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A cien años del tifus que atacó a Molinos

La epidemia se cobró la vida del Dr. Abraham Fernández que con gran vocación había ido a combatir el mal.
Sabado, 25 de agosto de 2018 20:46

El médico español, Abraham Fernández Hernández.

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El médico español, Abraham Fernández Hernández.

El pasado 14 de agosto se cumplieron cien años de que en el pueblo de Molinos, pleno corazón del Valle Calchaquí, dejó de existir el médico sanitarista, Dr. Abraham Fernández Hernández. Y de pura casualidad, pues poco tiene que ver la medicina con la poesía, ese mismo día nacía en el pueblito de Cerrillos el poeta Manuel José Castilla. Mientras al médico le arrebataba la vida el mal que había ido a combatir, en Cerrillos, no una cigüeña sino un tren traía un niño al mundo. Era el hijo del jefe de estación, don Anselmo Castilla. Y mientras en Molinos, doña Fanny Cardona cerraba con inmensa pena los ojos de su joven esposo, en Cerrillos, los brazos de doña Carmen González, la partera del pueblo, acunaba un niño que pronto comenzaría a jugar con letras, rimas, coplas y sonetos. 
En fin, poco tiene que ver la medicina con la poesía, pero aquel 14 de agosto de 1918, sin querer, el destino unió a estos dos hombre que amaron Salta. 

El médico
De estos dos personajes de nuestra provincia, hoy nos ocuparemos de Abraham Fernández Hernández, médico español natural de Nava del Rey, Valladolid, y que en junio de 1918 residía en Cafayate, al igual que su colega, el Dr. Máximo Moncorvo, futuro primer médico del hospital de Rosario de la Frontera. 
El hecho es que, el 28 de junio de ese año, llegó a nuestra ciudad la noticia de que en Molinos un mal desconocido estaba diezmando la población, y que esta atemorizada, solo atinaba a refugiarse en los puestos más alejados. Era un telegrama dirigido al ministro de Gobierno que más parecía un pedido de socorro lanzado por el subcomisario de Molinos, subteniente Carlos Balmaceda. Decía así: “En vista del crecido número de enfermos, según parece de fiebre tifus, y de la mortalidad que esta peste ocasiona, creo oportuno el envío de un facultativo y de medios para combatir la enfermedad”. 
La primera reacción del gobierno fue preguntar a los dos médicos de Cafayate -quizá por una cuestión de distancias- Máximo Moncorvo y Abraham Fernández Hernández si podían ir a Molinos a identificar y ayudar a combatir el mal.
La convocatoria enviada a cada médico y firmada por el Dr. Ricardo Aráoz, presidente del Consejo de Higiene, decía así: “Avise cuanto cobraría por trasladarse a Molinos a combatir epidemia de fiebre y tomar medidas”. Como se puede deducir, en Molinos no había hospital ni estación sanitaria o sala de primeros auxilios. 
Se desconoce en detalle la repuesta de los profesionales de Cafayate, pero el hecho es que el Dr. Aráoz, el 4 de julio aceptó los servicios profesionales del doctor Abraham Fernández Hernández para que vaya a Molinos y se ocupe de identificar y combatir la enfermedad, con una ayuda que enviaría desde de Salta. Socorro que seguramente llegaría a lomo de mula desde la estación Talapampa, pues el tren a Alemanía recién llegó al año siguiente. En su nota al Dr. Fernández, Aráoz le hace cuatro recomendaciones: a) que identifique el mal pues no se sabía si era tifus o bubónica; b) que atienda a los enfermos; c) que tome las medidas que crea conveniente para evitar contagios; y d) que de tratarse de bubónica aisle a los enfermos y solicite vacunas entre otras medidas a tomar.
La última recomendación era imposible de cumplir pues en Molinos no había ni una pieza donde aislar un enfermo.

