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Tiempos de júbilo, festejos y alborozo

Sabado, 22 de septiembre de 2018 00:00

La descripción y análisis de las fiestas, agasajos, conmemoraciones y celebraciones con motivos de jura, batallas, entre otros, dan cuenta de la importancia de los rituales públicos. Estas fastuosas celebraciones, tanto cívicas o religiosas, y las formas que adoptaban las interacciones cotidianas entre las autoridades tanto en el virreinato como luego en tiempos de independencia, no eran solo reflejo de la estructura social, sino que tenían la capacidad de construir un orden, de asignar lugares, de otorgar prestigio y de participar colectivamente en todos los grandes acontecimientos urbanos.

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La descripción y análisis de las fiestas, agasajos, conmemoraciones y celebraciones con motivos de jura, batallas, entre otros, dan cuenta de la importancia de los rituales públicos. Estas fastuosas celebraciones, tanto cívicas o religiosas, y las formas que adoptaban las interacciones cotidianas entre las autoridades tanto en el virreinato como luego en tiempos de independencia, no eran solo reflejo de la estructura social, sino que tenían la capacidad de construir un orden, de asignar lugares, de otorgar prestigio y de participar colectivamente en todos los grandes acontecimientos urbanos.

Cabe señalar que, en esos tiempos, las celebraciones adquirían el carácter de cívico-religiosas. No se agitaban los vientos laicistas, por consiguiente, cualquier acto, implicaba la participación del estamento eclesiástico.

Algarabía en Chuquisaca

La noticia de la Reconquista de Buenos Aires, el 12 de agosto de 1806, tras la derrota inglesa a manos de Santiago de Liniers, fue conocida en Chuquisaca el 3 de septiembre de ese año. Reinaba en las calles la quietud silenciosa de la colonia, cuando el heraldo atravesó las arterias principales proclamando a voces: ­Buenos Aires reconquistada! ­Los ingleses rendidos a discreción! ­Viva el rey! Entonces Chuquisaca salió de su modorra y todo fue aclamaciones de alegría, la efervescencia jubilosa, el entusiasmo general de los vecinos corriendo a gritos por las calles proclamando la buena nueva, los saludos de las señoras desde los balcones, las lágrimas en los ojos, todo era frenesí. Hubo en la noche iluminación general y retreta.

En el balcón del Cabildo Eclesiástico, llamado de la Santísima Trinidad, una orquesta prodigó sus armonías, hasta las diez, alternándose con el estrépito de cajas, clarines, salvas, fuegos artificiales y repiques, con que la iglesia metropolitana daba cita para una gran misa al día siguiente. En el obligado te deum, se asociaron la pompa de la docta y catedrática ciudad con las glorias de la colonia, de la religión y del rey. Estrechas fueron las naves para acoger a las corporaciones civiles, militares, eclesiásticas y literarias. Una multitud concurrió a esta magnífica celebración. El canónigo Matías Terrazas, hombre docto, y con más títulos que ninguno, protector de Mariano Moreno, fue el elegido para dirigirse en la ocasión al selecto gentío que llenaba la catedral. La oratoria platense de aquella festividad fue muy celebrada

Actos en la naciente Patria

Los sucesos de la Revolución de Mayo concluyeron con la designación de una Junta. Pero el juramento de las instituciones, no se pudo tomar hasta el veintiocho. Los miembros de la Junta concurrieron al Cabildo, y colocados bajo dosel, con sitial delante y en él, un crucifijo y un ejemplar de los Santos Evangelios. Saavedra abrió el acto dirigiendo a los presentes un breve discurso, para exponer el objeto de la ceremonia, y a continuación tomó el juramento con este texto: "¿Juráis por Dios Nuestro Señor y estos Santos Evangelios, reconocer la Junta Provisional Gubernativa de las Provincias del Río de la Plata a nombre del Sr. don Fernando VII, y para guarda de sus augustos derechos, obedecer las órdenes y decretos, y no atentar directa ni indirectamente contra su autoridad, propendiendo pública y privadamente a su seguridad y respeto?". En ese acto juraron de rodillas y con la mano sobre los Santos Evangelios, Lezica por el cuerpo municipal, Caspe y Rodríguez por la Audiencia. Siguieron el Real Consulado, el Cabildo Eclesiástico, el Administrador de Correos, el de Aduana, el de Tabacos, los prelados de las cuatro órdenes religiosas y los comandantes y jefes de la guarnición.

Al día siguiente, con asistencia del Obispo Benito Lue y Riega, y del comandante de la escuadrilla inglesa surta en el río, se presentó a jurar el oidor Manuel José de Reyes y le siguieron los miembros del Tribunal de Cuentas. Finalizado el acto, los miembros de la Junta se presentaron en los balcones del Cabildo, excepto Saavedra que salió a la plaza a tomar juramento a la tropa que estaba apostada en ese lugar. Al requerírseles el juramento, contestaron con descargas generales, seguidas las salvas de artillería desde la Real Fortaleza, a la que se unieron las de los navíos ingleses anclados en balizas y empavesados. El 30 de mayo fue el elegido para oficiar el solemne te deum. La ceremonia constituyó uno de los actos más efectivos entre los resueltos para ganar la confianza pública. El sermón del deán Dr. Diego Estanislao Zavaleta fue un valioso aporte para establecer sin lugar a dudas los motivos conscientes de los sucesos de mayo. Previamente, la Junta dictó un decreto estableciendo el ceremonial del piadoso acto, en el que se destacó que la función debía tener "una solemnidad extraordinaria, al doble objeto de celebrar el nacimiento de nuestro augusto monarca, y la instalación del gobierno provisorio que lo representa". Al acto asistieron lo más representativo de la ciudad, inclusive el ex virrey Cisneros. El deán Zavaleta tomó como tema de su alocución la expresión: "Acquiese … habeto pacem" (Job 22 v. 21), es decir: "Tranquilízate y vive en paz". El sermón fue editado en un folleto por la Imprenta de Niños Expósitos bajo el título de "Exhortación Patriótica". Así concluían los actos celebratorios de la instauración del primer gobierno patrio en las tierras del Plata.

