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La primera gran tragedia que ocurrió en el dique Cabra Corral

Sabado, 26 de mayo de 2018 23:57

Hacía solo cuatro años que el embalse de Cabra Corral se estaba llenando y el espejo de agua ya casi estaba en Osma. En tanto, el entusiasmo por la pesca del pejerrey en el dique se extendía como una mancha de aceite por toda Salta. 

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Hacía solo cuatro años que el embalse de Cabra Corral se estaba llenando y el espejo de agua ya casi estaba en Osma. En tanto, el entusiasmo por la pesca del pejerrey en el dique se extendía como una mancha de aceite por toda Salta. 

De a poco, algunas firmas comerciales de la ciudad ya comenzaban a ofrecer un producto que hasta entonces no era habitual ver en las vidrieras: embarcaciones con motor fuera de borda. Las había de distintos colores, tamaños y potencias. Y no eran de chapa ni de madera sino de material sintético. 

Pronto, los amantes de la pesca que contaban con mayores recursos, comenzaron a adquirir estas atractivas embarcaciones tanto en negocios del medio, como también en ciudades más familiarizadas con las actividades náuticas, Córdoba, Buenos Aires o Mar del Plata. 

Fatto in casa

Y mientras en nuestro medio crecía el entusiasmo por la pesca en el dique Cabra Corral, muchos “entusiastas” de la ciudad y de los pueblos, comenzaron a pensar equivocadamente, que ellos también podrían echarse a pescar si lograban construir una embarcación desde donde poder tirar el anzuelo. Algunos, lograron sus objetivos con éxito, pero no fueron pocos los que pagaron con su vida tal iniciativa. 

Y ese fue el error en el que cayó un grupo de amigos de Cerrillos que hace 42 años, se les dio por construir una lancha de chapa nada más que para ir a pescar pejerreyes a Cabra Corral. Colaboraron en esa iniciativa, dos jóvenes y experimentados herreros del pueblo que conocían su oficio, pero que ignoraban lo que era el arte naval. El resultado fue que el 19 de junio de 1976, cinco de los siete pescadores, fallecieron cuando naufragó la lancha de chapa que tripulaban y que ellos mismos habían ayudado a construir con gran entusiasmo.

Este luctuoso accidente, que por entonces enlutó a todo el pueblo y, también al fútbol salteño, es considerado actualmente como la primera gran tragedia náutica del dique Cabra Corral. 

En la actualidad, en el sitio de aquella tragedia no hay nada que recuerde tan lamentable suceso, ni tampoco, como decía Orlando Hoyos, “un lugar donde dejar una flor para los cinco pescadores”. 

Pero la muerte de estos jóvenes no fue en vano. Según un policía jubilado, hasta entonces (1976) la Policía de Salta no estaba capacitada para estas graves contingencias náuticas. Fue por esta tragedia que las autoridades comenzaron a pensar en la creación de un organismo que se ocupara de la seguridad en diques y embalses (Policía Lacustre).

Y esto se evidenció cuando hubo que recuperar los cuerpos. Fue una dura y penosa tarea de varios días que ejecutaron principalmente amigos de los náufragos y la policía. 

Los accidentados fueron: Marcelo Díaz, Justo Terraza, Luis José, Vicente Vercellino, Monono Dudek, Orlando Hoyos y Ricardo Flores. Los dos últimos salvaron sus vidas

Algunos detalles de la tragedia

Eran las 11 de la mañana del 19 de junio de 1976, cuando siete jóvenes pescadores de Cerrillos abordaron, aproximadamente a la altura de Osma, una pequeña lancha de chapa armada por sus amigos Pedro Salinas y Mariano Cruz. Iban tras una aventura de pesca que habían organizado con gran entusiasmo. De los siete, solo regresaron dos, pues los otros cinco, al hundirse la lancha, perecieron ahogados.

Las primeras horas de la pesca fueron muy fructíferas, y entre pique y pique, comidas, charlas y cuentos, la jornada transcurrió normalmente a bordo de la embarcación. 

“Al atardecer -recuerda Orlando Hoyos, uno de los sobrevivientes- Nino (Vercellino) nos dijo ‘a las siete nos vamos’. Creo que estabamos más o menos en la desembocadura del río Arenales, como a 300 metros de la costa, con unos 50 pejerreyes. Como a 100 metros nuestro, había otra lancha con dos o tres pescadores, y el agua estaba tranquila.

Cuando Nino dijo ‘a las 7 nos vamos’ los changos comenzaron a levantar las anclas, pero de improviso la soga que sostenía el ancla trasera se cortó y eso hizo que la lancha se balanceara peligrosamente. El movimiento nos asustó y reaccionamos parándonos los siete. Como el espacio era muy estrecho, esto hizo que uno de los changos perdiera el equilibrio y se ladeara hacia un costado. El resto, instintivamente nos movimos en sentido contrario como tratando de equilibrar la embarcación. Pero el ladeo nuestro fue demasiado y eso hizo que de inmediato ingresara mucha agua a la lancha y esta comenzara a hundirse. Al ver que nos hundíamos comenzamos a desesperarnos, a gritar y a pedir auxilio a los otros pescadores que quizá ni nos escucharon. Cuando me vi en el agua, comencé a nadar hacia la orilla, lo mismo que Flores. No nadábamos juntos pero los dos tratábamos de alcanzar la orilla. Al principio me pareció ver que detrás nuestro braceaba Nino Vercellino pero poco después, al mirar para atrás, no lo vi más y tampoco a los otros. De los siete pescadores solo tres sabíamos nadar”, recuerda Orlando “Ollita” Hoyos, exmunicipal jubilado.

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