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Las uvas, lo sagrado y lo profano

Viernes, 25 de mayo de 2018 00:00

El cultivo de viñas y la fabricación de vino no fueron producciones alentadas por la corona castellana en los territorios conquistados durante el siglo XVI en América, sin embargo, ello no impidió la producción de viñedos y la instalación de bodegas.

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El cultivo de viñas y la fabricación de vino no fueron producciones alentadas por la corona castellana en los territorios conquistados durante el siglo XVI en América, sin embargo, ello no impidió la producción de viñedos y la instalación de bodegas.

Los aborígenes americanos no conocieron la vid, pero fermentaron maíz y algarroba, con los que obtuvieron chicha y aloja, siendo estos caldos ampliamente consumidos y cuya elaboración se extiende hasta nuestros días.

El rol de los clérigos

Curiosamente, fueron los miembros de la Santa Madre Iglesia quienes tomaron a su cargo la siembra de las primeras cepas en los territorios del Nuevo Continente. El gran objetivo de los primeros misioneros era evangelizar a los naturales, y entre las labores necesarias de cumplimentar, se hallaba celebrar Misa. Los signos de la Eucaristía son el pan y el vino. De allí que fuera preocupación central de los clérigos tanto regulares como seculares, el cultivo de trigo, de viñedos y la producción de vinos para uso en las celebraciones litúrgicas.

La entrada del conquistador Francisco de Aguirre, además de fundar la ciudad de Santiago del Estero en el año 1553, también significó la introducción de la vid, procedente de Coquimbo. Aguirre encomendó al padre Juan Cedrón el cuidado de estos primeros viñedos, aproximadamente en 1556.

Es desde este momento en que se puede afirmar que nace la producción vitivinícola en la Argentina en la que los principales difusores fueron los clérigos.

Posteriormente, este cultivo sería adoptado por los pobladores en las nuevas ciudades del Tucumán. Territorio de privilegio para esta explotación fueron los Valles Calchaquíes. Pedro Sotelo de Narváez, en su "Relación de las Provincias. De Tucumán para el Ilustrísimo Señor Licenciado Cepeda. Presidente de la Real Audiencia de la Plata", fechada en la segunda mitad de 1582, escrita durante su estadía en Charcas, refiere acerca de los Valles Calchaquíes: "es muy aparejado para criar ganados y para cosechas de mucha comida legumbres y arboledas, se dan viñas en abundancia".

Más tarde, el francés de origen vasco, Acarete du Biscay en su "Relación de un viaje al Río de la Plata y de allí por tierra al Perú" (edición original, Colección Thevenot, París, 1663) describía a las tierras de Salta como: "fértil en maíz, uvas y otras clases de frutas, ganado y otras cosas necesarias para la vida". En otro párrafo ratifica la presencia de bodegas: "Es un lugar muy concurrido en razón del considerable comercio que tiene en maíz, carne, ganado, vino, carne salada, sebo y otras mercaderías, con las cuales trafican con los habitantes del Perú".

Viñedos en los Valles Calchaquíes

Los Valles Calchaquíes, tierra de clima soleado, fue el páramo en el que los productores encontraron la altura óptima para los viñedos, terrenos con las pendientes necesarias, y un suelo de piedras y arena mojado por el agua que bajaba desde las montañas.

Los Valles Calchaquíes se extienden aproximadamente desde los 20§ 20' de latitud sur en el nevado del Acay, y los 66§ 10' de longitud oeste de Greenwich, siguiendo el curso del río homónimo que a semejanza de una columna vertebral se extiende unos doscientos kilómetros de norte a sur con una ligera torsión hacia el S.E., a la altura de la localidad de Angastaco, hasta la gran depresión tectónica de Cafayate - Las Conchas donde se le une el río Santa María o Yocavil.

El clima en general corresponde a las de zonas semidesérticas, de alta radiación solar, con escasas lluvias (200 a 400 milímetros de precipitación pluvial anual).

En el año 1581, Fray Francisco de Vitoria, primer obispo de la nueva Diócesis del Tucumán, estando en Lima para asistir al 3§ Concilio Limense, tuvo la ocasión para solicitar la venida de misioneros de la Compañía de Jesús. Ellos pasarían a establecerse en el Tucumán a realizar su obra misional

Sería necesaria la pacificación de este territorio, la desnaturalización de sus ancestrales dueños para que la tierra se adjudicara a los colonizadores.

En el siglo XVIII llegaron de la mano de los jesuitas las primeras viñas del Perú hacia Molinos, sitio en el que cultivaron hasta doscientas hectáreas de viñedos.

En los Valles Calchaquíes, los padres jesuitas cultivaron cepas en las misiones de San Carlos Borromeo y Santa María de Yocavil.

La calidad de estos vinos se lograba por el uso de vasijas de barro que son menos fáciles de producir fermentación acética (vinagre). La producción se obtenía mediante el sistema de regadío aprovechando los viejos trazados de riego realizados por los diaguitas o cacanos.

La expulsión de la Compañía de Jesús, por la Pragmática Sanción de 1767 de Carlos III, implicó la extinción de esta producción.

Los Plaza: pioneros y viñateros

Coetáneamente, en el mismo espacio geográfico Calchaquí, se establece don Miguel Antonio de Lea y Plaza, hidalgo nacido y criado en suelo americano, quien pronto se inició en el comercio de ganado. Su tercer hijo Julián de Lea y Plaza de Texerina quien nació en San José de Caracha en 1748 y falleció en San Pedro de Nolasco de los Molinos en 1798, dueño de vastas propiedades, se constituyó en precursor de cultivos de vides y en la industria vitivinícola.

