¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

18°
18 de Abril,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

Monki, el discapacitado que batió a cuchillo a la policía

Domingo, 30 de septiembre de 2018 01:30

Patota, es un vocablo que se utiliza para referirse a un grupo violento que provoca desmanes y abusos en lugares públicos. La Policía de Salta tiene registrada en la ciudad alrededor de un centenar de estas pandillas que en forma permanente protagonizan enfrentamientos con bandas antagónicas. 

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

Patota, es un vocablo que se utiliza para referirse a un grupo violento que provoca desmanes y abusos en lugares públicos. La Policía de Salta tiene registrada en la ciudad alrededor de un centenar de estas pandillas que en forma permanente protagonizan enfrentamientos con bandas antagónicas. 

La mayoría de las veces estos grupos dirimen su rivalidad con armas blancas, armas de fuego y objetos contundentes. Por eso, muchas de las grescas terminan con heridos graves y en algunos casos con muertos. El consumo de alcohol y drogas influye fuertemente en el comportamiento cada vez más violento de estos grupos. 

Para estas bandas, su principal enemiga es la “yuta”, término despectivo con el que identifican a la policía. Así como el apelativo “cana” y otros, “yuta” es una palabra extraído del lunfardo que alude a una policía falluta, traidora, desleal, que no procede con hombría. Normalmente, la patota está integrados por jóvenes, adolescentes y menores de edad. Se han dado casos de grupos mixtas, incluso liderados por mujeres que en muchas ocasiones marcan su impronta en batallas callejeras no solo ante bandas rivales, sino ante la propia “yuta”. 

En mayo del año pasado un joven de 19 años fue asesinado a puñaladas por una gavilla en barrio Solidaridad. De ese sangriento episodio participó un niño de apenas 8 años. Según la jueza de la causa, el pequeño relató con lujo de detalles y sin ningún remordimiento los pormenores del feroz ataque a la víctima, quien formaba parte de una banda rival. “Fue el que mejor explicó cómo sucedieron los hechos”, afirmó la magistrada.

Con ello se demostró que una patota se integra de manera “democrática”, ya que no hace diferencia de sexo, edad, raza, religión o aptitud física entre sus miembros. “Lo que pasa es que ellos marcan presencia por cantidad y no por calidad”, ironizó un sargento.

Esto se probó con más fuerza en abril de este año con un grupo violento de Villa Floresta, quien contaba entre sus líderes a Monki, un joven que se moviliza en silla de rueda y que demostró gran destreza con el cuchillo. 

El muchacho actuó con inusitada violencia, a tal punto que atacó con un filoso facón a un policía, a quien lo salvó el chaleco luego de recibir un par de estocadas. El incidente se produjo en la calle Gorriti al 1700, a donde un móvil policial llegó para verificar un incidente por violencia familiar, según el reporte del servicio de emergencia 911. 

Metros antes de llegar al domicilio indicado, el patrullero fue atacado con objetos contundentes por unas quince personas que salieron de un pasaje sin nombre. Los hechos confirmaron luego que en la zona no había ningún incidente familiar. 

Fue una falsa alarma que alguien lanzó con la intención de vengar a un joven que días antes había sido apaleado por la policía, según dijeron.

El agente Angel Oscar Rivero detuvo la marcha y los agresores abrieron la puerta y comenzó el forcejeo. Lo que pretendían era sacar al policía del patrullero para golpearlo con más libertad en la calle. En medio del fragor de la lucha apareció en escena el nombrado “Monki”, quien pidió a los gritos que le abrieran paso con su silla de rueda y extrajo un cuchillo de 25 centímetros de hoja. 

El discapacitado hizo caso omiso a la orden de Rivero de que entregara el arma y le tiró un par de estocadas al abdomen. Por fortuna el agente llevaba puesto el chaleco antibala y se salvó morir ensartado por el belicoso Monki. 

Para poder desarmarlo y dada la peligrosidad que demostró tuvieron que solicitar la intervención de un piquete de los “pesados” de la Guardia de Infantería. En los escudos de los efectivos, el muchacho dejó las marcas del cuchillo que manejaba con gran destreza, al mejor estilo de los encarnizados protagonistas de los duelos criollos de ataño.

Se entregó por cansancio

Mientras sus compañeros huían en distintas direcciones, Monki arrimó la silla con la pared de un caso y por espacio de media hora mantuvo a raya a los policías. Finalmente se entregó -por cansancio según dijo- y lo condujeron a la Alcaidía de Tribunales. Cuando los presos se enteraron de su accionar no solo se ganó el respeto, sino que lo consagraron como ídolo.

En el prontuario de Monki figuraba que tenía antecedentes y condenas por episodios violentos. El mes pasado fue llevado a juicio acusado de los delitos de “daño agravado y en bienes de uso público y atentado a la autoridad agravado por cometerse a mano armada y poner manos en la autoridad en concurso real”. 

Monki fue condenado a la pena de ocho meses de prisión de ejecución efectiva. No obstante, la jueza que bajó el martillo dispuso que se mantenga la prisión domiciliaria del encartado, pero sometido al sistema de control de “pulsera electrónica”. La magistrada tomó esa determinación para asegurarse que el cumplimiento de la pena impuesta a Monki se cumpla a rajatabla.

Temas de la nota

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD

Temas de la nota

PUBLICIDAD