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La nueva política debe ser el diálogo y el acuerdo

Fundado el 21 de agosto de 1949
Sabado, 01 de septiembre de 2018 20:37

Nuestro país, y no solo el actual Gobierno, ha vuelto a quedar enredado en otra crisis de las que se repiten periódicamente y cuyo perfil está diseñado por el déficit fiscal y comercial, la inflación y el endeudamiento. 
Desde hace setenta años, la Argentina vive una sensación permanente de emergencia. Las interpretaciones más frecuentes suelen buscar culpables en otro lado: se acusa al imperialismo, al Fondo Monetario Internacional y a los vaivenes de los mercados. 
Lo cierto es que no se asumen las responsabilidades de Estado y por eso el país carece de los reaseguros imprescindibles para evitar la dependencia de factores externos.
En el orden interno, los gobiernos se apoyan demasiado en las culpas y en las fallas de sus antecesores, que siempre existen y probablemente existirán, sin detenerse a reconocer que la Nación es una construcción colectiva. 
Esa es la verdadera naturaleza de “la grieta”, que nos enfurece y al mismo tiempo nos paraliza.
El maniqueísmo político solo sirve para encubrir la realidad de la gente común y, al mismo tiempo, los negocios de los poderosos.
La disparada del dólar en los últimos días evoca al “rodrigazo”, el shock inflacionario de 1975 que quedó grabado en la memoria colectiva. También, las incertidumbres vividas por la hiperinflación de 1989 y la hiper recesión de 2001. 
Pero la historia marcha hacia adelante. 
El gobierno del presidente Mauricio Macri debe asumir una responsabilidad histórica y patriótica: la de buscar un acuerdo básico con la oposición, que hoy está encarnada en el justicialismo. Y un acuerdo inmediato.
La historia de Occidente enseña que las transformaciones superadoras de los pueblos surgen del diálogo, el pacto y el respeto por las reglas de juego.
La Argentina tiene un PBI per capita que merodea los 14.000 dólares por año, mientras que en la ciudad autónoma asciende a 30.000 dólares, como en varios países europeos, y en Salta (y en el NOA y el NEA) no alcanza a 5.000 dólares.
En los últimos cuarenta años, la economía argentina no ha logrado crecer en forma sostenida, porque sigue atada a los precios circunstanciales de los cereales y las oleaginosas, que periódicamente ofrecen sensaciones de bienestar y estabilidad. El balance histórico es negativo, con un 71% anual de inflación promedio desde 1983, lo que produjo la duplicación de la pobreza estructural. Ningún país es sostenible si la mitad de los hogares dependen de la ayuda del Estado para sobrevivir y si se registra un 15 por ciento de la población (6.500.000 personas) que, según la Universidad Católica Argentina, vive en hogares con tres generaciones de desocupados.
Esa es la otra parte de la “grieta”: la fractura social que es reflejo de un país demasiado heterogéneo.
Una parte de la crisis de estos días puede ser atribuible a la coyuntura internacional; también es cierto que la caída de las cosechas contribuye a la recesión. Pero el clima no tiene la culpa de que el gobierno nacional haya permitido que los exportadores no estén obligados a liquidar divisas, o a que se busque captar dólares con instrumentos financieros pensados para capitales golondrina. Esa es responsabilidad de quienes están en el poder y no logran tomar decisiones políticas adecuadas.
Si Mauricio Macri y su equipo siguen creyendo que no se puede acordar con “la vieja política”, no habrá salida. Todos deberían aprender de la experiencia española, donde el socialismo sobreviviente de cuatro décadas de guerra civil y dictadura acordó con el franquismo y construyeron un país diferente.
La crisis del dólar y la inflación tiene raíces políticas, y las soluciones deben ser políticas. La oposición radicalizada, destructiva y mesiánica es minoritaria. La mayoría de las personas quieren vivir bien, en un país mejor. 
La nueva política no puede consistir en encerrarse en un club de amigos, con modales afectados y códigos elitistas, sino en construir el diálogo y el acuerdo con quienes representan al país real.
 