De sus viajes al Alto Perú y Chile en 1769, importó nuevas variedades. Este inquieto y viajero pionero, hizo construir una bodega muy bien equipada con sus útiles, alambiques, vasijas y lagar en la Estancia de Caracha, establecimiento en el que se elaboraba aguardiente y vinos destinados al consumo familiar y a un reducido comercio en la zona.

Designado Juez partidario en 1795, se trasladó a Molinos, sitio al que trasladó la actividad agroganadera, introduciendo planteles de viñas e instalando otra bodega. Sus hijos heredaron las bodegas y a la vez transmitieron a sus descendientes la afición por la producción de uvas y una singular destreza en el proceso de vinificación, que pronto tendría émulos en todo el valle.
“En efecto, la elaboración de vinos alcanzaría décadas más tarde una señalada importancia merced a las características excepcionales de la zona, tanto por la fertilidad de los suelos, como de manera primordial por su latitud, altitud y las condiciones climáticas generadas por el cordón calchaquí” (Don Victorino. El ciudadano ejemplar, Plaza Navamuel Rodolfo y Plaza Navamuel R. Leandro, Mundo Editorial, Salta, 2016). De esta suerte, la producción de vinos se incorporaba a los efectos que durante el siglo XVIII se comercializaban en la jurisdicción de la Gobernación Intendencia de Salta del Tucumán. 
Los Lea y Plaza, se arraigaron fuertemente en los terruños vallistos. Esta incipiente actividad agro-industrial, contribuyó a hacer de los Valles Calchaquíes un polo de desarrollo y fue el centro que permitió que las rutas que atravesaban esos valles hacia los mercados andinos, fueran utilizadas igualmente por los comerciantes del noroeste para la importación a nuestro territorio de mercaderías que llegaban a los puertos del Pacífico.
 Esta tradición familiar de producción vitivinícola, continuó en el tiempo traspasando los siglos: Don Wenceslao Plaza fundó el pueblo de Animaná, entregando a sus peones y antiguos vecinos parcelas de tierra. Fue coronel y comandante de la Guardia Nacional, en ocasión del conflicto limítrofe con Chile en 1895. Su mirada de progreso lo llevó a Chile hacia 1886. 
Desde el país vecino trajo a Salta las primeras cepas francesas, introdujo y desarrolló con notable éxito el cultivo de unas cepas francesas Pinot (blanca y tinta) y Lorda o Tannat. También, la variedad tinta Malbec, ejemplares que cultivaba en su establecimiento La Perseverancia, en Animaná. Propulsó un nuevo sistema de riego por canales que se utilizaba exitosamente en Mendoza, en reemplazo del viejo sistema por anegamiento en tazas altas y cuadros, difundido desde tiempos remotos. Wenceslao Plaza inició la plantación de viñedos de uvas finas que hicieron cambiar a la antigua industria vitivinícola, logrando mejorar la calidad de los vinos salteños y se constituyó en uno de los más importantes productores de la provincia. Sus productos se reconocieron por su calidad en todo el NOA. 
Su filantropía lo llevó a atender a los enfermos por la epidemia de cólera en 1867, con aportes de dinero y carretas para el transporte de víveres y remedios. Cedió una casa en el pueblo de San Carlos para servicio hospitalario, montó una botica y sepultó a los difuntos.
 Virgilio Carlos Plaza Navamuel, nieto de Wenceslao, fue el digno continuador de una centenaria tradición familiar y primer profesional enólogo que llevó su diploma a Cafayate. Recibido en la Escuela de Fruticultura y Enología de San Juan, creada por Domingo F. Sarmiento en 1862. Su tesis versó sobre el cepaje “Cereza de América”.
 Manuel Solá Chavarría, en su “Memoria descriptiva de la provincia de Salta: años 1888-1889” (Editorial Mariano Moreno, Buenos Aires, 1899), expresaba: “El cultivo de la vid ha tomado, desde esta última década, una gran importancia en los Valles Calchaquíes y en el Valle de Lerma, siendo sus productos cada día más solicitados para la exportación y para el consumo. La uva del valle es de un aroma y sabor exquisitos, y se ven racimos que pesan hasta tres kilos. El clima seco, que necesita la vid y el terrero pedregoso, un invierno fresco y un verano caluroso, todas estas condiciones se encuentran en los Valles Calchaquíes”.
Tierra de sol y vino
 Entre los siglos XIX al XXI, observamos un importante crecimiento de los establecimientos bodegueros en la región calchaquí. Inversores locales, nacionales e internacionales, han puesto su mirada en la otrora feraz tierra de sol y promisión. Ellos han posibilitado una explotación, cuyo resultado tiene presencia mundial. Actualmente, la uva Malbec es la cepa insignia de la industria vitivinícola argentina y su producto el vino Malbec es considerado como sinónimo de vino argentino.
 El vino se elabora en tierra salteña desde hace aproximadamente cuatro siglos y medio. Sus orígenes se remontan a la labor eclesiástica, como todos los elementos culturales americanos, de las manos de diligentes clérigos, por necesidades de surtir de los signos necesarios a las celebraciones litúrgicas, y fue el ejemplo para que lúcidos pobladores como don Julián de Lea y Plaza de Texerina, emprendieran esta interesante como antiquísima industria. De cultivo y elaboración sagrada la vid, devino en carácter profano, para placer de paladares exquisitos. Pero también representó la posibilidad de industrialización, y que aún en nuestros días la actividad vitivinícola, forma parte de la producción en la economía salteña

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