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La gran carrera del siglo XXI

Sabado, 15 de septiembre de 2018 00:00

Más allá de la retórica de Donald Trump con sus amenazas de una "guerra comercial", el eje de la disputa entre Estados Unidos y China es la competencia por la superioridad tecnológica desatada entre ambas superpotencias. Los chinos están decididos a sustituir a los estadounidenses en el liderazgo global en materia de innovación. Trump sabe que la primacía tecnológica es el preludio del predominio militar y está dispuesto a defender esa ventaja cualitativa que durante décadas selló la hegemonía norteamericana.

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Más allá de la retórica de Donald Trump con sus amenazas de una "guerra comercial", el eje de la disputa entre Estados Unidos y China es la competencia por la superioridad tecnológica desatada entre ambas superpotencias. Los chinos están decididos a sustituir a los estadounidenses en el liderazgo global en materia de innovación. Trump sabe que la primacía tecnológica es el preludio del predominio militar y está dispuesto a defender esa ventaja cualitativa que durante décadas selló la hegemonía norteamericana.

La paradoja es que Beijing imita un modelo que Estados Unidos impulsó exitosamente durante décadas pero parecería estar abandonando en los últimos años: la activa participación del sector público en las inversiones de investigación y desarrollo de nuevas tecnologías.

En Estados Unidos, los capitalistas de riesgo y las corporaciones multinacionales han asumido la dirección del cambio tecnológico y son los dueños de los avances en inteligencia artificial, información cuántica, manufacturas de avanzada, tecnologías energéticas y hasta industria espacial.

En China, el programa "Made in China 2025", erigido en una prioridad estratégica del régimen comunista, apunta a convertir al Estado en el actor fundamental de un gigantesco proceso orientado a transformar al coloso asiático en un "centro global de conocimiento e innovación".

La experiencia norteamericana es formidable. La bomba atómica, la industria nuclear, el programa espacial, la industria de la aviación y el surgimiento de Internet, entre otros, son el resultado de las cuantiosas inversiones en investigación del Departamento de Defensa. Casi todos los componentes claves de un smartphone, desde el GPS hasta la batería, están basadas en investigaciones financiadas con fondos públicos. En un artículo publicado en New York Times, Farhad Manjoo puntualiza que, a pesar de la apología ideológica al rol de la iniciativa privada y la economía de mercado, "casi no es una exageración decir que, para bien o para mal, el gobierno estadounidense inventó el mundo moderno".

El Gobierno chino trata de desempeñar hoy aquel papel promotor que en otro momento ejerció la administración estadounidense. Entre 2010 y 2015, la inversión china en investigación y desarrollo creció a un ritmo del 18% anual acumulativo, cuatro veces más rápido que Estados Unidos. De esta manera, Beijing impulsó un conjunto de ambiciosos programas para adquirir el dominio de tecnologías que considera cruciales para la economía global. "Made in China 2015" traza la hoja de ruta para que China llegue a ser líder mundial en manufactura avanzada, como robots, aeronaves y máquinas herramienta. Otro programa pretende que China domine el campo de la inteligencia artificial. Con iniciativas similares, los chinos ya obtuvieron grandes logros. Si bien la industria solar fue un invento estadounidense, la intervención del gobierno de Beijing hizo que la industria china de la energía solar ganara la delantera a escala global. Lo mismo ocurrió con el sistema ferroviario de alta velocidad: los chinos empezaron a correr desde atrás pero el aliento gubernamental les permitió superar a los norteamericanos.

"El Silicon Valley amarillo"

Para los chinos, la experiencia ajena, en este caso norteamericana, es fundamental, ya que la propia cuesta mucho y llega casi siempre tarde. De allí su obsesiva preocupación por atraer las inversiones de las firmas transnacionales estadounidenses de alta tecnología. En diciembre pasado, Google anunció que abriría en Beijing un enorme centro de investigación y desarrollo de inteligencia artificial, integrado por 600 científicos e ingenieros de nivel mundial (casi todos chinos), conducidos por la titular del Laboratorio de Inteligencia Artificial de la Universidad de Stanford, llamada (casualmente) Fei-Fei Li. Google fue la última de las grandes empresas norteamericanas de alta tecnología en invertir en China. Antes lo habían hecho Microsoft, Amazon e IBM, líderes globales en el negocio de la "cloud computing" (la "nube"). Pero la apuesta de Beijing es mucho más ambiciosa. Implica nada menos que transformar a la pujante ciudad costera de Shenzhen, una urbe de 14 millones de habitantes ubicada en el sur de China, a escasa de distancia de Hong Kong, en la provincia de Guangdong, en la Meca mundial de la tecnología, en reemplazo de Silicon Valley. Shenzhen, que hace 40 años era un pueblo pesquero de 30.000 habitantes, está a la vanguardia de la revolución tecnológica. La elección de Shenzhen tiene un profundo simbolismo.

Cuando en 1979, Deng Xiaoping eligió a Shenzhen para establecer la primer "zona económica especial" para iniciar la etapa de "reforma y apertura", abierta a la iniciativa privada y a la inversión extranjera, la ciudad sirvió como tubo de ensayo para lo que fue el "milagro chino".

Desde entonces, el producto bruto de Shenzhen creció a un ritmo del 23% anual acumulativo. Están radicadas más de 8.000 compañías chinas de alta tecnología, entre ellas 275 de las que integran el último ranking Fortune 500. Alberga además las oficinas centrales de Tencent (la mayor compañía tecnológica china) y también de ZTE y Huawei, dos de las cinco fabricantes de teléfonos inteligentes más grandes del mundo. En los últimos cinco años la ciudad inscribió más de 12.000 patentes internacionales, aproximadamente la mitad del total nacional y más que las registradas en ese lapso por Gran Bretaña o Francia. Según los datos de la Huran Rich List of China, viven en Shenzen 50.400 millonarios chinos vinculados al sector de las nuevas tecnologías.

La novedad de los últimos tiempos es que, como parte de la renovada apuesta orientada a mostrar la ciudad como laboratorio y vidriera internacional de la "nueva China", volcada al conocimiento y la innovación, el perfil industrial de Shenzhen se modificó a partir de una fuerte política de incentivos a las startups (pequeñas compañías tecnológicas), que atraen a jóvenes emprendedores chinos y a profesionales, especialmente ingenieros, de todas partes del mundo.

El cuello de botella de la industria tecnológica china es el abastecimiento de "microchips" o semiconductores indispensables para su producción. Importa el 80% de los que necesita. La mayoría son fabricados por gigantes estadounidenses con décadas de experiencia en el desarrollo de sus circuitos integrados. Se trata de un insumo vital: los semiconductores son los cerebros de los aparatos electrónicos que les permiten crear programas y almacenar memoria. La inversión china para desarrollar su industria de semiconductores supera ya los 100.000 millones de dólares. Xi Jinping tomó personalmente cartas en el asunto para señalar que China tenía que ser capaz de autoabastecerse en todos los eslabones de la cadena de producción para los productos de alta tecnología.

 

 

 

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