Inesperado final

La batalla de Suipacha fue el primer triunfo de las armas de la Patria sobre los realistas en el Alto Perú, y el inicio de notables manifestaciones de regocijo en las ciudades del otrora virreinato. Con motivo de esta victoria, en la que compañías de Patricios tuvieron una actuación destacada, los jefes y oficiales de dicho cuerpo organizaron un banquete en el cuartel del mismo, siendo invitado de honor el jefe del cuerpo y presidente de la Junta con su esposa.

Dos sucesos dieron particular trascendencia al acto. Sin estar invitado, Moreno se presentó en el cuartel donde se realizaba la comida, con ánimo de asistir a ella, pero los centinelas no le permitieron entrar.

En la conclusión del banquete, un capitán, Atanasio Duarte, en estado de ebriedad, tomó una corona de dulce que adornaba un postre y se la entregó a Saavedra, quien la pasó a su esposa.

La acción fue interpretada como deseos de coronarlo emperador de América.

Nadie dio trascendencia a la escena por provenir de un individuo en estado de embriaguez, pero un escribiente de la secretaría de gobierno informó del suceso a Moreno, hombre de fuertes pasiones y ardiente temperamento. Rápidamente redactó un decreto sobre honores a la Junta, que redundó en la supresión de ciertas dignidades en los fastos públicos.

Este inesperado final de festejo, implicó el choque de dos maneras de ver y de actuar, dos formas opuestas de comprender la realidad: Moreno, oriundo de Buenos Aires, Saavedra de Potosí, militar y provinciano, el único que integró la Junta de Mayo. Circunstancia que explica mucho más que algunos hechos la crisis que a fines de 1810 determinaron la suerte del primer gobierno patrio, y que sentó las bases de un antagonismo en los primeros días de expresión de libertad.

El triunfo de Salta

Es indudable el resonante triunfo del ejército de Belgrano en la jornada del 20 de febrero de 1813, sobre las tropas de Pío Tristán. Salta debía felicitarse con extremado júbilo de su libertad tan afortunada y gloriosamente reconquistada, pero era tan profundo el sentimiento de consternación que se había apoderado de los ánimos de los guerreros y de los vecinos por la batalla, que la expresión de alegría fue contenida.

El te deum ofrecido tres días más tarde en la catedral fue deslucido, porque gran parte del clero estaba ausente, a causa de la acción bélica, y las cosas tanto en la ciudad como en la iglesia se habían resentido ante el trastorno generalizado por los sucesos de la batalla.

En las demás ciudades, las expresiones de gozo, rayaron en el delirio, particularmente en Buenos Aires.

El 3 de marzo de 1813, alrededor de las cuatro de la tarde, una salva de artillería y repiques de campana anunciaron a los vecinos de Buenos Aires el triunfo obtenido por Belgrano en Salta.

Durante tres noches la ciudad manifestó alegría con iluminación general, cohetes, tiros, bailes y músicas. Durante ese día, y hasta las diez de la noche, de tiempo en tiempo, los cañones de la Fortaleza hicieron salvas. El Cabildo iluminó primorosamente por tres noches sus balcones.

Una orquesta de música divertía a los espectadores, sin reparar que, siendo el primer día de la cuaresma, se armó en medio de la plaza Mayor un famoso baile, entre contradanzas y paspieses, matizado con cánticos patrióticos.

La diversión colectiva fue grandiosa. El siete se cantó un te deum en la catedral, en acción de gracia por el triunfo obtenido, con asistencia de toda las corporaciones y autoridades de la ciudad.

El once hubo comedias públicas en el Coliseo, representándose la obra titulada “Villano del Danubio defensor de la Patria”, a la que se agregó un famoso baile y un hermoso drama al 25 de mayo.

El producto de lo recaudado se destinó a socorrer a las viudas de los caídos en Salta. Los festejos se renovaron el 14 de marzo con ocasión de llegar tres banderas tomadas al enemigo, las que después de patrióticas y religiosas ceremonias fueron colocadas en la capilla del sagrario de la Catedral, a “cuya Majestad Sacramentada la ofertó don Manuel Belgrano, una en cada costado del altar”.

La tercera bandera fue remitida a Tucumán para que allí se recordara a la posteridad el gran triunfo en el que Belgrano tuvo parte y conseguido en la Batalla de Salta.

Otrora, tanto en los tiempos de la colonia, como en los primeros años en que se expresaron los deseos de emancipación, las celebraciones hermanaban a todos los estamentos de la población.

Un júbilo que se expresaba con salvas de artillería, fuegos de artificio, bailes, repiques de campana. La gratitud se manifestaba en el te deum. Un tiempo de inclusión, en que lo sacro y lo profano estaban en función de la alegría del pueblo, y no generaban lacerantes divisiones en la sociedad. Sin laicismo, el espíritu fraterno hacía posible la exteriorización del gozo de los vecinos en las ciudades americanas.

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