzos del XVIII, a las mujeres no les quedaba otra alternativa que la de ingresar como beatas, con votos privados de castidad para dedicarse al ejercicio de la caridad y la oración, viviendo en estado de cuasi reclusión.

Esta profesión de carácter no conventual era más propia de mujeres solteras o viudas con medios suficientes para sostener una vida de prudente retiro, que en la mayoría de los casos no era de completo aislamiento. Algunas de las beatas pertenecían a las familias más acaudaladas de la ciudad y con su contribución mantuvieron el beaterío. Pero las beatas no siempre pertenecían a una elite. En 1723, el cabildo porteño hubo de socorrer a las beatas, viudas de militares, doncellas desvalidas y huérfanas con un porcentaje de las ganancias por la venta de cueros a la Compañía del Mar del Sur.

En diversas oportunidades las “beatas” solicitaron ayuda económica a las autoridades capitulares para socorrer sus necesidades. Así doña María de Melo, recibió una corta suma “con que se hizo un hábito para poder salir a oír misa”. 

En Buenos Aires, las beatas residían en solares privados. Algunas como María de Astudillo, vivía con sus padres ancianos, en tanto las hermanas Enríquez estaban rodeadas de huérfanas y esclavos. En 1691, una vecina de Buenos Aires doña María de Matos y Encina, viuda del capitán Pedro

Guerreros, manda por testamento a su herederos establecer un oratorio con sus celdas.

En las postrimerías de 1692, el gobernador Agustín de Robles decidió transformar el antiguo Hospital Real de San Martín en una Casa de Recogimiento para huérfanas. Ese edificio no cumplía con la función de alojar enfermos. El obispo Azcona Imberto respaldó esta medida, en la creencia de que sería útil para resguardar la castidad de las jóvenes porteñas desamparadas y pobres. Estas damitas no podían quedar libradas al asedio de cientos de soldados acantonados en la fortaleza. Para el prelado, la Casa de Recogimiento sería una eficaz herramienta preventiva de una vida de perdición.

El proyecto se concretó nueve años más tarde. La demora se debió a la discontinuidad de la refacción del edificio, ya que la mayoría de los aportes provenían de donaciones particulares, en especial del gobernador Robles y del mayordomo del Hospital, el capitán Pedro de Vera y Aragón.

En 1699, poco antes de que ingresaran las primeras recluidas, Vera y Aragón impuso normas de clausura e hizo construir un torno y dos locutorios con rejas de madera que habrían de marcar una rígida separación entre el interior y el exterior. También actuó como administrador en lo temporal, en tanto, doña Juana de Saavedra se encargó de la conducción espiritual. El cabildo la nombró maestra fundadora debido a “su ancianidad, virtud y ejemplar vida”. Ella ya profesaba como beata y se arrogaba experiencia en la educación cristiana de niñas huérfanas. El recogimiento se sostuvo durante parte del siglo XVIII, siendo cerrado por el Cabildo ante la falta de recursos para su mantenimiento.

Estos espacios recoletos y apacibles, fueron lugar de privilegio en el que las mujeres adquirieron la cultura posible de la época, pero también el refugio en el que las damas escaparon de la violencia masculina y de la promiscuidad, en donde la paz y las oraciones curaron las heridas del cuerpo y del alma.

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