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“Yo heredé la pasión luthier de mi padre, la llevo en la sangre”

Hugo Alejandro Ramos construye y repara bombos, guitarras y charangos en su taller. 
Domingo, 20 de enero de 2019 00:56

A través de una ventana de madera, en una esquina del barrio Autódromo, un niño que pasaba por la vereda observó una guitarra verde que le encantó y le pidió a su mamá que se la comprara. La mujer se acercó al lugar, en cuyo frente hay un cartel que reza “Ramo‘s Luthiers”, a preguntar el precio y se la llevó. 
Mediante la ventana, diariamente también puede verse cómo un joven fabrica, ajusta o repara otras guitarras, charangos y bombos. Es Hugo Alejandro Ramos. Tiene 33 años y desde pequeño aprendió el oficio del luthier. Se lo inculcó su papá, Ceferino, quien tiene 74 años y toda la vida se dedicó a crear y arreglar instrumentos de música. 
“Mi papá nació en la localidad de Nazareno y de joven se vino para la capital para entrar al Ejército, pero tenía un tío luthier y empezó con este oficio que es fascinante. Decidió trabajar de esto”, relató el muchacho a El Tribuno. 
“Yo aprendí a ser luthier en su taller. Me acuerdo que yo tenía nueve años y un día agarré un bombo chiquitito y me puse a tallarlo. Fue algo que me gustó y tenía mucha facilidad para hacerlo”, contó. 
El joven recordó: “Solía agarrar algún tronco de ceibo, ya que generalmente de esa madera se hacen los bombos y me ponía a fabricarlo. Hacía los dibujos y me salían muy bien”. Tiene cinco hermanos: dos mujeres y tres varones. Dos de ellos son carpinteros y uno albañil. 
Estudió en la escuela primaria Campaña del Desierto de su barrio y en el colegio secundario Sargento Cabral de Villa Mitre. En esos años dejó un poco de lado el oficio por el estudio y además su padre se dedicó más a la carpintería que a los instrumentos de música. 
Cuando terminó la secundaria decidió irse al Ejército, pero luego pidió la baja y regresó. Tenía 18 años. “Tuve un inconveniente, típicos problemas del Ejército, y me vine. Además extrañaba Salta”, recordó. 
De regreso, Hugo se dedicó a hacer changas. En ese entonces su papá trabajaba en una casa de instrumentos, en el centro. “Me preguntó si quería ir a trabajar ahí y fui. Me sentía en mi lugar. Me dediqué de lleno a esto”. Cinco años más tarde, Hugo conoció a su pareja, Eliana Prieto, por amigos en común. Comenzaron a convivir juntos. Tienen tres hijos chicos: Maia, Nahuel y Xavier.
Hace un año que el joven inauguró su taller, ubicado en la calle Esteban Sokol 50. Antes vivía allí pero ahora tiene su casa cerca, en el barrio Canillita. 
“Decidí abrir el taller porque vi que mi papá estaba más grande. Lo admiro y estoy orgulloso de él. Quería darle el gusto. De a poquito vamos progresando y nos va conociendo la gente. Solo nos falta terminar de concretar una parte del taller”, dijo con alegría. 
Para ser luthier hay que ser muy minucioso. No es un trabajo fácil y tampoco hay muchas personas que lo hagan. Reparar una guitarra puede llevar dos o tres días según el tipo de arreglo. Hay detalles técnicos, como las calibraciones o desprendimiento de los puentes. En estos casos, solo se requiere medio día. De acuerdo a la clase de arreglo, el precio varía. Va desde los 300 pesos en adelante. 
En el caso de la fabricación de una guitarra, lo más difícil es doblar los aros porque por ahí se pueden quebrar. Todo depende también del tipo de madera que se utilice. La familia trabaja con madera autóctona de Salta. Si bien han tenido pedidos de guitarras de madera de pino o abeto alemán, prefieren la madera salteña. 