Una lucha desigual contra el tifus y la pobreza extrema 

Tras un penoso viaje a lomo de mula, llegó el Dr. Abraham Fernández a Molinos, el 5 de julio. De inmediato comenzó a revisar enfermos y a la mañana siguiente envió el primer informe telegrafiado a las autoridades de Higiene en Salta. 
“Llegué anoche -dice- habiendo visitado enfermos, número superior a los treinta ubicados en pueblos y algunos a una legua en todas direcciones. Trátase epidemia fiebre tifoides, siendo raros casos aislados, generalmente son tres o cuatro atacados en cada casa, llegando en una haber tenido catorce enfermos de los cuales murieron dos, los demás sanaron, habiendo actualmente uno grave. Otro caso, una joven muerta y cinco hermanos convalecientes. Empezó desarrollos enfermedad hace un mes como mínimo; en lo que va de julio se han producido cinco decesos siendo normalmente la mortalidad de uno o dos mensuales...”. Luego detalla síntomas de la enfermedad aunque plantea dudas de estar “frente de una asociación de tifoidea con tifus exantemático”. Después detalla lo visto la primera noche y solicita insumos: “Otros casos tienen forma benigna, como demuestran los citados: catorce muriendo dos, seis muriendo uno. No puedo hacer análisis de orina, pero creo positiva diazoreacción. Es indispensable venida urgente guarda sanitario, material curación, desinfección e inmunización, pues hasta tanto, solo puedo prescribir dietéticas, asimismo útiles precisos remitir sangre y excreciones para análisis bacteriológicos. He visto un muerto en Colomé, distante cinco leguas, causa segura tifoidea”. 
Finalmente una observación importante: “proximidad cementerio al pueblo tan mal ubicado que vertientes aprovechadas son subterráneas de aquel. Autoridad (ya) dictó medidas profilácticas del caso. Salúdalo- Fdo. A. Fernández”. 
Como destaca el Dr. Rafael Villagrán en su trabajo “Tifus Exantemático en Molinos - Año 1918”: “Es notable el criterio clínico que demuestra el Dr. Fernández, ya que a poco de su arribo..., sin ayuda de investigaciones auxiliares, reacciones, culturales, etc, capta el genio tífico de la epidemia presumiendo con toda razón sus características y desechando, a pesar de la insinuaciones, de una peste o carbunclo”. 
Por varios días, el médico trabaja en el pueblo y aledaños tratando de paliar la grave situación. Ocupa sus horas visitando domicilios, revisando y medicando a los enfermos, dentro de sus escasas posibilidades. Pero además, se da tiempo para enviar informes a Salta que testimonian la pobreza y el abandono en que vivían los pobladores de Molinos. Entre esas carencias, luchaba el Dr. Fernández contra el tifus, un mal que no dejaba de cobrarse vidas. Y así, hasta que a 22 días de su arribo a Molinos, el 27 de julio, el mal llamó a la puerta del Dr. Fernández.

Últimos días de un mártir de la medicina

El 30 de julio de 1918, el médico Fernández escribe al Dr. Ricardo Aráoz: “Llevo tres días de 40º de fiebre. Esperaba definirse enfermedad para avisarle. Desgraciadamente estoy infectado, tomando tifus forma cerebro pulmonar. Suplico a honorable Consejo, envío de compañero a esta regiones, indispensable no solo para mí sino demás infectados... Espero contestación. Saludalo. - A. Fernández”
En Salta sorprende la noticia y de inmediato se pide al doctor Máximo Moncorvo de Cafayate, que tome la posta en Molinos. Al parecer, entre ambos había diferencias, profesional y personal, pero sin embargo Moncorvo acepta el pedido del Consejo de Higiene y viaja a Molinos ayudado por el capitán Marcelino Benavente. No bien llega se dedica a atender los enfermos, entre ellos al doctor Fernández, olvidando viejos rencores.
Mientras tanto, el médico Fernández continúa desde su lecho con su noble misión. No deja de enviar informes a sus superiores y agradecer la atención de su colega. 
El 6 de agosto envió su último informe al Consejo de Higiene. Entre otras cosas dice: “...llegó Dr. Moncorvo. Visitome cuatro veces. Tuve que leerle telegramas y recetas para evitar contraindicaciones. Por lo demás, hace cuanto puede por mí, al extremo de ser yo el primero en llamarle, vista la soledad en que estaba. Salúdole atte.- A. Fernández.” 
A partir del último telegrama de Fernández, las comunicaciones entre Molinos y el Consejo de Higiene quedan a cargo de las autoridades policiales. 
Finalmente el 14 de agosto de 1918, hay dos comunicaciones referidas al estado de salud del médico enfermo. La primera dice: “Dr. Fernández continua gravísimo.... Fdo. Subteniente Balmaceda, Comisario Molinos. La segunda reza “acaba de fallecer Dr. Fernández. Salúdole - Subte. Balmaceda. - Comisario Molinos”.
El Dr. Villagrán dice en su trabajo ya citado y fuente de esta nota: “En medio de este triste y desolado ambiente, el Dr. Fernández, sin exhalar queja, sin esbozar reclamo; cierra los ojos para incorporarse a la caravana de mártires de la ciencia el 14 de agosto del año 1918”.
 

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