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Prof. Sergio Carbajal: “La educación abre las puertas al mundo de miles de jóvenes”

Sergio Carbajal, licenciado en Ciencias de la Educación. 
Domingo, 23 de septiembre de 2018 00:46

Sergio Carbajal es el típico profesor al que lo siguen sus alumnos como patitos. Se trata de un licenciado en Ciencias de la Educación, formador de formadores y modelo de todo lo bueno que puede ser un profesor como docente y como persona. 

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Sergio Carbajal es el típico profesor al que lo siguen sus alumnos como patitos. Se trata de un licenciado en Ciencias de la Educación, formador de formadores y modelo de todo lo bueno que puede ser un profesor como docente y como persona. 

Para la semana que pasó, el homenaje a los profesores...

Hoy tiene 77 años, está jubilado y recibe a El Tribuno en su casa con mate amargo, mañana de azahares en flor, y una charla que se proyecta en el futuro indefectible de la profesión del docente.

Su vida siempre estuvo ligada a la educación en su concepto amplio, total. 

La infancia

Nació el 21 de julio del 41 en Salta. Su papá se llamaba Ignacio y su mamá, Nicolasa. De su papá el recuerdo viene por ser militar y en consecuencia andar por una infancia con destinos de cuarteles por gran parte del país. De algunos pueblos y ciudades de Entre Ríos, por Córdoba y Buenos Aires también. 

De su mamá habla con dulzura especial, sobre La Caldera y de que era pupila del Santa Rosa de Viterbo. Analiza a cada paso la educación como una variable continua, como un denominador común para armar su historia.

Sergio hizo la primaria en la escuela pública, la destaca siempre. 

En en el nivel medio ingresó a los salesianos y en Córdoba cursó el Magisterio y luego egresó como licenciado en Ciencias de la Educación. Recibe luego una beca para estudiar en Bogotá, Colombia, en donde comenzó a probar las mieles de la especialización del trabajo en grupos en la educación. 

Esto que hoy parece tan natural y cotidiano, allá por el año 75 era tan revolucionario que empezó a marcar el rumbo profesional del profe Carbajal. Comenzó a mamar la pedagogía de la liberación de un tal Paulo Freire, y todas aquellas concepciones que marcaban a la educación como uno de los pilares de la revolución latinoamericana. 

Allí vio la pobreza más dura del campesinado colombiano, como una postal continental; las desigualdades entre los destinos turísticos para extranjeros y las luchas de carteles entre Cali y Medellín, el ambiente político dominado por una derecha católica extremadamente conservadora, el tráfico de estupefacientes, de esmeraldas y de oro marcaron a fuego su mirada sobre el deber ser de del docente como promotor de emancipación, de liberación y de estudiantes con pensamientos con vuelo propio. Fueron casi tres años.

En noviembre de 1975 comienza a enseñar en uno de los centros nocturnos de enseñanza de adultos que al poco tiempo el ajuste de las políticas de María Estela Martínez de Perón cierra. 

Complemento

En ese tiempo conoce a Ana Rosa, una psicóloga egresada de la universidad de El Salvador, de su altura y con una perfecta complementariedad en lo teórico práctico. Cuando comenzaron a trabajar en cursos sobre grupos, la pedagogía y la psicología se unieron hasta el día de hoy.

Tienen a sus tres hijos Ignacio, Juan Pablo y Ana Magdalena; con sus seis nietos. 

Pero en esos tiempos de los convulsionados años 70 don Sergio queda en el aire y se viene a Salta a probar suerte en la flamante Universidad Nacional de Salta. Ana Rosa, por supuesto, lo acompaña. 

Lo curioso es que primero fue empleado de comercio y luego entró como administrativo en la UNSa, en el viejo edificio de calle Buenos Aires.

Ya en el 76, el Consejo de Investigación armó “a dedo”, sin concurso, el equipo de cátedra de Dinámica de Grupos en el cual lo incluyeron. 

Con el golpe de Estado de marzo de ese año no hubo chances. Le dieron el plan de estudio, los temas y todo lo demás como una gran caja armada que ellos sólo debían ejecutar.

“Hubo mucho silencio, sobre todo cuando estaba Agustín González del Pino (interventor de la UNSa). Recién en el 83 (con la vuelta de la democracia) vino la regularización de la universidad. Vino un tribunal con docentes de la UBA (Universidad de Buenos Aires) y los concursos fueron muy fuertes. Yo ahí me convierto en docente regular y a los cinco años vuelvo a concursar, también con tribunal externo, y gano”, recuerda, mira y sonríe. No se le va, por cierto, el buen gesto.

Y se apasiona cuando habla de educación. Todo gira en torno de ella. Es tan amplia su concepción que en la conversación cotidiana el mapa conceptual se abre en infinitas ramas. 

“Ciencias de la Educación está abriendo las puertas del mundo a miles de jóvenes. Es una ciencia que está en constante crecimiento y desarrollo. Es una caldera de transformaciones”, exclama mientras se para mirando su puño cerrado.

Cuando Sergio deja de tomar decisiones por sí sólo, con Rosa deciden quedarse definitivamente en Salta y, además de la cátedra Dinámicas de Grupo e Instituciones, comienza a trabajar en el terciario de Jardín y Educación Diferencial, en el Profesorado de Salta y en otra cátedra que se llama Pedagogía Social, la cual comienza a revolucionar los pensamientos clásicos de la diferenciación de la educación formal y no formal.

“Me enfermo cuando hacen la distinción en el sistema educativo, entre lo formal y lo que denominan informal. Hay un espontaneísmo con el que no concuerdo”, dice, y se comienza a despeinar. 

Avanza en la idea: “La educación es distinta a la escolaridad. Se trata de una problemática social amplia, vertebral. Y justamente nosotros estudiamos una parte, la institucional y nos olvidamos del resto, de la educación ambiental, de la integración, nos olvidamos de lo cotidiano. Y es por eso que debemos tener profesores con una formación teórica amplia, pero también con un trabajo de campo intenso y un constante acercamiento al mundo real. El profesor tiene que pensar su rol dentro y fuera de las aulas y en el día a día”, remata con la experiencia de años.

Descubrimiento

Carbajal enseña sobre todo lo que no se enseña en las escuelas, sobre las potencialidades de los grupos y el trabajo en equipo. 

Golpea de frente y abre las mentes. Fomenta la locura de pensar distinto, de cambiar de plan, de pararse y mirar el tablero desde otro punto de vista. Y de pronto el mundo se vuelve educación que abunda como el aire que se respira. 

En esa amplitud, solos los estudiantes que pasaron por las clases de Carbajal saben que las puertas están abiertas a la locura, a gritar, saltar, reír a carcajadas, llorar de emoción, de broncas, por injusticias y saber que los límites sólo están puestos por esa “dimensión subjetiva” que llamamos imaginación. Se puede decir que las clases de Sergio son ese “Teatro Mágico”, de Herman Hesse; “El Aleph”, de Jorge Luis Borges, y el destino de sus estudiantes es impredecible.

“Yo me encontré con cada uno (ríe) en lugares insospechados. Tengo a uno en el Gobierno de Alemania en una oficina para inmigrantes. También en los Valles, hay dos en Iruya, otras que trabajan en cárceles en contexto de encierro. En fin, no sigo porque alguno se ofende”, dice riendo.

De parte de una alumna

Me preguntaron qué le diría al profesor Sergio Carbajal, y volvieron a mi memoria momentos compartidos en distintas clases, en la cátedra Instituciones y Grupos, en la formación en Animación Sociocultural... lo que siempre se distinguió en él fue la sencillez. Es un docente competente, siempre en constante formación y transformación, responsable con la tarea y comprometido con la formación de sus estudiantes. Un día, en plena clase, nos hizo subir a la plataforma en el anfiteatro E. Nos paramos en el “sagrado lugar del profesor universitario”, él se sentó debajo mirándonos a todos y fue haciéndonos preguntas que llegaron a desestabilizar las creencias, poniéndonos en un espacio diferente. Transitamos distintas emociones y llegamos a formular desafíos personales, nuevos compromisos, nuevos rumbos... todo con un simple ejercicio. Sergio es uno de esos “profes” que humanizan.

* Por Roxana Farías, filósofa

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