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¿Cómo llegamos y cómo salimos?

Sabado, 23 de junio de 2018 00:00

¿Cómo llegamos a la crisis de 2018? ¿Qué hizo mal el gobierno para que la Argentina llegue a la crisis que se manifiesta, principalmente, en el precio del dólar que no para de subir?

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¿Cómo llegamos a la crisis de 2018? ¿Qué hizo mal el gobierno para que la Argentina llegue a la crisis que se manifiesta, principalmente, en el precio del dólar que no para de subir?

Hay varias razones, algunas que tienen que ver con errores propios del gobierno, y otros que le son ajenos.

Comenzando por estos últimos, aparece el fenómeno del aumento de tasas de EEUU que, aunque "pague poco" por sus bonos, éstos otorgan máxima seguridad, ya que se pagan en dólares y el país que los emite también imprime los billetes con que paga sus deudas.

Por otra parte, un fenómeno externo adicional ha sido el aumento del precio de los commodities, y a estas complicaciones se podrían agregar algunas más.

Del lado de los errores propios, probablemente el principal haya sido la famosa conferencia de prensa de fin de 2017, que todos interpretaron como una quita de autoridad al Presidente del Banco Central.

Sin embargo, no menos importante fue la inconsistencia que representaba un déficit fiscal financiado por endeudamiento externo, traducido en las famosas Lebac que se renovaban con incrementos en el gasto por los compromisos de intereses a pagar, que a su vez aumentaban.

De todas maneras, un error que pasó inadvertido fue que el gobierno, junto a una parte importante de los economistas, considera que la inflación es exclusiva y excluyentemente un fenómeno monetario, y que, consiguientemente, todo lo que hay que hacer para abatirla es controlar la expansión monetaria, cosa que obviamente no se podía hacer porque el propio déficit fiscal la motorizaba.

Como es abajo, es arriba...

Los orientales suelen decir que "todo es igual en todas partes, incluido el más allá". Parafraseándolos, se podría decir que del mismo modo que se determinan los precios individuales, se conforma también el conjunto de precios de la economía, vale decir, la oferta y la demanda operan a escala micro y macroeconómica.

En efecto, los precios suben "porque pueden subir"; vale decir, porque hay quienes pueden pagar estos mayores precios (demanda), o bien, suben "porque no tienen más remedio que aumentar", esto es, porque a las empresas les aumentan sus costos (oferta) y los trasladan sus precios.

Del lado de la demanda, en tanto el déficit del gobierno se mantenga constante respecto al valor del PBI, esta capacidad de compra no se ve afectada por la suba de precios y entonces "los precios pueden subir".

Por otra parte, si se incrementan las tarifas y el tipo de cambio, por una parte, y si muchas empresas tienen posiciones hegemónicas y, "ya que estamos", aumentan sus márgenes de ganancia, los precios aumentan "porque no tienen más remedio que incrementarse". Análogamente, si existe inflación y nada hace suponer que dejará de haberla, los agentes económicos poseen las así llamadas expectativas inflacionarias y cada uno se cubre como puede, y la mejor manera es revalorizar aquello que se posee y se transa en el mercado.

¿Y el dólar?...

Claramente, en un contexto de inflación, el dólar, al ser una mercancía más y tener varios atributos importantes, como el de contar con una capacidad de valor mucho más estable que el peso, es por supuesto un bien cuyo precio "puede subir", porque nunca le falta demanda.

La pregunta, sin embargo, es: ¿por qué, en algunas circunstancias, como la que se está viviendo en 2018 en la Argentina, aumenta de la manera extraordinaria en que lo hace?

La respuesta, nuevamente es: por la oferta y la demanda. En el caso de la primera, la principal oferta genuina de moneda extranjera, esto es que no se origina en endeudamiento, se vio afectada por la sequía, a la vez que las propias condiciones de suba incesante del dólar hacen que para los exportadores no sea conveniente vender dólares, porque hacerlo más adelante supondría conseguir cotizaciones más altas.

Del lado de la demanda, es claro que quienes están en condiciones de comprar varios miles de millones de dólares no son precisamente pequeños ahorristas, aunque sumen a muchos argentinos, sino quienes disponen de una gran e inmediata capacidad de compra. En tal caso, un importante candidato que reúne estos requisitos es el sistema bancario, y la pregunta es, ¿por qué los bancos u otros grandes compradores similares adquirirían tanta cantidad de dólares?

Una posible respuesta es que, aunque la literatura enseña que el tipo de cambio y la tasa de interés están inversamente relacionados, es claro que a un cierto nivel de tasas de interés, si bien hay muchos ahorristas que llevan sus recursos a los bancos, en cambio muy pocos solicitan créditos porque son muy caros, como el propio Gobierno se abstiene de hacer en buena medida, y por las mismas razones.

¿Qué otro negocio pueden realizar los bancos con esa capacidad prestable, si no les son solicitados préstamos?

Pues ­comprar dólares! Sin duda, al hacerlo, y en la medida en que su precio aumenta progresiva y considerablemente, su capacidad prestable no se desvaloriza, a la vez que los bancos realizarán ganancias de capital cuando vendan esos dólares a un precio mucho mayor al que los adquirieron.

¿Qué hacer?

Si se actúa despojado de reduccionismos monetaristas, habría que reconocer que la inflación obedece a presiones de demanda y de oferta, y actuar sobre ambas. En el caso de la demanda, y como unánimemente se reconoce, el Gobierno debe reducir su déficit fiscal. Del lado de la oferta, y comenzando por el tipo de cambio, la forma de frenar su aumento sistemático es reducir la capacidad de compra, al menos de los bancos, elevando los encajes, esto es, las reservas que los bancos deben mantener en sus tesoros respecto a sus depósitos. Paralelamente, volcar una masa suficiente de moneda extranjera en el mercado para obligar así, desde dos frentes, a la disminución del tipo de cambio.

Respecto a los precios, debería conformarse un esquema automático de reducción de aranceles de alcance permanente, al menos para los productos de empresas concentradas, de modo tal que, en caso de subas de precios que superen los porcentajes de devaluación, las reducciones operen “ipso facto”, y lo mismo si hay bajas apreciables del tipo de cambio que no se vean acompañadas de similares caídas en los precios internos.

Sin duda, se podrían añadir otras iniciativas que operen sobre estos dos mercados sensibles que son el cambiario y el de los precios, especialmente en el caso de las industrias concentradas. Sin embargo, estas dos iniciativas, el aumento de los encajes y consecuentemente de las reservas de los bancos, y la reducción de aranceles, probablemente tendrían impactos razonablemente eficaces y en corto tiempo.

Los romanos decían ser “amigos de Platón, pero más amigos de la verdad”. Ésta sería una buena consigna para los economistas monetaristas, más enamorados de su papel de “custodios de la fe”, que empeñados en colaborar con iniciativas rigurosas, pero atadas a la realidad más que a una dudosa ortodoxia.

 

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