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Vientos de cambio en Irán

Miércoles, 11 de diciembre de 2019 00:00

A cuarenta años de la proclamación de la República Islámica, el Gobierno iraní afronta un nuevo desafío. A la consigna de "­Muerte a América!", popularizada entonces en las protestas contra la autocracia del sha que culminaron con su derrocamiento, sucede ahora el grito de "­Muerte al dictador!", entonado por decenas de miles de manifestantes que protagonizaron masivas movilizaciones de protesta en Teherán y en las principales ciudades del país. Mientras esto ocurría, en Irak y El Líbano los gobiernos aliados al régimen chiita padecían también sendas furibundas olas de manifestaciones de disconformidad social.

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A cuarenta años de la proclamación de la República Islámica, el Gobierno iraní afronta un nuevo desafío. A la consigna de "­Muerte a América!", popularizada entonces en las protestas contra la autocracia del sha que culminaron con su derrocamiento, sucede ahora el grito de "­Muerte al dictador!", entonado por decenas de miles de manifestantes que protagonizaron masivas movilizaciones de protesta en Teherán y en las principales ciudades del país. Mientras esto ocurría, en Irak y El Líbano los gobiernos aliados al régimen chiita padecían también sendas furibundas olas de manifestaciones de disconformidad social.

Tal como viene sucediendo últimamente en distintas partes del mundo, desde Francia hasta Ecuador y Chile, el detonante del estallido iraní fue la decisión del presidente Hassan Rouhani de incrementar un 50% el precio de los combustibles. Esa determinación obedece a la crisis económica derivada del agravamiento de las sanciones contra Teherán dispuesto por el presidente estadounidense Donald Trump, que son las más severas aplicadas hasta ahora por Washington.

El Fondo Monetario Internacional consigna que en 2019 el producto bruto iraní caerá un 4% debido a la disminución de las exportaciones petroleras.

El Banco Mundial prevé que este año la inflación alcance un 34,2%, contra el 23% de 2018 y el 9,6% del año anterior, aunque algunos consultores privados estiman que la tasa inflacionaria ya es del 48%. La devaluación monetaria provocó un fuerte incremento de los precios de productos básicos como el pan y el arroz.

La falta de acceso al sistema financiero internacional genera otras consecuencias negativas como el desabastecimiento de ciertos medicamentos.

La "rebelión de las autopistas", como fue bautizada originariamente, se propagó rápidamente a las calles. 700 oficinas bancarias y 140 oficinas gubernamentales fueron incendiadas. La represión provocó centenares de muertos y miles de detenidos. Entre la espada y la pared, el régimen impuso una medida excepcional: la cancelación del servicio de Internet durante cinco días a toda la población, como una forma desesperada de impedir el sistema de comunicaciones de los manifestantes.

Chiítas, en la picota

El régimen iraní había aprovechado circunstancias favorables para expandir su influencia en Medio Oriente, a través de las comunidades chiitas. Su activa participación en la guerra contra ISIS en Siria y en Irak facilitó ese propósito.

En Irak, un país con una población de mayoría chiita que había sido dominado por la minoría sunita durante el gobierno de Saddam Hussein, Teherán logró imponer un gobierno de coalición encabezado por sus aliados.

En El Líbano, sus protegidos de Hezbollah pasaron también a participar en la coalición gubernamental. Con estos avances, los iraníes materializaron el acariciado logro geopolítico de tener fronteras físicas desde donde les resultaría posible atacar a Israel.

Irak afronta la ola de movilizaciones violentas más importante desde el derrocamiento de Saddam Hussein en 2003, con más de 400 muertos. La ira de los manifestantes apunta al conjunto del sistema político "post-

Saddam", caracterizado por la "muhasasa", un mecanismo de cuotificación del poder entre las elites políticas de las distintas facciones religiosas y étnicas, fuertemente acusado de corrupción.

"Yo derribé la estatua de Saddam, pero ahora quisiera traerlo de vuelta", afirmó Kadhim al-Jabbouri, uno de los voceros de las protestas que empujaron la renuncia del primer ministro Adel Abdul Mahdi.

La retirada militar estadounidense y la instalación en territorio iraquí de efectivos de la Guardia Republicana iraní, cuya presencia fue legitimada por la guerra contra ISIS, convirtió al país en un virtual protectorado.

Por eso las movilizaciones apuntaron contra el régimen de Teherán. El consulado iraní en la ciudad de Nayaf fue incendiado por manifestantes que irrumpieron en la sede diplomática al grito de "­Fuera Irán!".

Cuando la Selección de fútbol iraquí eliminó a la de Irán en las eliminatorias para el próximo campeonato mundial, en las tribunas se escucharon consignas contra el general Qasem Soleimani, jefe de la Guardia Republicana que en esos días había visitado Bagdad.

En El Líbano, el disparador del conflicto fue una decisión económica internacionalmente inédita: el establecimiento de un impuesto a las comunicaciones por WhatsApp, pero la reacción popular demostró que la medida cuestionada era apenas una excusa. Los manifestantes enfilaron contra la presencia hegemónica de Hezbollah en el gobierno de Beirut y precipitaron la renuncia del primer ministro Saad Hariri.

Una teocracia del siglo XXI

El régimen iraní tomó nota de que las protestas antigubernamentales que lo acosaban estaban acompañadas por expresiones similares que derribaron a sus gobiernos aliados en los dos enclaves estratégicos donde había ampliado su esfera de influencia. La conclusión fue obvia. El ayatollah Ali Jamenei, supremo líder religioso iraní, denunció la existencia de una conspiración impulsada por Estados Unidos,

 Israel y Arabia Saudita, que desde hace tiempo vienen pergeñando una estrategia coordinada de contención frente a la expansión regional del régimen chiita.

En este contexto, el Gobierno encabezado por el primer ministro Hassan Rouhani resolvió tomar medidas para apaciguar las protestas, entre ellas el establecimiento de subsidios al consumo de combustibles de la mayoría de la población y la ampliación de los cupos alimentarios destinados a aplacar las penurias de los sectores de menores recursos. Al mismo tiempo, reconoció la existencia de ciertos excesos represivos cometidos por las fuerzas de seguridad. 

El temor gubernamental es que el malestar generalizado posibilite un triunfo de los candidatos de la oposición reformista en las elecciones legislativas de febrero próximo. Porque, contra lo que suele interpretar la prensa occidental, el régimen iraní presenta una intrincada complejidad, una estructura de poder dual que combina una inequívoca impronta teocrática con rasgos democráticos.

Para entender esa especificidad es necesario precisar que la diferencia central entre los musulmanes sunitas, mayoritarios en el mundo islámico, y la minoría chiita, prevaleciente en Irán, es que entre los chiitas el papel del clero es mucho más relevante que entre los sunitas. Por ese motivo, el clero ocupa una posición de privilegio no sólo en la estructura del poder político sino también, a través de las fundaciones religiosas, en la economía iraní. Por la índole de la relación entre la jerarquía religiosa y la autoridad política, el régimen presenta elementos comunes con la Europa de la Edad Media, en la que coexistían las monarquías absolutas y el Papado. Hay empero una diferencia esencial: en términos formales, y más allá de las constantes denuncias de fraude electoral, las autoridades iraníes, desde la Presidencia de la República y el Parlamento, pasando por los gobiernos y las legislaturas locales, surgen del voto popular. 

En medio de esta profunda crisis política y económica, la existencia de estos canales institucionales de participación abre una posibilidad de cambio que no convendría subestimar.
 

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