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Lo absoluto es que todo es relativo

Domingo, 24 de junio de 2018 00:00

Vivimos una época marcada por la imprecisión, el movimiento permanente, por cambios constantes y vertiginosos. Lo moderno es lo actual, lo reciente y lo novedoso que se reintroducen como primicias que hacen de la modernidad un tiempo siempre presente.

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Vivimos una época marcada por la imprecisión, el movimiento permanente, por cambios constantes y vertiginosos. Lo moderno es lo actual, lo reciente y lo novedoso que se reintroducen como primicias que hacen de la modernidad un tiempo siempre presente.

El hombre, que antes se pensaba a sí mismo como una criatura de Dios, o que razonaba su existencia a la luz de los grandes filósofos de la historia, se fue desvinculando progresiva y obstinadamente de aquellas creencias que le daban respuestas casi absolutas a las preguntas más profundas y trascendentales sobre el ser y su existencia, dejando así caer las explicaciones que ordenaron la vida humana durante más de doscientos años.

El conocimiento posmoderno no ha logrado aún fundamentar su "estar- en- el- mundo" y tiene por delante el desafío de reformular otras respuestas tan consistentes como las que se valoraban en el pasado.

Lo absoluto es que todo se ha vuelto relativo.

Flotar en la marejada

Cuando todo es discutible, también se vuelven cuestionables las certidumbres y los pilares de la subjetividad. El fenómeno de la inestabilidad se va instalando cada vez con más fuerza en nuestra cultura, generando nuevas ansiedades, tensiones y desconciertos. Sin anclajes ni consistencias, el individuo posmoderno permanece a flote, sin poder hacer una adecuada y necesaria representación de sí mismo y del mundo.

El proyecto moderno, fundado en la centralidad del sujeto como ser racional, prometía liberar al individuo del guante de hierro de las reglas y de las identificaciones pasadas, para colocarlo como dueño y señor de este tiempo, nombrándolo el intérprete de la historia, de la verdad y el dador de sus fundamentos. En síntesis, convertirlo en el creador de un nuevo orden.

Es así como el hombre nuevo de la historia, pasa a ser un sujeto dotado de un objeto supremo: la razón, instrumento que, junto a la libertad obtenida tras romper con la historia y la cultura, con la filosofía y sus saberes, con los dioses y sus dogmas, tiene que enfrentar ahora la colosal tarea de reordenar el caos y las dispersiones propias del mundo, reclasificar y revalorizar las cosas, crear una representación consistente sobre el valor humano, la vida, y la muerte. Dar respuestas a las preguntas del ser y su existencia, sobre el dolor, las pérdidas y la Justicia así como deberá entre tantos universos, no solo discernir, sino también fundamentar dónde está el bien y donde está el mal.

El uso de la razón y la libertad humanas de un modo que ni el propio Descartes hubiera imaginado - bastaron para someter una verdad, un valor, un principio o un ideal, al juicio de todos, y fragmentarlas en infinitas interpretaciones, en miles de partes y en nuevas versiones. Una noción cualquiera, hoy, puede transformarse en múltiples nuevas nociones. Es como convertir un continente en miles de archipiélagos.

Un signo, una palabra, un ente y hasta un artículo gramatical, es ahora discutido desde la lógica de la inclusión sexual.

Más allá de las excentricidades de algunas comunidades que van cayendo sin remedio por la precariedad de sus argumentos, es importante tener en cuenta los efectos que produce esta multiplicidad de visiones sobre asuntos vitales al desarrollo y a la estabilidad emocional de las personas.

De aquellos polvos vinieron estos lodos

La modernidad nace de un don, que es la capacidad de indagar, de analizar el comportamiento humano a lo largo de la historia, así como la de estudiar nuestras acciones y criticar sus influencias en la historia, en las ciencias, las artes, la filosofía, en la justicia, en la política y los nuevos descubrimientos.

En nombre de la libertad y de la razón, la modernidad da vuelta la página de la historia dejando atrás el diálogo de los hombres con sus dioses y con los antiguos pensadores de la antigedad. Desde las distintas interpretaciones estamos discutiéndolo, cuestionando, y criticándolo todo. Hemos puesto bajo sospecha los conocimientos filosóficos, la historia, la teología, la cultura, la educación, los valores y los principios, así como los derechos y los deberes humanos.

La libertad individual no tiene rival y se ha convertido en el centro, en el nuevo regente de las decisiones, como una horma a la que deben adecuarse no solo las normas institucionales, las reglamentaciones estatales, sino que es el valor prínceps al que se someterán incluso los otros valores.

La posmodernidad trajo éste nuevo orden que produce, como todos, nuevos desórdenes. Entre ellos: la búsqueda de la felicidad como un estado permanente, una felicidad sin fisuras, sin costo y "abandonada a la ilusión de que en las cuentas sólo figura el haber" tal como afirma Zygmunt Bauman en "La posmodernidad y sus descontentos".

¿Basta con romper el molde, liberarse y transitar la vida sin el peso del pasado? La deconstrucción de aquellas verdades de ayer, requieren hoy una nueva edificación - que podrán ser distintas- pero no pueden ser nunca menos sólidas.

Podemos enterrar el pasado y dedicarnos a una transformación cultural y social, pero no se puede derribar un sistema de conocimientos sin crear paralelamente otro igualmente sólido y ante todo, capaz de una reconstrucción que esté a la altura de ésta civilización. O se puede - es evidente- pero a un costo demasiado elevado.

Sin Platón y sin Dios 

Sin respuestas a las preguntas trascendentales de la existencia, pero creyéndose un conquistador de nuevas realidades, cada quien obtiene su cuota de poder y de satisfacción, a cambio de nuevos desórdenes mentales, de mayores angustias, de ansiedad y depresiones verificables en todas las edades del desarrollo humano, como nunca antes se registrara.

El aburrimiento, la fugacidad de las satisfacciones, la liviandad de los lazos sociales y la inestabilidad laboral son los síntomas más notables de esta época, junto a la dependencia de los objetos de consumo que el mercado lanza continuamente. Por consiguiente, el dinero se ha convertido en el garante y en el medio indispensable para satisfacer las nuevas necesidades; y obtenerlo en las cantidades deseadas requiere de otros excesos, como aumentar desmesuradamente las horas de trabajo, promover la corrupción, robar o incluso matar por dinero si es necesario. “Es la época de la desregulación -señala Bauman- marcada por el ansia individual cada vez mayor por un placer cada vez más placentero. El principio de realidad tiene que defenderse hoy en día, ante un tribunal de justicia en el que el principio del placer es el máximo juez”.

Esta humanidad tan huérfana de conocimientos, camina a tientas y encandilada por un sinfín de informaciones que, lejos de indicar un rumbo cierto, terminan produciendo mayores desconciertos.

Sin el objeto de la razón a su alcance, el nuevo sujeto de la era moderna se pierde en las fauces de la posmodernidad, constituyéndose así en un objeto. Se ha convertido como nunca antes en el centro y lo es, sin lugar a dudas- de los sectores más interesados en el objeto-sujeto sobre el que recaen la avidez de la ciencia, de la tecnología, del mercado y del consumo, mientras una infinidad de nuevas subjetividades, sin rumbo y sin respuestas a las preguntas esenciales, van quedando lenta pero inexorablemente alienadas a la imagen y a la apariencia.

Sin un ideario consistente, sin verdaderos fundamentos, pero en nombre de la transformación constante, vivimos haciendo y sometiéndonos a toda clase de experimentos. Y mientras tanto, seguiremos discutiendo los problemas de fondo, los existenciales, por qué vinimos al mundo, por qué el dolor, la vida y la muerte, el deseo, la felicidad, el amor, lo imposible, el alma o la trascendencia.

¿Cuánto más estamos dispuestos a sacrificar en el altar de la fugacidad?

 

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