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La reaparición de los pobres

Sabado, 16 de junio de 2018 00:00

La reaparición de los pobres sin hogar y sin trabajo forma parte del gran crecimiento de las desigualdades sociales y económicas de nuestra era.

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La reaparición de los pobres sin hogar y sin trabajo forma parte del gran crecimiento de las desigualdades sociales y económicas de nuestra era.

En economía se estableció el principio de escasez, según el cual no hay de todo, para todos, gratis.

Puede haber de todo para algunos, puede haber algunos bienes para todos; pero de todo, para todos y gratis, no hay, dados los recursos (tierra, trabajo y capital) y las tecnologías existentes.

En este sentido, el principio de la escasez posee un carácter metainstitucional y metaescuela económica (Juan Carlos de Pablo).

La economía global

La creación de una economía global penetró de forma progresiva en los rincones más remotos del mundo, con una dinámica cada vez más densa de transacciones económicas, comunicaciones y movimiento de productos, dinero y seres humanos que vinculaba a los países desarrollados entre sí y con el mundo subdesarrollado.

Se visualizó como una amenaza implícita el reforzamiento del poder de la clase obrera.

Las economías desarrolladas de mercado más ricas no eran, en un pasado no tan lejano, particularmente injustas en la distribución de sus ingresos.

La tendencia general de la industrialización ha sido la de sustituir la destreza humana por la de las máquinas; el trabajo humano, por fuerzas mecánicas, dejando a la gente sin trabajo.

Se supuso que el vasto crecimiento económico que engendraba esta constante revolución industrial crearía automáticamente puestos de trabajo más que suficientes para compensar los antiguos puestos perdidos, aunque había opiniones muy diversas respecto a qué cantidad de desempleados se precisaba para que semejante economía pudiese funcionar.

El hombre y la máquina

La implacable lógica de la mecanización advertía, que más pronto o más tarde haría que incluso el trabajador más barato costase más caro que una máquina capaz de hacer su trabajo, y por la lógica, igualmente implacable, de la competencia del libre comercio mundial.

El rendimiento y la productividad de la maquinaria podían ser constante e infinitamente aumentados por el progreso tecnológico, y su costo ser reducido de manera espectacular.

El costo del trabajo humano no puede ser en ningún caso inferior al costo de mantener vivos a los seres humanos al nivel mínimo considerado aceptable en su sociedad, o, de hecho, a cualquier nivel.

Cuanto más avanzada es la tecnología, más caro resulta el componente humano de la producción comparado con el mecánico.

Formación profesional

Debemos sumar la tragedia histórica de las formas de empresa maximizadoras del beneficio, en especial a las privadas, que, por definición, no toman en cuenta otro interés que el suyo en términos estrictamente pecuniarios.

La elección racional de las empresas consiste en reducir al máximo el número de sus empleados, ya que las personas resultan más caras que las computadoras, y recortar los impuestos de la seguridad social y cualquier otro tipo de impuestos tanto como sea posible.

Si bien la economía mundial está en expansión, el mecanismo automático mediante el cual esta expansión generaba empleo para los hombres y mujeres que accedían al mercado de trabajo sin una formación especializada se está desintegrando.

Actualmente la mayoría de los trabajos y empleos requieren una formación superior y no hay puestos suficientes para compensar los perdidos aún para aquellos que pudieron reciclarse o entrenarse en oficios especializados.

La combinación de depresión, inflación, recesión y una economía reestructurada en bloque para expulsar trabajo humano crea una sorda o explícita tensión que impregna la política en época de crisis.

Varias generaciones se habían acostumbrado al pleno empleo, o a confiar en que pronto podrían encontrar un trabajo adecuado en alguna parte.

No fue hasta la crisis de principios de los noventa y la del dos mil uno que amplios sectores de profesionales y administrativos empezaron a sentir que ni su trabajo ni su futuro estaban asegurados; casi la mitad de los habitantes de las zonas más prósperas del país temían que podían perder su empleo. Llegaron los tiempos en que la gente, con sus antiguas formas de vida minadas o prácticamente arruinadas, quedaron desamparados e indefensos.

Salarios y crisis

En la nueva economía transnacional, los salarios internos están más directamente expuestos que antes a la competencia extranjera, y la capacidad de los gobiernos para protegerlos es bastante menor.

Durante las épocas de crisis las estructuras políticas de los países capitalistas democráticos, hasta entonces estables, empiezan a desmoronarse.

Las fuerzas políticas que mostraron un mayor potencial de crecimiento eran las que combinaban una demagogia populista con fuertes liderazgos personales y la hostilidad hacia los extranjeros.

Se produjo una extraordinaria disolución de las normas, tejidos y valores sociales tradicionales.

Todo esto hizo que muchos habitantes del mundo desarrollado se sintieran huérfanos y desposeídos.

La tecnología continúa expulsando el trabajo humano y el trabajo sigue siendo un factor principal de la producción; la globalización de la economía hizo que la industria se desplazase de sus antiguos centros, con elevados costos laborales, a países cuya principal ventaja es que disponen de cabezas y manos a buen precio. De esto puede seguirse la transferencia de puestos de trabajo de regiones con salarios altos a regiones con salarios bajos y la consiguiente caída de los salarios en las zonas donde son altos.

Se apuntó al costo de la seguridad social y de las políticas de bienestar público que era demasiado elevado y debía reducirse, mientras la constante disminución del empleo en el hasta entonces estable sector terciario -empleo público, banca y finanzas, trabajo de oficina desplazado por la tecnología- estaba a la orden del día.

El mundo de hoy

El principal problema del mundo, y por supuesto del mundo desarrollado, no es ahora cómo multiplicar la riqueza de las naciones, sino cómo distribuirla en beneficio de sus habitantes.

Ahora los apuros por los que pasan las democracias son más acusados porque ya no es posible prescindir de la opinión pública, pulsada mediante encuestas y magnificada por los medios de comunicación; mientras que, por otra parte, las autoridades tienen que tomar muchas decisiones para las que la opinión pública no sirve de guía. Muchas veces podía tratarse de decisiones que la mayoría del electorado habría rechazado.

La sabiduría de siempre

Se puede gobernar contra todo un pueblo por algún tiempo, y contra una parte del pueblo todo el tiempo, pero no contra todo el pueblo todo el tiempo. Es verdad que esto no puede servir de consuelo para las minorías o para los pueblos que han sufrido opresión y empobrecimiento. Las soluciones no parecen estar a la vista, pero no cabe la resignación, la incuria y el desasosiego improductivo: ¡Argentinos a las cosas! decía Ortega y Gasset.

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