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19 de Abril,  Salta, Centro, Argentina
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La construcción de la democracia

Sabado, 18 de agosto de 2018 00:00

Largos años de regímenes dictatoriales o cesaristas han dejado profundas huellas en nuestra cultura y en nuestras élites, y tienen mucho que ver con la decadencia que padecemos.

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Largos años de regímenes dictatoriales o cesaristas han dejado profundas huellas en nuestra cultura y en nuestras élites, y tienen mucho que ver con la decadencia que padecemos.

En realidad, luego del finalmente fallido intento protagonizado por la así llamada "aristocracia republicana" (según la describe el investigador Juan Ignacio Quintián) Salta careció -y carece hasta aquí- de un proyecto regional autónomo de producción y bienestar que se haya propuesto integrar a todos los estamentos sociales y a todos los territorios de la provincia. Salta fue también incapaz de definir un modo inteligente de relación con el mundo y con el Estado nacional argentino.

Esta doble incapacidad, reiterada desde 1930 a la fecha, tiene que ver con la histórica primacía de regímenes autoritarios que se consolidaron gracias a las carencias de educación cívica de amplios sectores de la ciudadanía y a la genérica precariedad de nuestra clase dirigente en sus sucesivas conformaciones generacionales.

Dejando para otra oportunidad mis apuntes sobre la educación para la ciudadanía y sus resultados en Salta y no sin antes recordar el encomiable empeño de Carlos S. Fayt y sus tribunas democráticas (1957), dedicaré los párrafos que siguen a analizar brevemente algunas de las ideas que inspiraron a nuestra clase dirigente y el papel cumplido por esta en los últimos 90 años.

Ni federales ni republicanos

Es posible afirmar que en este dilatado período de nueve décadas buena parte de los dirigentes salteños optamos, de un lado, por seguir postulados unitarios, más allá de ocasionales retóricas federales; y, de otro, fuimos inconsecuentes -bien es verdad que en diferente medida- con el ideario republicano y democrático.

Así, por ejemplo, mientras algunos conservadores construyeron posiciones parcialmente federales alrededor de los hidrocarburos y de nuestra riqueza minera, muchos de ellos se mantuvieron fieles al viejo unitarismo, sobre todo a través de su adhesión a las reiteradas dictaduras, para terminar intercambiando convicciones por cargos públicos incluso durante el kirchnerismo.

A su vez, radicales y peronistas, a raíz de su común visión movimientista, vertical y nacionalista de la política, subordinaron los intereses regionales y locales a los designios de sus dos caudillos nacionales: Irigoyen y Perón.

Por supuesto en ambos movimientos mayoritarios existieron y existen excepciones y matices: dentro del radicalismo sobresale el caso de Joaquín Castellanos, que luchó por ideales republicanos y federales, hasta terminar desplazado por el propio presidente Irigoyen. Dentro del peronismo puede citarse el caso de Ricardo J. Durand agriamente enfrentado por la ortodoxia peronista conservadora, que expresó una cierta idea federal, pero divorciada, eso sí, de mínimos compromisos con la democracia.

La antinomia peronismo / antiperonismo reforzó las inconsecuencias de ambos partidos miembros del movimiento nacional y popular. Así fue cómo el primer peronismo esgrimió también en Salta -y con tenues excepciones- sus aristas más autoritarias, antirrepublicanas y excluyentes, y cómo el radicalismo se plegó a operaciones cívico militares golpistas.

Aquellas inconsecuencias históricas de nuestras principales fuerzas políticas con el Proyecto Constitucional alberdiano de 1853 tienen mucho que ver con lo sucedido en Salta a lo largo del período 1930/2018.

De terrorismos y dictaduras

La proscripción del peronismo y las tres dictaduras que iniciaron su tenebroso ciclo en 1955, promovieron en la Argentina la militarización de la política y la destrucción del Estado de Derecho. Salta, como es natural, no se mantuvo al margen de estas luchas y de sus derivas autoritarias y violentas.

