¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

24°
28 de Marzo,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

El último viaje del General Manuel Belgrano, héroe de Tucumán y Salta

Quería morir en Tucumán, pero la ingratitud de muchos de sus exaliados lo hizo desistir.
Sabado, 21 de julio de 2018 22:45

Era octubre de 1819 y el General Manuel Belgrano ya se encontraba de nuevo en Tucumán. Su salud estaba muy delicada y al parecer, había resuelto morir en esa ciudad que tanto amaba y donde el 4 de mayo de ese año, había nacido su adorada hija Manuela Mónica con Dolores Helguero.

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

Era octubre de 1819 y el General Manuel Belgrano ya se encontraba de nuevo en Tucumán. Su salud estaba muy delicada y al parecer, había resuelto morir en esa ciudad que tanto amaba y donde el 4 de mayo de ese año, había nacido su adorada hija Manuela Mónica con Dolores Helguero.

Pero un mes después la suerte de Belgrano cambió por completo y también, su sentimiento para con Tucumán. 

Es que el 11 de noviembre por la noche, se habían sublevado los piquetes residuales del Ejercito del Perú, la misma fuerza con la que había triunfado años antes, en Tucumán y Salta (1812 y 1813).

Encabezaba el motín tucumano, el capitán Abraham González, oriundo de la Banda Oriental y que Mitre lo definió cuando escribió la Historia de Belgrano, como “un hombre charlatán, vulgar y de malas costumbres”. 

Pero el motín de Tucumán no era un levantamiento aislado. Por el contrario, tenía ramificaciones en La Rioja, Catamarca, Santiago del Estero, Cuyo y Córdoba, donde estaba el foco de la conspiración urdida contra las autoridades del gobierno de Buenos Aires.

En Tucumán, el capitán González obraba de común acuerdo con Bernabé Aráoz, coronel de milicias que había tenido un papel destacado en la batalla de Tucumán, pero que Mitre lo había definido como un “hombre de limitados alcances políticos..., enemigo de Güemes, amigo aparente de Belgrano y admirador de San Martín”.

El hecho es que Bernabé Aráoz adhirió al alzamiento contra el gobierno central por resentimiento, pues éste lo había desplazado como gobernador intendente de Tucumán y en su reemplazo había designado a de la Mota y Botelho. 

Al producirse el motín aquella noche de noviembre, el jefe de las tropas, coronel Arévalo, intentó resistir la rebelión armada pero fue reducido y detenido por González, mientras que el gobernador de la Mota y Botelho fue herido de un bayonetazo. 

Belgrano detenido

Luego de este operativo, el capitán González se dirigió personalmente a la modesta casa del General, por entonces lindera a la actual plaza Belgrano de San Miguel de Tucumán. Y allí encontró al general postrado en su catre. 

Al ver invadida su casa por tropas armadas, Belgrano se dirigió al capitán González y le dijo: “¿Qué quieren de mí? Si es necesaria mi vida para asegurar el orden público, aquí está mi pecho, quítenmela”. González, -confirmando el concepto de Mitre sobre su persona- ni le respondió pero ordenó que se le remachase una barra de grillos, aún cuando sus piernas estaban hinchadas por la enfermedad y no podían soportar siquiera el contacto con la ropa. Ante semejante atropello, el Dr. Joseph Redhead, su amigo y médico de cabecera, se opuso enérgicamente, logrando evitar que se concretara semejante afrenta a Belgrano e insulto a todos los héroes de la guerra de la Independencia que aún estaban peleando.

Al retirarse González, dejó un centinela de vista a la puerta del cuarto de Belgrano, ultrajándolo una vez más.

En la madrugada siguiente, González se proclamó Comandante General de Armas, y convocó al pueblo al toque de campana municipal, obligando al Cabildo de Tucumán designar a Bernabé de Aráoz, gobernador de la “provincia independiente de Tucumán”. 

La revuelta fue calificada tiempo después por el General Paz, como “la primera chispa del incendio que cundió luego por toda la República”.

Y quería a Tucumán como a su propia tierra...

Después de las humillaciones sufridas, el General Belgrano se sintió muy mal. Y pronto fue atacado por la depresión y la melancolía. Abandonado por influencias de Aráoz, por los que se decían amigos, y además, sometido a una extrema pobreza, se vio obligado a apelar a los pocos amigos que le quedaban, quienes lo socorrieron con dinero para poder enfrentar las más elementales necesidades. 

Por las tardes, cuando la enfermedad se lo permitía, se hacía ayudar para salir a caballo y recorrer solitario los campos aledaños de naranjos y donde años antes, había conocido la gloria y los laureles, y también, el halago fácil de los hombres falsos e ingratos. 

En una de esas tardes que le acompañaba -cuenta Mitre- uno de sus amigos, le dijo: “Yo quería a Tucumán como a la tierra de mi nacimiento; pero han sido aquí tan ingratos conmigo, que he determinado irme a morir a Buenos Aires; pues mi enfermedad se agrava día a día”.

Adiós a Tucumán

El 17 de enero de 1820, Belgrano se dirigió por escrito al gobernador Aráoz solicitándole a cuenta de lo que se le debía, $2.000 para viajar a Buenos Aires. A los dos días recibió la repuesta oficial: “El tesoro provincial está exhausto, por haber invertido sus recursos en gastos de guerra”. Léase motín, pues por entonces, el único que hacía la guerra en el norte era Güemes. Obviamente, fue una mala noticia para Belgrano, y más aún cuando vió la firma del Dr. José Mariano Serrano, su antiguo amigo. 

La negativa del gobierno empeoró el ánimo de Belgrano y así, una tarde le dijo a uno de los pocos amigos que le visitaban, don José Celedonio Balbín: “Ya no podré ir a morir a Buenos Aires; no tengo recursos para moverme. ¡He escrito al gobernador pidiéndole dinero y caballos para mi carruaje, y me negó todo!”. 

Ante ello, de inmediato Balbín le ofreció el dinero que necesitaba. El General aceptó la oferta solo con la condición de que sea con cargo de devolución. Y así, 
en los primeros días de febrero de 1820, el General partió para Buenos Aires. Iba con el Dr. Redhead, su capellán P. Villegas, y sus ayudantes de campo Gerónimo Elguera y Emilio Salvigni. Tenía sus piernas hinchadas y viajaba postrado. Cuando llegaban a una posta, sus ayudantes lo bajaban del carruaje en hombros. 

Ya en territorio cordobés, llegó a una posta al anochecer. Luego de ser colocado en una cama, Belgrano pidió que llamasen al maestro de posta. Este desde la otra pieza dijo en voz alta: “Díganle al General Belgrano que si quiere hablar conmigo, que venga a mi cuarto, que hay la misma distancia...”.

Al atravesar la ciudad de Córdoba, pidió al gobernador interino, don José Díaz, un auxilio en dinero para continuar viaje, y éste se lo negó como lo había hecho el gobernador Aráoz en Tucumán. Pero en Córdoba, el comerciante Carlos del Signo, le ayudó con $418, dinero con el cual, el creador de la Bandera y vencedor de Tucumán y Salta, pudo llegar, en marzo de 1820, a su casa natal en Buenos Aires, donde falleció tres meses después.

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD