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Los derechos son cosa seria

Lunes, 16 de julio de 2018 00:00

La cultura de los argentinos descubrió los derechos humanos a partir de 1983. Antes, era simplemente un ítem que consideraban exclusivamente algunas elites. Pero esas elites, enojadas con Juan Domingo Perón, en 1955 ignoraron nada menos que el bombardeo sobre Plaza de Mayo. Y en 1972 consideraron casi normal la masacre de Trelew, como si hubiera quedado algún resquicio de dudas de que se trataba de un fusilamiento de prisioneros.

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La cultura de los argentinos descubrió los derechos humanos a partir de 1983. Antes, era simplemente un ítem que consideraban exclusivamente algunas elites. Pero esas elites, enojadas con Juan Domingo Perón, en 1955 ignoraron nada menos que el bombardeo sobre Plaza de Mayo. Y en 1972 consideraron casi normal la masacre de Trelew, como si hubiera quedado algún resquicio de dudas de que se trataba de un fusilamiento de prisioneros.

Claro que las organizaciones armadas que lanzaron la "guerra integral, popular y prolongada" -que nunca existió, según se interpreta en estos días- tampoco creían en los derechos humanos. La referencia de Fidel Castro y el Che, y más remotamente del stalinismo y el maoísmo, no hubieran resultado compatibles. Unos y otros creían que los derechos humanos son "impunidad para los amigos ... y para los enemigos, ni justicia". Doloroso, pero cierto.

Pero esto es pasado. Lo que no es pasado es el hábito de medir con distinta vara casos similares.

No hace mucho, con la obscenidad intelectual que lo caracteriza, Luis D'Elía afirmó que las víctimas de la represión en 2001 (36 personas) eran luchadores populares, mientras que los muertos en los saqueos y ocupaciones de tierra entre diciembre de 2010 y 2014 (alrededor de 55 personas en todo el país) eran agentes del imperialismo. Es decir, que la represión de De la Rúa sería obra del imperialismo mientras que la de Cristina formaría parte del proceso de liberación nacional.

Las caricaturas, a veces, son ilustrativas.

D'Elía es uno de los imputados por el acuerdo de Cristina Kircher con Irán, declarado inconstitucional, simplemente, porque cedía la soberanía de la Justicia argentina a ese país para garantizar la impunidad de los funcionarios de ese país involucrados en el atentado terrorista contra la AMIA. Cabe recordar que la expresidenta había pronunciado varios discursos acusatorios contra el gobierno de Teherán en la Asamblea de la ONU.

Junto con el expiquetero D'Elía, fueron imputados el camporista Andrés Larroque y el activista profesional Fernando Esteche.

Es probable que los tres, alineados en su momento con Hugo Chávez, hayan creído que una alianza con Irán podía favorecer una posicionamiento antiimperialista del país.

La fantasía política da para todo.

Pero lo cierto es que el fundamentalismo chiíta es una de las formas más refractarias de machismo y misoginia que perduran en el planeta.

A mediados de mes, en pleno debate por el aborto, el feminismo argentino -cristinismo incluido- guardó absoluto silencio sobre la detención de Nasrin Sotoudeh, abogada de derechos humanos iraní, acusada de atentar contra la seguridad nacional por defender a mujeres que enfrentan condenas de prisión en Irán por protestar pacíficamente contra la ley del uso obligatorio del velo.

Nasrin Sotoudeh ha recibido muchos y prestigiosos premios en el ámbito de los derechos humanos. Ferviente defensora de los derechos de las mujeres, de menores condenados a muerte, periodistas y kurdos, fue condenada sin estar presente y arrestada en su casa sin explicación. Es cierto que la ola feminista ha llegado a la teocracia iraní y son muchas las mujeres encarceladas por sacarse el velo tradicional. Seguramente ese atuendo será historia dentro de poco.

Lo que sorprende, nuevamente, es la persistencia de la doble vara para medir los derechos, según como encajen al armado ideológico.

Detrás de esa ambigedad asoma otra fisura conceptual: atribuir el machismo a la sociedad patriarcal y a la Iglesia es un simplismo, aplicado a temas que no admiten frivolidades.

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