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Nuestro país, y no solo el actual Gobierno, ha vuelto a quedar enredado en otra crisis de las que se repiten periódicamente y cuyo perfil está diseñado por el déficit fiscal y comercial, la inflación y el endeudamiento. 
Desde hace setenta años, la Argentina vive una sensación permanente de emergencia. Las interpretaciones más frecuentes suelen buscar culpables en otro lado: se acusa al imperialismo, al Fondo Monetario Internacional y a los vaivenes de los mercados. 
Lo cierto es que no se asumen las responsabilidades de Estado y por eso el país carece de los reaseguros imprescindibles para evitar la dependencia de factores externos.
En el orden interno, los gobiernos se apoyan demasiado en las culpas y en las fallas de sus antecesores, que siempre existen y probablemente existirán, sin detenerse a reconocer que la Nación es una construcción colectiva. 
Esa es la verdadera naturaleza de “la grieta”, que nos enfurece y al mismo tiempo nos paraliza.
El maniqueísmo político solo sirve para encubrir la realidad de la gente común y, al mismo tiempo, los negocios de los poderosos.
La disparada del dólar en los últimos días evoca al “rodrigazo”, el shock inflacionario de 1975 que quedó grabado en la memoria colectiva. También, las incertidumbres vividas por la hiperinflación de 1989 y la hiper recesión de 2001. 
Pero la historia marcha hacia adelante. 
El gobierno del presidente Mauricio Macri debe asumir una responsabilidad histórica y patriótica: la de buscar un acuerdo básico con la oposición, que hoy está encarnada en el justicialismo. Y un acuerdo inmediato.
La historia de Occidente enseña que las transformaciones superadoras de los pueblos surgen del diálogo, el pacto y el respeto por las reglas de juego.
La Argentina tiene un PBI per capita que merodea los 14.000 dólares por año, mientras que en la ciudad autónoma asciende a 30.000 dólares, como en varios países europeos, y en Salta (y en el NOA y el NEA) no alcanza a 5.000 dólares.
En los últimos cuarenta años, la economía argentina no ha logrado crecer en forma sostenida, porque sigue atada a los precios circunstanciales de los cereales y las oleaginosas, que periódicamente ofrecen sensaciones de bienestar y estabilidad. El balance histórico es negativo, con un 71% anual de inflación promedio desde 1983, lo que produjo la duplicación de la pobreza estructural. Ningún país es sostenible si la mitad de los hogares dependen de la ayuda del Estado para sobrevivir y si se registra un 15 por ciento de la población (6.500.000 personas) que, según la Universidad Católica Argentina, vive en hogares con tres generaciones de desocupados.
Esa es la otra parte de la “grieta”: la fractura social que es reflejo de un país demasiado heterogéneo.
Una parte de la crisis de estos días puede ser atribuible a la coyuntura internacional; también es cierto que la caída de las cosechas contribuye a la recesión. Pero el clima no tiene la culpa de que el gobierno nacional haya permitido que los exportadores no estén obligados a liquidar divisas, o a que se busque captar dólares con instrumentos financieros pensados para capitales golondrina. Esa es responsabilidad de quienes están en el poder y no logran tomar decisiones políticas adecuadas.
Si Mauricio Macri y su equipo siguen creyendo que no se puede acordar con “la vieja política”, no habrá salida. Todos deberían aprender de la experiencia española, donde el socialismo sobreviviente de cuatro décadas de guerra civil y dictadura acordó con el franquismo y construyeron un país diferente.
La crisis del dólar y la inflación tiene raíces políticas, y las soluciones deben ser políticas. La oposición radicalizada, destructiva y mesiánica es minoritaria. La mayoría de las personas quieren vivir bien, en un país mejor. 
La nueva política no puede consistir en encerrarse en un club de amigos, con modales afectados y códigos elitistas, sino en construir el diálogo y el acuerdo con quienes representan al país real.
 

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