En nuestra provincia, la guerra civil larvada que vivimos incidió marcadamente en una nueva espiral de decadencia de la cultura ciudadana y en el empobrecimiento intelectual de nuestra clase dirigente. Mi generación (al menos buena parte de ella) se formó en el desprecio a las formas democráticas y en la aspiración de instaurar regímenes hegemónicos. La generalización del terrorismo y la decisión de construir una "patria" excluyente (peronista o socialista), han de inscribirse en el peor pasivo de la generación sesentista.

Y no se piense que este desvarío fue sólo responsabilidad de los jóvenes peronistas de la Salta de entonces: a este delirio se sumaron jóvenes de la izquierda, de la democracia cristiana, del radicalismo, del nacionalismo; las "formaciones especiales" se nutrieron incluso de hijos de viejos conservadores que miraban sin comprender.

Tras la "primavera alfonsinista" (que en Salta coincidió con el gobierno de Roberto Romero), el peso de aquel pasado unitario, autoritario y tendencialmente conservador inauguró un ciclo en donde se acentuaron corrientes históricas, sin que los nuevos talentos cívicos (que sin duda existen entre nosotros) lograran revertirlas.

Un régimen con aristas monárquicas

Con esta trayectoria a la vista, el resultado era casi inexorable: La consolidación de un régimen cerrado, gestor de la decadencia, populista, clientelar conservador, machista, confesional y oscurantista. Un régimen que hizo de la obsecuencia al gobierno de la Nación una bandera a contramano de los mandatos federalistas y de nuestros legítimos y postergados intereses colectivos. Un régimen en donde reinan el nepotismo y las ocultas aspiraciones dinásticas.

Me refiero al mismo régimen que aceleró y se reforzó con la destrucción o el debilitamiento de los partidos políticos, convirtiendo a muchos de ellos en aburridas oficinas en donde se cocinan candidaturas y que funcionan sólo cuando toca recolectar votos.

Que el régimen salteño triunfe periódicamente en las urnas, en la legislatura y en ciertas sentencias de la alta magistratura no lo convierten, a mi entender, en un régimen legítimo, por no hablar de su escandalosa ineficacia que sufren los excluidos, pero también quienes trabajamos y producimos en nuestra provincia.

Esos triunfos son, en rigor de verdad, fruto de diseños institucionales amañados que distorsionan la voluntad de los electores y facilitan la perpetuación en los cargos.

Deserciones y decadencia 

En la política de Salta sucede lo que todos sabemos que sucede, no por fatalidad ni sólo por los mezquinos designios de los que mandan por décadas.

En este resultado cuenta mucho la deserción de ciertas élites que han concluido en la inutilidad de la política, o han sucumbido a los encantos de vivir del presupuesto. Cuentan mucho las debilidades formativas que padecen amplias capas dirigenciales fruto, como queda dicho, de largos años de dictaduras, oscuridades, populismos y caídas de la calidad educativa incluso en las universidades.

Mi generación (me refiero especialmente a quienes fuimos jóvenes peronistas en los años de 1960 y 1970) se formó, salvo muy honrosas excepciones que tengo en mi memoria, en un clima de pereza mental. No hacía falta pensar pues para ello estaba el líder infalible. 

Muchas veces bastaba con idear una consigna (o repetir las creadas por otros), del estilo “patria o muerte”, “unidos o dominados”, “fe en el mando”, y tratar de presentar lo que era simplismo como la destilación de un mundo de ideas y programas. Los intelectuales de entonces solíamos pensar más en cómo halagar o llegar a las masas que en asumir la tarea de responder a la complejidad (Edgard Morin) de la vida política, económica y social.

La intolerancia

En este breve repaso autocrítico me atrevería a afirmar que mi generación (y entran aquí los no peronistas) es la responsable de haber fomentado un clima de intolerancia, en donde el diálogo, los debates y la negociación son vistos como verdaderas traiciones. 

Si bien no es fácil identificar el momento en que comenzó el reinado de las antinomias, de las descalificaciones, de los odios políticos, creo que nosotros sesentistas sucumbimos a todas estas plagas. 

Mis entusiasmos actuales parecen ceder cuando compruebo que hay jóvenes que se muestran dispuestos a reincidir en esta línea antidemocrática que, en el fondo, sólo sirve para apuntalar al régimen que, muchos, queremos cambiar construyendo los cimientos de una Democracia Constitucional 
 

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