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De policía balsero a asesino

Miércoles, 12 de septiembre de 2018 00:00

En abril de 2016 me avisaron de un extravagante suceso: dos cubanos, vistiendo el uniforme de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR), habían arribado a Miami en una balsa. ¿Qué era aquello?, pensé. ¿Una infiltración carnavalesca, otra insolencia del surrealismo castrista, una muestra más de la profunda decadencia de la nación cubana, o simplemente una locura que cada vez tenía menos límites?

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En abril de 2016 me avisaron de un extravagante suceso: dos cubanos, vistiendo el uniforme de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR), habían arribado a Miami en una balsa. ¿Qué era aquello?, pensé. ¿Una infiltración carnavalesca, otra insolencia del surrealismo castrista, una muestra más de la profunda decadencia de la nación cubana, o simplemente una locura que cada vez tenía menos límites?

Procedentes de la playa habanera de Guanabo, llegaron junto a otros 24 balseros, cuando aún Barack Obama no había suprimido la política conocida como "Pies secos/Pies mojados", gracias a la cual los cubanos que pisaran suelo estadounidense podía obtener fácilmente un parole bajo la maltratada etiqueta de asilo político. "Llegaron antes de que cerraran el grifo", me comentó ayer un colega.

Me interesé en aquel extraño caso y logré convencer a los dos policías balseros (el capitán Hareton Jaime Rodríguez-Sariol y el segundo suboficial Michel Herrera Cala) de entrevistarlos para Diario las Américas y llevarlos al programa El espejo, que entonces producía en América TeVé (canal 41). Juan Manuel Cao los presentó ante Miami, les preguntó lo que muchos querían saber, y luego del show en vivo le grabamos una segunda entrevista para la emisión de la siguiente noche. Había muchas cosas que preguntarles y éramos los primeros en llevarlos a un canal televisión. Era algo insólito.

Algunos denunciaron que se trataba de dos espías, otros, que eran unos desvergonzados, e incluso no faltó quien sospechara de la salud mental de ambos personajes. El hecho causó revuelo en la comunidad de exiliados y se convirtió de inmediato en un fenómeno mediático. Algo raro sentíamos en ellos, no todo estaba claro, a pesar de sus respuestas y de presentarse en la capital del exilio como dos angelitos vestidos de policía. No parecía real. Pero, como suele suceder, el olvido se hizo cargo. Más nunca supe de ellos. Durante el último mes, Hareton desató una pesquisa de gran magnitud. Detectives del Departamento de Policía de la ciudad de Harrisonburg (HPD), junto a alguaciles de los condados de Orange, Greene y Madison, y oficiales locales, estatales y federales, buscaron por toda Virginia a Angie Caroline Rodríguez Rubio, de 12 años de edad, y su abuela, Elizabeth Rodríguez Rubio, de 48, ambas de origen colombiano, reportadas por su familia como "desaparecidas". Y el principal sospechoso de su secuestro era Hareton. Las rastrearon por carreteras, granjas, lagos, a pie, a caballo, con perros policías y drones. No tuvieron éxito.

¿Quién es realmente Hareton? ¿Por qué cometería este homicidio? Aún no lo sabemos. Siento que la entrevista más importante es la que debemos hacerle ahora, luego de haber confesado estos horrendos crímenes. Mientras tanto, la televisora WDVM-TV, que trasmite para la ciudad de Hagerstown, en Maryland, y para Washington DC., informó que Hareton, como parte de su acuerdo de culpabilidad, llevó a los detectives hasta donde ocultó los cuerpos de sus víctimas. La policía local corroboró que eran los restos mortales de la pequeña Angie y su abuela Elizabeth, con la que el exagente castrista estaba "obsesionado". La historia de Hareton me hizo pensar en uno de los grandes riesgos que plantea la película Paraíso, rodada en Miami a comienzos de este siglo por el director cubanoamericano Leon Ichaso: el hombre nuevo es capaz de cualquier cosa, incluso de matar sin frenos ni remordimientos, con tal de conseguir lo que su psiquiátrica deformación desee, lo que su amoralidad le dicte. La explosión del hombre nuevo es un peligro cada vez más grave.

Y lo más terrible es que el espíritu enfermo y miserable de ese hombre nuevo ya no solo deambula por su cuna. ¿Cuántas terribles sorpresas más nos deparará la invasión pasiva y constante de ese hombre nuevo, el revolucionario trastocado en emigrante económico, que vemos pasearse cotidianamente, sin que aún se sepa mucho de él, por EEUU?

 

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