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“La ceremonia de leer es solitaria, tremendamente compleja y múltiple”

Télam entrevistó a la escritora  Sylvia Iparraguirre
Domingo, 24 de junio de 2018 15:49

El descubrimiento de una vida paralela que “empezaba y terminaba con la lectura”, el encuentro con autores admirados, las clases de antigua literatura germánica a cargo de Borges y los rituales de lectura y escritura compartidos con Abelardo Castillo son algunas de los momentos de la autobiografía literaria de Sylvia Iparraguirre condensados en “La vida invisible”, su último libro.
“El gusto por la lectura nació asociado a la libertad”, señala Iparraguirre (Junín, 1947) en las primeras páginas del libro publicado por Ampersand, en su colección Lectores, en la que se sistematizan los mapas de lecturas de autores como Noé Jitrik, Alan Pauls, Sylvia Molloy y Daniel Link.
La autora de títulos como “La tierra del fuego”, “El país del viento” y “La orfandad” habló sobre sus obras.

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El descubrimiento de una vida paralela que “empezaba y terminaba con la lectura”, el encuentro con autores admirados, las clases de antigua literatura germánica a cargo de Borges y los rituales de lectura y escritura compartidos con Abelardo Castillo son algunas de los momentos de la autobiografía literaria de Sylvia Iparraguirre condensados en “La vida invisible”, su último libro.
“El gusto por la lectura nació asociado a la libertad”, señala Iparraguirre (Junín, 1947) en las primeras páginas del libro publicado por Ampersand, en su colección Lectores, en la que se sistematizan los mapas de lecturas de autores como Noé Jitrik, Alan Pauls, Sylvia Molloy y Daniel Link.
La autora de títulos como “La tierra del fuego”, “El país del viento” y “La orfandad” habló sobre sus obras.

 
El libro se llama “La vida invisible”, ¿por qué?

No es una descripción sino una constatación, porque durante mi infancia, cuando empecé a leer, y en la adolescencia, en los momentos en los que leía, estaba muy abstraída y me decían que estaba en babia, que estaba en otro mundo literalmente. Posteriormente me di cuenta que tenía dos vidas: una era la visible, en la que hacía lo que tenía que hacer, y otra cuando llegaba el momento de la lectura, ahí ocurría la vida invisible que era lo que sucedía entre el libro y yo. Esa era la vida invisible: la relación que todo lector establece con un libro, con los libros sucesivos que va leyendo, con la relación que esos libros traban entre sí y la relación que ese mapa hace con vos.

En ese mapa la biblioteca de tu abuela en Los Hornos ocupa un lugar central

La primera escena de mi vida como lectora se arma ahí. Para mí el acto de leer es solitario, tremendamente complejo y múltiple porque estás en contacto con un montón de personajes. Esa situación de lectura se da en mi infancia en Junín, donde nací, y en Los Toldos, donde estaba la familia de mi papá.Y justamente en Los Toldos estaba la biblioteca de mi abuela que para mí fue el lugar de las enciclopedias. Hay dos libros que recuerdo especialmente de esa etapa: “Marido y mujer” y “Robinson Crusoe”. 

Hablas de lectura literaria. ¿Cómo la definirías?

La lectura literaria se aprende con el tiempo, no es algo fácil de desentrañar. Primero leemos historias y personajes, actores de esas historias, con el tiempo aprendemos que hay una trama armada, que hay un tiempo noveslístico, que los personajes tienen facetas. Que el tiempo puede estar quebrado, que se va y viene en el tiempo. El libro no flota en el aire, sale en un momento dado y se relaciona con todos los que han salido simultáneamente y con los libros del pasado. La lectura literaria es una instancia más madura de la lectura.

Hay un capítulo dedicado a Borges en el que aparece su faceta como profesor

Era cero estricto y se ponía nervioso si uno se equivocaba. Tengo muy presentes sus clases: venía gente de otras carreras como ingeniería. Era un aula muy chica, la gente se sentaba en el piso. Era muy británico para contar las cosas, hablaba de compadritos del norte con un aspecto británico total, con su chaleco con el reloj. Era desopilante. El humor era un modo de hacernos entrar en el mundo que quería darnos. La materia era antigua literatura germánica y la traía al presente.

Más adelante hay un reencuentro con Borges...

Sí, en el 83 una señora llamada Ester de Izaguirre organizaba charlas y cursos en su casa. Abelardo había ido a dar cursos. El día que fue Borges ella le pidió que hiciera de moderador y manejara el diálogo con la gente. Fue una noche inolvidable. Borges venía de los Estados Unidos, había estado en la universidad de Texas, en Austin, y había hablado frente a 2000, 3000 alumnos y aterrizaba en Buenos Aires y una semana después estaba hablando para 20 personas en Villa Crespo.

Con Ray Bradbury también hay una escena de reencuentro...

Mi contacto con la ciencia ficción empezó muy temprano, tendría 14 o 15 años, y leí el cuento “Caleidoscopio” de Bradbury y me marcó. Al pensar en el entramado de lecturas fui pensando cómo contarlas y no quería hacer un listado soporífero de libros. Estuve viendo escritores que escribieron sobre libros. Por ejemplo, Henry Miller tiene “Libros de mi vida” y es tremendamente aburrido. En sus novelas no tiene nada de aburrido, pero ese libro es intransitable. Me di cuenta que cada uno le tiene que dar su forma entonces decidí darle un tono narrativo porque soy narradora y me siento cómoda en la forma narrativa en primera persona. En esa línea autobiográfica, quién me iba a decir a los 13 años que iba a conocer a Ray Bradbury.

Entre las anécdotas que contás con Abelardo Castillo, hay competencias como de qué escritor podían ser personajes las personas que conocían. En todas se destaca el humor...

También de qué autor éramos personajes nosotros mismos y en distintos momentos de la vida. Nos divertíamos muchísimo, me sigo divirtiendo con él cuando leo su diario. No hubiera podido estar 48 años con un hombre sin sentido del humor porque me parece capital para entender la vida, para sobrellevarla. Nuestro enganche no fue intelectual, nos gustamos.

También relatás que tenían rituales de escritura muy diferentes

Nuestros intereses narrativos, temáticos, de personajes eran diferentes por completo. Lo que nos atraía de la realidad como tema literario era diferente. Había núcleos esenciales sobre el mundo, sobre la justicia, sobre ideología que compartíamos profundamente. Era impaciente para mostrar las cosas, yo más cautelosa. Me mostraba algo que acababa de escribir o que era un borrador y a mí me parecía ultra terminado. Era muy noctámbulo, a mí me gustaba leer de noche pero era más diurna. Los modos de escribir eran muy distintos también, yo podía trabajar dos o tres cosas simultáneamente, de hecho lo hago; él obsesivamente en una sola. Él llevaba un diario desde los 18 años. Era de una voluntad enorme que le permitió hacer un fichero con todos los libros de esta casa que ahora son cerca de 7000. Yo soy incapaz de hacer algo así.

Al momento de definirte como lectora decís que sos una mezcla de lectora académica con una espontánea

En un punto sí, aunque prevalece una o la otra. Uno lee con ciertos parámetros que no son los primarios, te ponés más exigente con las lecturas, seleccionás más tu canon de maestros.

¿Estás trabajando en alguna historia de ficción?

Sí, en una historia que retomé: mi experiencia al llegar a Buenos Aires. En esa llegada a Buenos Aires vivía en un pensionado y desde ahí iba a Filosofía y Letras. La novela ocurriría desde la muerte del Che hasta la llegada del hombre a la luna.

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