¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

18°
29 de Marzo,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

Fútbol y geopolítica, negocios y poder

Viernes, 22 de junio de 2018 00:00

Demasiadas coincidencias para no buscar una explicación que exceda la excusa de la mera casualidad: veinticuatro horas antes de que Vladimir Putin concentrara la atención de decenas de millones de telespectadores de los cinco continentes en la inauguración del campeonato mundial de fútbol, la asamblea de la FIFA, reunida en Moscú, resolvió elegir a Estados Unidos, México y Canadá como sedes de esa competencia en el 2026, mientras la justicia de Nueva York se aprestaba a dictar sentencia contra los culpables del "FIFAgate", un escándalo cuyas consecuencias podrían poner en tela de juicio la designación de Qatar como sede próximo torneo de 2022.

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

Demasiadas coincidencias para no buscar una explicación que exceda la excusa de la mera casualidad: veinticuatro horas antes de que Vladimir Putin concentrara la atención de decenas de millones de telespectadores de los cinco continentes en la inauguración del campeonato mundial de fútbol, la asamblea de la FIFA, reunida en Moscú, resolvió elegir a Estados Unidos, México y Canadá como sedes de esa competencia en el 2026, mientras la justicia de Nueva York se aprestaba a dictar sentencia contra los culpables del "FIFAgate", un escándalo cuyas consecuencias podrían poner en tela de juicio la designación de Qatar como sede próximo torneo de 2022.

Detrás de estas coincidencias se esconde una obviedad: fútbol y política son cada vez más dos términos de una misma ecuación de poder. Putin cosechó un logro significativo en materia de prestigio global en un momento extraordinariamente oportuno: Rusia sufre las consecuencias de las sanciones económicas occidentales por su intervención en Ucrania en 2014 y la prensa internacional le endilga desde el asesinato de opositores en Londres hasta la injerencia en las elecciones presidenciales estadounidenses.

El "FIFAgate" no fue el resultado fortuito de la acción de un periodismo inquieto, sino la respuesta norteamericana a la decisión adoptada por el Comité Ejecutivo de la organización en diciembre de 2010, que en el mismo día ungió a Rusia como sede del campeonato mundial de 2018 y a Qatar para el 2022, en detrimento de las aspiraciones de Estados Unidos y Gran Bretaña. Fue Loretta Lynch, Fiscal General del gobierno de Barack Obama, quien en mayo de 2015 promovió la investigación judicial que acorraló a la conducción del máximo organismo del fútbol mundial.

Trump mete la cola

Si Putin obtuvo lo que buscaba, Donald Trump no quiso quedarse atrás. El mandatario norteamericano jugó fuerte a favor de la candidatura de su país. En uno de sus recientes "tweets", manifestó: "Estados Unidos, ha armado una candidatura FUERTE, junto con Canadá y México, para la Copa del Mundo 2026. Sería una vergenza que países a los que siempre apoyamos fueran a hacer, lobby contra la candidatura de Estados Unidos".

En una conferencia de prensa celebrada en la Casa Blanca junto al presidente de Nigeria, Muhammadu Buhari, Trump incomodó a su huésped con una advertencia: "espero que todos los países africanos y los países a lo largo del mundo a los que apoyamos nos respalden a nosotros también en nuestra candidatura con Canadá y México para la Copa del Mundo 2026. Vamos a observar muy de cerca".

Lo de Trump no fue una idea original. Henry Kissinger, quien a sus 94 años todavía es considerado como la eminencia gris de la política exterior de la Casa Blanca, fue el artífice de la estrategia que le posibilitó a Estados Unidos, un país sin ninguna tradición futbolística, transformarse en sede del torneo mundial de 1994. Para Kissinger, la condición de potencia futbolística fortalecería el liderazgo mundial estadounidense.

Kissinger y Qatar

Paradójicamente, Qatar siguió el criterio de Kissinger. La condición de sede del mundial 2022 es una pieza central en la estrategia de reposicionamiento internacional de un país pequeño pero inmensamente rico, que pretende traducir su poderío económico en relevancia política. Las multimillonarias inversiones destinadas a montar una infraestructura deportiva de una majestuosidad inédita ratifican que no se trata de un negocio rentable sino de una prioridad política que no repara en costos.

La cadena televisiva Al Jazeera le permitió a Qatar competir con la CNN y transformarse en el medio de comunicación más influyente del mundo islámico. Qatar Airways (una línea de bandera subsidiada por el Estado) le posibilitó establecer conexiones con el mundo entero, con una reputación internacional de calidad, y de paso convertirse en el "sponsor" del Barcelona (las camisetas del equipo catalán llevaban estampadas el nombre de la compañía). Qatar 2022 es una plataforma hacia el estrellato mundial.

Pero el punto políticamente crítico es que Qatar es la única monarquía petrolera del mundo árabe que tiene buenas relaciones con Irán, principal cliente de sus exportaciones de gas. La agudización del conflicto entre el régimen chiita de Teherán y sus vecinos sunitas del Golfo Pérsico, liderados por Arabia Saudita y aliados a Estados Unidos, determinó la aplicación de sanciones económicas al emirato y provocó su aislamiento en el plano regional. En las actuales circunstancias, con Trump denunciando el acuerdo sobre el tema nuclear que Irán había suscripto con Obama, ese conflicto amenaza derivar en confrontación.

¿2026 ó 2022?

En esta carrera por la notoriedad internacional, no podía faltar China. El presidente Xi Jinping, quien en su juventud se destacó como jugador de fútbol amateur, definió tres prioridades de cumplimiento sucesivo: "Volver a clasificarse a un mundial, organizar una Copa del Mundo y ser campeón del mundo". Empresarios chinos realizan cuantiosas inversiones en la adquisición del clubes europeos. Como antes para Washington, la organización de un campeonato mundial de fútbol pasó a ser para Beijing una "política de Estado". ¿China 2030?. Para esa postulación compiten hasta ahora Gran Bretaña y el trío sudamericano integrado por Argentina, Uruguay y Paraguay.

Arrasada su antigua dirigencia por el vendaval de acusaciones de sobornos, la FIFA atraviesa hoy una etapa signada por la incertidumbre. La organización tiene más miembros que las Naciones Unidas (211 contra 195) y un enorme poderío económico, que surge principalmente de los ingresos provenientes de los derechos de televisación de cada campeonato mundial. Rusia 2018 le proporcionará este año unos 3.000 millones de dólares. La asignación de esa masa de recursos otorgaba al Comité Ejecutivo una influencia decisiva en las asociaciones de fútbol de los países pequeños. El "FIFAgate" puso a ese manejo bajo la lupa y le quitó a sus directivos la discrecionalidad de otros tiempos.

Pero simultáneamente, al perder el poder que detentaba, la conducción de la FIFA es ahora más vulnerable a las presiones políticas. Este debilitamiento favoreció el éxito de Trump. Si bien fue adjudicado a los tres socios del NAFTA, el campeonato mundial de 2026 (el primero que contará con la participación de 48 equipos) será un evento básicamente estadounidense: 60 partidos se jugarán en Estados Unidos, 10 en Canadá y otros 10 en México.

Hay un agregado inquietante: si la justicia estadounidense llegara a verificar que la elección de Qatar fue el resultado del pago de sobornos, se abriría una instancia inédita en que esa decisión podría ser revocada y la sede escogida para el torneo del 2026 sea empleada adelantadamente en 2022. Para aquel entonces, Trump piensa estar transitando su segundo mandato.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD