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¿Qué salió mal?

Domingo, 23 de septiembre de 2018 00:00

¿Por qué se complicó todo? Hasta fines de 2017 el Gobierno nacional gozaba de una amplia adhesión por parte de la ciudadanía, a la vez que la economía, aunque con muchas complicaciones sin duda, mostraba claras señales positivas: aumento del empleo, disminución de la pobreza, crecimiento del producto, muchas obras de infraestructura y saneamiento, inflación en baja, etc. Sin embargo, el 28 de diciembre de 2017, como si se tratara de una broma de inocentes, los principales voceros del equipo económico anunciaron dos medidas que generaron muchas dudas y desconcierto: la reducción de las tasas de interés y nuevas metas de inflación que se ubicaban muy por encima de las anteriormente anunciadas.

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¿Por qué se complicó todo? Hasta fines de 2017 el Gobierno nacional gozaba de una amplia adhesión por parte de la ciudadanía, a la vez que la economía, aunque con muchas complicaciones sin duda, mostraba claras señales positivas: aumento del empleo, disminución de la pobreza, crecimiento del producto, muchas obras de infraestructura y saneamiento, inflación en baja, etc. Sin embargo, el 28 de diciembre de 2017, como si se tratara de una broma de inocentes, los principales voceros del equipo económico anunciaron dos medidas que generaron muchas dudas y desconcierto: la reducción de las tasas de interés y nuevas metas de inflación que se ubicaban muy por encima de las anteriormente anunciadas.

Como si esto fuera poco, el escenario internacional se puso muy enrarecido por la guerra comercial entre EEUU y China, a lo que se sumó una sequía excepcional que arruinó buena parte de la cosecha agrícola con la consiguiente pérdida de divisas para el país, todo lo cual explicaría la seguidilla de corrimientos del precio del dólar, su traslado a precios y sus consecuencias sobre la economía.

Lo anterior es seguramente harto conocido y repetido, especialmente desde la perspectiva oficial. Sin embargo, a todo lo señalado falta añadirle la cuota de responsabilidad de las acciones o inacciones del Gobierno.

A este respecto, la opinión casi unánime de los economistas es que el error del gobierno fue haber utilizado el mecanismo de las famosas Lebac para neutralizar la expansión monetaria que generaba el ingreso de dólares para financiar el déficit fiscal, ya que cada ingreso de moneda extranjera requería una nueva creación de Lebac que se sumaba al stock existente, stock que había que renovar a tasas cada vez mayores para que los tenedores no las vendieran y "se pasaran" a dólares.

Sin perjuicio de esto, los economistas que hacían señalamientos al Gobierno se limitaban a proponer que se redujera bruscamente a cero el déficit fiscal lo que el gobierno quería evitar por los impactos recesivos aparejado- pero nadie ofrecía alternativas, si se aceptaba que no era sencillo ni saludable para la economía una reducción tan drástica y brusca del déficit.

Una visión incompleta

El problema de fondo con respecto al papel del déficit fiscal en la inflación y la forma de manejarlo es que la casi totalidad de los economistas, dentro y fuera del gobierno, le asignan a este déficit la responsabilidad excluyente en la generación de la inflación en la Argentina, ignorando que muchos países con alta tasa de inflación han mostrado sin embargo bajos déficit como proporción del PBI y recíprocamente.

Por supuesto, esto no significa que el déficit fiscal sea inocuo respecto de la inflación o que no importe qué tamaño de déficit sea sostenible para una economía, pero sí significa que existen otras razones por las que la inflación tiene lugar, y esas otras razones tienen que ver con los costos de producción de los bienes y servicios: tarifas, precios de los combustibles, tipo de cambio, márgenes de ganancias, etc.

Conforme este otro enfoque complementario de la inflación, se explica entonces por qué ésta no ha descendido como lo esperaba el gobierno, y también por qué se ha disparado durante el año 2018.

En efecto, el Gobierno aplicó subas muy severas en el precio de los combustibles y en las tarifas de los servicios públicos, en la idea de que, como existía un retraso entre su costo y el precio que pagaban los usuarios y esta brecha debía cubrirse con subsidios que engrosaban el déficit, si se eliminaban o reducían tales subsidios el déficit bajaría y otro tanto ocurriría con la inflación. Sin embargo, al ignorar que los costos de producción también impactan sobre la inflación, el resultado fue que ésta no bajó tanto como se esperaba, y lo mismo ocurrió con la disparada del dólar, ya que al formarse muchos precios internos con componentes importados, la suba del dólar se traslada a esos precios, a la vez que la concentración geográfica y sectorial- de la industria permite la suba de precios aunque no existan componentes importados, debido a la escasa competencia de la economía argentina. A su turno, los bancos, al ser los receptores de los recursos monetarios y al recibir más depósitos motivados en las tasas crecientes de interés que impone el Banco Central, pero tener dificultades de prestar esos fondos justamente por esas altas tasas, se vuelcan entonces a la compra de dólares, lo que les permite mantener el valor real de los depósitos por la suba del valor de la moneda extranjera, y al mismo tiempo lograr ganancias de capital vendiendo dólares a un precio mayor al que fueron comprados y recomprándolos cuando la cotización transitoriamente cae.

¿Qué soluciones podrían existir?

Claramente, la volatilidad del dólar puede reducirse mediante ventas importantes de moneda extranjera por parte del Banco Central, obligando así a la caída en su precio, para luego recomprarlos, logrando de este modo la entidad monetaria la ganancia de capital que realizan los bancos comerciales. Al mismo tiempo, el Central debería elevar sustancialmente la obligación de éstos de mantener reservas en pesos, disminuyendo de este modo su capacidad para comprar dólares, y reducir a un mínimo sus reservas en moneda extranjera, liberando así dólares al mercado lo que incrementaría su oferta.

Complementariamente, debería reducir las tasas de interés a unos pocos puntos por encima de la inflación esperada de modo de inducir una mayor demanda de préstamos a los bancos y atenuar los impactos recesivos sobre la economía.

Con respecto a la inflación, las medidas respecto al dólar aliviarían la presión sobre los precios internos, y a ello debería añadirse una estrategia gradual aunque sistemática de correcciones de las tarifas y los combustibles en vez de los aumentos bruscos y por altos porcentajes que se han practicado. 

Finalmente, deberían reducirse los aranceles internos, de manera de hacer más competitiva la economía y debilitar las formaciones concentradas de precios, sin perjuicio de que esta última iniciativa pueda complementarse con acuerdos voluntarios de precios y salarios por un tiempo, hasta tanto las presiones inflacionarias se reduzcan de manera apreciable.

Menos fundamentalismo

En resumen, hoy la Argentina necesita menos fundamentalismo de los custodios de la fe y más enfoques científicos en las cuestiones económicas, especialmente cuando la evidencia muestra palmariamente que obstinarse en un paradigma, por muchos Premios Nobel que tengan detrás, no conduce más que a fracasos estruendosos, porque aunque una visión equivocada en una economía normal no tiene consecuencias excesivamente deletéreas sobre la misma, sí en cambio la tienen en una economía altamente convulsionada como es la de la Argentina. Como decía Keynes, “los postulados de la teoría clásica sólo son aplicables a un caso especial y no general. Más aún, las características del caso especial no son las de la sociedad económica en que hoy vivimos, razón por la que sus enseñanzas engañan y son desastrosas si intentamos aplicarlas a los hechos reales” (“Teoría general”, Capítulo 1).

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