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A través de una ventana de madera, en una esquina del barrio Autódromo, un niño que pasaba por la vereda observó una guitarra verde que le encantó y le pidió a su mamá que se la comprara. La mujer se acercó al lugar, en cuyo frente hay un cartel que reza “Ramo‘s Luthiers”, a preguntar el precio y se la llevó. 
Mediante la ventana, diariamente también puede verse cómo un joven fabrica, ajusta o repara otras guitarras, charangos y bombos. Es Hugo Alejandro Ramos. Tiene 33 años y desde pequeño aprendió el oficio del luthier. Se lo inculcó su papá, Ceferino, quien tiene 74 años y toda la vida se dedicó a crear y arreglar instrumentos de música. 
“Mi papá nació en la localidad de Nazareno y de joven se vino para la capital para entrar al Ejército, pero tenía un tío luthier y empezó con este oficio que es fascinante. Decidió trabajar de esto”, relató el muchacho a El Tribuno. 
“Yo aprendí a ser luthier en su taller. Me acuerdo que yo tenía nueve años y un día agarré un bombo chiquitito y me puse a tallarlo. Fue algo que me gustó y tenía mucha facilidad para hacerlo”, contó. 
El joven recordó: “Solía agarrar algún tronco de ceibo, ya que generalmente de esa madera se hacen los bombos y me ponía a fabricarlo. Hacía los dibujos y me salían muy bien”. Tiene cinco hermanos: dos mujeres y tres varones. Dos de ellos son carpinteros y uno albañil. 
Estudió en la escuela primaria Campaña del Desierto de su barrio y en el colegio secundario Sargento Cabral de Villa Mitre. En esos años dejó un poco de lado el oficio por el estudio y además su padre se dedicó más a la carpintería que a los instrumentos de música. 
Cuando terminó la secundaria decidió irse al Ejército, pero luego pidió la baja y regresó. Tenía 18 años. “Tuve un inconveniente, típicos problemas del Ejército, y me vine. Además extrañaba Salta”, recordó. 
De regreso, Hugo se dedicó a hacer changas. En ese entonces su papá trabajaba en una casa de instrumentos, en el centro. “Me preguntó si quería ir a trabajar ahí y fui. Me sentía en mi lugar. Me dediqué de lleno a esto”. Cinco años más tarde, Hugo conoció a su pareja, Eliana Prieto, por amigos en común. Comenzaron a convivir juntos. Tienen tres hijos chicos: Maia, Nahuel y Xavier.
Hace un año que el joven inauguró su taller, ubicado en la calle Esteban Sokol 50. Antes vivía allí pero ahora tiene su casa cerca, en el barrio Canillita. 
“Decidí abrir el taller porque vi que mi papá estaba más grande. Lo admiro y estoy orgulloso de él. Quería darle el gusto. De a poquito vamos progresando y nos va conociendo la gente. Solo nos falta terminar de concretar una parte del taller”, dijo con alegría. 
Para ser luthier hay que ser muy minucioso. No es un trabajo fácil y tampoco hay muchas personas que lo hagan. Reparar una guitarra puede llevar dos o tres días según el tipo de arreglo. Hay detalles técnicos, como las calibraciones o desprendimiento de los puentes. En estos casos, solo se requiere medio día. De acuerdo a la clase de arreglo, el precio varía. Va desde los 300 pesos en adelante. 
En el caso de la fabricación de una guitarra, lo más difícil es doblar los aros porque por ahí se pueden quebrar. Todo depende también del tipo de madera que se utilice. La familia trabaja con madera autóctona de Salta. Si bien han tenido pedidos de guitarras de madera de pino o abeto alemán, prefieren la madera salteña. 


“Es mucho más fácil trabajar con cedro, nogal y algarrobo, en cambio, es difícil con quina y guayacán. Yo me di el gusto de hacer tres con guayacán. Debo confesar que a veces hago guitarras, me enamoro de ellas y me las guardo”, confesó entre risas Ceferino Ramos, quien trabajó para artistas conocidos en varias oportunidades. “Pero siempre lo hizo desde el anonimato porque es humilde de corazón”, dijo Hugo, su hijo. 
Son diversos los clientes de la familia: desde músicos que ya son profesionales hasta niños. Una guitarra nueva, artesanal, lista para tocar puede tener un valor de 1.300 pesos hasta los 20.000. 
“Ahora muy rara vez me encargan una guitarra de 15.000 pesos, más que nada por la situación económica. Por ahí hay temporadas buenas en las que a uno le va bien y tiene que aprovechar pero también hay malas, en las que no entra trabajo y hay que seguir peleándola”, indicó Hugo. 
El joven está agradecido con su padre Ceferino. “Deseo que esta tradición continúe. No me gustaría que se pierda. Quisiera que mis hijos y sobrinos aprendan. Tengo un sobrino, Agustín Ramos, de 12 años, que se dedica a la música. Toca en el grupo Nuna. Se especializa en instrumentos de viento y fabrica los suyos. Esto ya lo llevamos en la sangre”, finalizó.

Afinación 

La familia de luthiers explicó que para fabricar una guitarra primero se prepara la madera, se la cepilla, se hacen moldes, se corta a medida y se prepara el brazo. Lo más importante es el armazón. Se va encastrando todo de a poco y luego se trabaja en los aros, para lo cual se va doblando la madera. 
Posteriormente se deja reposar. Luego se le ponen refuerzos por dentro, se la tapa y después se sigue con el diapasón, el puente y la cabeza. En el diapasón es importante mantener la línea de los trastes (separaciones). La clavijera y las cuerdas son lo último que se coloca. La distancia entre los trastes y el puente tiene que ser perfecta porque, de lo contrario, la guitarra no afina.
 

 

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