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La historia del duende mal entretenido que vivía en el pozo de agua de la plaza de Cerrillos

Cuentan que cuando en 1878 se inauguró un aljibe, en el fondo del pozo se instaló un “molestoso” duende.
Domingo, 20 de octubre de 2019 01:21

Según los viejos cerrillanos, el “duende del pozo”, como le decían los lugareños, se aquerenció en aquel acuático orificio, luego de que el cura intendente, don Serapio Gallegos, inaugurara un aljibe en el sector sur de la única plaza que por 1870 tenía el pueblo. Antes de ello, nadie sabía de la existencia de este etéreo y travieso personaje que por casi 40 años tuvo a mal traer a quienes llegaban hasta el brocal del pozo para tratar de extraer el líquido elemento. 
¿Como llegó hasta aquel agujero de casi treinta metros de profundidad? Nunca nadie lo supo y es harto dudoso que alguien en el futuro pueda revelar esa cuestión. 
Pero lo único cierto es que allá por 1878 aproximadamente, no bien el cura intendente, don Serapio Gallegos, dejó inaugurado el pozo con una sencilla pero emotiva ceremonia, el hidroduende se instaló en las profundidades sin que nadie cayera en cuenta. 
En cuanto a la procedencia de este molesto ser, no faltaron quienes creían que era un rezago del viejo cementerio que el cura intendente había trasladado por razones de salud (cólera) hasta la falda del cerro. Creían que la testaruda criatura había resuelto quedarse cerca de su vieja querencia que había estado a metros de la plaza, al lado del precario oratorio que don José Iradis había construido en honor a San José, en la segunda mitad del siglo XVIII. 
Otros vecinos sospechaban que como el duende no es patrimonio ni del mundo de los finados y tampoco de los vivos, seguramente había llegado al pueblo con alguna mudanza. Y por eso, a los recién llegados los vecinos comenzaron a mirarlos con cierta desconfianza. Y al respecto echaban mano a los argumentos que años después plasmó en “Tradiciones históricas” donde Bernardo Frías. En ese sentido, sostenían que muchas veces los duendes solían llegar a determinados sitios aprovechando las mudanzas de la gente. Decían que previo al viaje solían esconderse entre los bártulos de las mudanzas (armarios, roperos, aparadores, mesas de luz o alacenas) para así lograr ir de una lado para otro. Y quizás así fue como el travieso duende llegó a Cerrillos para aquerenciarse en el fondo del pozo. Un sitio donde pasó años haciendo iniquidades a cuanta mujer llegaba a las apuradas a sacar agua. 
En son de juego, siempre tuvo a mal traer a los que se acercaban hasta aquel generoso aljibe en busca del elemental líquido. Y según mentas, en su habitual diversión las tenía con los chicos y las mujeres, en especial con las mayorcitas, pues a estas por lo general las hacía zapatear a colerones. 

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Según los viejos cerrillanos, el “duende del pozo”, como le decían los lugareños, se aquerenció en aquel acuático orificio, luego de que el cura intendente, don Serapio Gallegos, inaugurara un aljibe en el sector sur de la única plaza que por 1870 tenía el pueblo. Antes de ello, nadie sabía de la existencia de este etéreo y travieso personaje que por casi 40 años tuvo a mal traer a quienes llegaban hasta el brocal del pozo para tratar de extraer el líquido elemento. 
¿Como llegó hasta aquel agujero de casi treinta metros de profundidad? Nunca nadie lo supo y es harto dudoso que alguien en el futuro pueda revelar esa cuestión. 
Pero lo único cierto es que allá por 1878 aproximadamente, no bien el cura intendente, don Serapio Gallegos, dejó inaugurado el pozo con una sencilla pero emotiva ceremonia, el hidroduende se instaló en las profundidades sin que nadie cayera en cuenta. 
En cuanto a la procedencia de este molesto ser, no faltaron quienes creían que era un rezago del viejo cementerio que el cura intendente había trasladado por razones de salud (cólera) hasta la falda del cerro. Creían que la testaruda criatura había resuelto quedarse cerca de su vieja querencia que había estado a metros de la plaza, al lado del precario oratorio que don José Iradis había construido en honor a San José, en la segunda mitad del siglo XVIII. 
Otros vecinos sospechaban que como el duende no es patrimonio ni del mundo de los finados y tampoco de los vivos, seguramente había llegado al pueblo con alguna mudanza. Y por eso, a los recién llegados los vecinos comenzaron a mirarlos con cierta desconfianza. Y al respecto echaban mano a los argumentos que años después plasmó en “Tradiciones históricas” donde Bernardo Frías. En ese sentido, sostenían que muchas veces los duendes solían llegar a determinados sitios aprovechando las mudanzas de la gente. Decían que previo al viaje solían esconderse entre los bártulos de las mudanzas (armarios, roperos, aparadores, mesas de luz o alacenas) para así lograr ir de una lado para otro. Y quizás así fue como el travieso duende llegó a Cerrillos para aquerenciarse en el fondo del pozo. Un sitio donde pasó años haciendo iniquidades a cuanta mujer llegaba a las apuradas a sacar agua. 
En son de juego, siempre tuvo a mal traer a los que se acercaban hasta aquel generoso aljibe en busca del elemental líquido. Y según mentas, en su habitual diversión las tenía con los chicos y las mujeres, en especial con las mayorcitas, pues a estas por lo general las hacía zapatear a colerones. 

Travesuras preferidas 
Su travesura favorita -según contaban las mujeres- consistía en asirles con su mano de hierro los recipientes que introducían por el brocal del pozo. Y cuando eso ocurría, no había mujer forzuda que lograse izar el recipiente desde las profundidades. Y muchas veces, como para aún burlarse más de sus víctimas, remataba la jugarreta, soltando de golpe el balde, lo que hacía que allá arriba su pobre víctima retroceda haciendo contratumbaloyas a gran velocidad o recule más de la cuenta.
Otra jugarreta del mal entretenido era cuando el recipiente con agua estaba a punto de llegar al borde del brocal. Entonces el duende, de intento, daba vuelta el recipiente haciendo que su contenido regresara al pozo.
¿Y como sabían que era una jugarreta del duende? Simplemente porque después de cada pillería, el duende lanzaba desde las profundidades del pozo una burlesca, prolongada e inconfundible risotada, tan estruendosa, que desde el interior del orificio salía una llovizna tan densa que mojaba a todos los que esperaban su turno alrededor del brocal. 

¿El final del duende?
Y así, con sus travesuras y hechurías el “duende del pozo” vivió en ese lugar aproximadamente unos 35 años. Todo el mundo creía en Cerrillos que si el orificio alguna vez se cerraba, el duende dejaría de molestar y hacer renegar a las viejas, porque con ellas estaba ensañado el maldito. Y por fin, ese día llegó en 1913, cuando el agua de pozo fue reemplazada por el agua corriente. Entonces se clausuró el aljibe con gruesos maderos de quebracho y todo el vecindario quedó contento. El progreso había traído agua limpia y sana pero también había sepultado para siempre al “molestoso” duende placero. Pero el duende no al vicio es duende. Antes que tapen el orificio, el travieso ya se había mudado al campanario y desde ahí siguió molestando con las campanas, justo para la siesta cuando las viejas descansaban. Ahora, dicen que es quien apaga cada dos por tres las nuevas luces de la plaza. 
 
 
 

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