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Fascismo, populismo y frustración

Los autoritarismos fracasan por su organización ultracentralista y la falta de participación en las decisiones, pero la economía capitalista debe evitar las inequidades que abren las puertas a esos desvaríos. 
Domingo, 20 de enero de 2019 00:56

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En una nota anterior se analizó, desde el punto de vista del autor de estas líneas, el esquema de funcionamiento de las economías de mercado y las de tipo comunista. En la presente nota se hará lo propio con el sistema fascista y el populista.

Obras y armas

El fascismo surgió en los países de Europa central, principalmente Italia y posteriormente Alemania, como respuesta a las crisis que eran intrínsecas al funcionamiento del capitalismo en su etapa inicial, condimentado por la megalomanía de quienes se erigieron en líderes de las naciones más afectadas y con menor capacidad de proporcionar soluciones dentro del capitalismo tradicional, explotando sobre todo la desesperación de la población por la falta de empleo.

La salida de la crisis bajo el fascismo, como planteó Keynes en su libro Teoría General, fueron las construcciones generadas por la obra pública a escala masiva, junto con la producción de armas, aunque en este caso, por iniciativa propia de los gobernantes ya que Keynes no proponía el armamentismo. Por supuesto, las armas eran necesarias para satisfacer los sueños imperiales de los fascistas, pero también para apropiarse de las materias primas al que su rechazo al comercio los empujaba.

El fascismo, que a diferencia del comunismo no abominaba por completo de la economía de mercado -aunque ejercía un férreo control de la producción y los precios- tuvo éxito inicial en proporcionar plena ocupación, pero a poco andar se enfrentó a un estruendoso fracaso por cuanto el mecanismo autoritario extremo que se aplicó, especialmente en los países que fueron ocupados por la fuerza, junto a las guerras provocadas ex profeso y las que inevitablemente se generaron por esta conducta como reacción, lo llevó a este resultado.

¿Por qué fracasó el fascismo, tanto en la versión "blanda" de Mussolini, con menos crímenes, como en la "dura" del nazismo  de Hitler"?

Las causas no difieren demasiado de las que explican el derrumbe del comunismo: la inexistencia de un mecanismo amortiguador, que es el sistema libre de precios, que, aun con imprecisiones, traslada las necesidades espontáneas de producción y consumo a cifras que terminan conciliando los requerimientos de unos -los demandantes- y otros los oferentes. Planteado en otros términos, en tanto el sistema de economía de mercado, dispone de un mecanismo el sistema de precios- que pone en contacto a los protagonistas del desenvolvimiento de la economía, los sistemas totalitarios como el comunismo y el fascismo, se basan en decisiones unilaterales de los gobernantes, y estas decisiones unilaterales, antes o después producen el desguace del sistema.

El capitalismo, por su parte, aun en su versión más extrema de "laissez-faire", dispone, como se decía, de mecanismos autocorrectores. Sin duda, estos mecanismos, en ausencia de matizaciones que suavicen las aristas más ríspidas de la performance de este sistema, a veces no disponen del tiempo suficiente para que los cambios necesarios lleguen por sí mismos, sea porque tales correcciones presentan dificultades, o porque la naturaleza del problema es de extrema gravedad.

Es como una nave que, aun en condiciones muy duras de navegación y fuertes tormentas, en general sale a flote, si bien algunas tormentas son de tal magnitud que la nave puede eventualmente hundirse, como fue el caso de las economías en las que el fascismo se planteó como el mecanismo restaurador.

El populismo

Lo más grave y sorprendente, tal vez, es que la insistencia de cierta corriente en Economía que tozudamente se opone a las "matizaciones" a que se hacía referencia, crea, por omisión, las reacciones como las que generó el fascismo, tal como recientemente se señalaba.

Estas reacciones, que en la actualidad ya no pueden proponerse con la carga de autoritarismo que caracterizó al fascismo aunque luego desembocan en el más crudo totalitarismo, como lo ejemplifican Nicaragua y Venezuela - hoy toman el nombre de "populismo" y se caracterizan por elevar un listado de reclamos plagados de inconsistencias, por otra parte- que corresponderían a ciertos sectores de la sociedad que de alguna manera se sienten vulnerados.

Al momento de llevar a la práctica desde el gobierno las propuestas del populismo, las experiencias conocidas indican que se acude a mecanismos que entorpecen el normal funcionamiento del sistema de precios, aplicando controles de todo tipo aranceles, precios máximos, prohibiciones directas de productos importados, etc.- al mismo tiempo que el gasto público crece exponencialmente, alimentando así la inflación al carecer la producción de los suficientes incentivos para expandirse y estar imposibilitada de hacerlo, además, al ritmo frenético al que crece el gasto del gobierno.

Es claro que no existe en el comunismo, el fascismo y mucho menos en el populismo, tal cosa como una "economía política" -para usar una expresión cara al marxismo y que simplemente significa "Economía", a secas- y de hecho Marx se cuidó muy bien de hacer ninguna referencia a tal cosa en el caso del comunismo.

La ausencia de un “libreto” para estas alternativas es simplemente el resultado de que es imposible imaginar un sistema que explique cómo puede expresarse una sociedad en tales escenarios, al negársele, por la propia “lógica” del sistema imperante, el mecanismo básico para que las demandas de la población puedan satisfacerse dentro de los límites de las posibilidades de la oferta, como ocurre bajo el capitalismo. Al privársele a la sociedad todo protagonismo, porque además los mecanismos democráticos son suprimidos, más tarde o más temprano estos sistemas colapsan. 
La economía de mercado, por el contrario, permite que quienes la conforman interactúen entre sí, porque les da explícita entidad a sus actores por medio del sistema de precios, el cual, a través de aproximaciones sucesivas, va cerrando la brecha entre una gran parte de las necesidades de la sociedad la demanda, y las posibilidades de satisfacer esas exigencias la oferta. 

La brecha

Las inconsistencias internas de estas formas alternativas al capitalismo no omiten el hecho de que, en buena medida, la incapacidad de muchos de quienes dicen defender las economías de mercado, son responsables, por omisión, de la aparición de tales mecanismos autodestructivos. 
Se impone una lectura cuidadosa de los errores y limitaciones que enfrentan las economías de mercado actuales, por ejemplo el crecimiento de la brecha de desigualdad en algunas economías, la contaminación y otros problemas que se experimentan, para, de manera similar a como se hiciera con los instrumentos que proporcionó oportunamente Keynes que posibilitaron la salida de las agudas crisis económicas, generar nuevos mecanismos correctores que permitan conservar todas las enormes ventajas que ofrecen las economías de mercado junto con su generosa oferta de amplias libertades, y así cerrarle las puertas a los desvaríos que propone hoy el populismo, y en su momento, el comunismo y el fascismo, que no se limitaron a dinamitar la organización de la economía, sino que llevaron adelante ominosos crímenes, materializados en los millones de muertos que, por otra parte, cínicamente son negados por sus defensores o exégetas.

 

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