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Los votos, ¿son de confianza o aros de fuego?

Viernes, 13 de diciembre de 2019 14:06
El intendente de Tartagal, Mario Mimessi, junto a su gabiente.

Si hay algo que resulta incómodo y descortés son las comparaciones entre personas, pueblos, culturas o gestiones de gobierno. Pero son inevitables porque de eso se trata un cambio de rumbo, un golpe de timón que la comunidad decide dar precisamente cuando ejerce uno de los más valiosos derechos que tienen las sociedades organizadas, el voto popular. La gestión de gobierno que inicia Mario René Mimessi en Tartagal se produce después de 12 años de leavismo, luego de los que, según el dirigente radical, buscará otra forma de ejercer el poder, construyendo una ciudad diferente. 

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Si hay algo que resulta incómodo y descortés son las comparaciones entre personas, pueblos, culturas o gestiones de gobierno. Pero son inevitables porque de eso se trata un cambio de rumbo, un golpe de timón que la comunidad decide dar precisamente cuando ejerce uno de los más valiosos derechos que tienen las sociedades organizadas, el voto popular. La gestión de gobierno que inicia Mario René Mimessi en Tartagal se produce después de 12 años de leavismo, luego de los que, según el dirigente radical, buscará otra forma de ejercer el poder, construyendo una ciudad diferente. 

Tartagal es una comunidad con un sentir y con una idiosincrasia tan particular que hasta quienes lo votaron a Mimessi, más que mirar con expectativa qué hace para lograr ese cambio de rumbo que hoy debe pasar de las palabras a los hechos, ya lo están escudriñando. 

Gente difícil la de Tartagal -si lo sabrán intendentes intervenidos e interventores que en las revueltas sociales debieron huir camuflados para salvar sus vidas, literalmente-, que está convencida que elegir a alguien para gobernar su ciudad no implica un voto de confianza a favor de un candidato sino un aro de fuego que “el favorecido” tendrá que aprender a atravesar una y otra vez como esos maltratados animalitos de circo que gracias a Dios se ven cada vez menos. Y los tartagalenses ya lo están haciendo con esa mirada inquisidora que tienen para encontrar, sobre todo, errores. 

El primer aro de fuego para Mario Mimessi es la elección de los funcionarios que lo acompañarán en la gestión de cuatro años. Encontrar en pocas semanas un grupo de hombres y mujeres probos, que sean firmes sin caer en el autoritarismo, sensibles sin caer en el sí fácil, que trabajen a destajo por poca plata no debe ser nada sencillo.

 La renuncia del concejal más votado del espacio de Mimessi para que ocupe la Secretaría de Gobierno es una señal de que al joven dirigente radical le estaba faltando gente de confianza. Tan complicado está resultando armar el esquema de gobierno que ya hay una danza de nombres de quienes estuvieron en la administración anterior, que seguirán en las áreas en las que se venían desempeñando. 

Un error de interpretación -que da la impresión no contribuye demasiado- la tienen los viejos dirigentes radicales a quienes les dolió tener que dejar en manos de un independiente que jugó para el espacio de la UCR, como Sergio “Quitupí” González, la presidencia del cuerpo deliberativo. Les cuesta entender que quien ganó las elecciones en tiempos en que los votantes miran al candidato mucho menos que al partido es Mario René Mimessi, con su hablar pausado, su discurso de honestidad, transparencia, respeto e inclusión.

A los tartagalenses -empleados, obreros, subocupados o desocupados- que cada madrugada se levantan a pelearla desde el lugar que les toque, les caen bien los funcionarios que se hacen ver yendo a trabajar temprano en la mañana y dejando su tarea bien entrada la tarde. Será la herencia que al pueblo le dejó el seis veces intendente de Tartagal, don Alberto Abraham, que llegaba al municipio antes que cualquier empleado raso. 

Los tartagalenses no votaron al leavismo porque en las democracias, que no regula los mandatos de los que buscan eternizarse, es casi una regla de oro que a los 12 años -tercer mandato- se van o se van. Le pasó a la jefa espiritual del movimiento, a Cristina Fernández en su momento, ¿no le iba a pasar a los Leavy? 

Los hermanos Leavy no son oriundos de Tartagal, nacieron y se criaron en Metán pero construyeron todo su poder en el norte de la provincia, que por primera vez tiene un senador de la Nación, un miembro de “la mesa chica”, esa donde a nivel nacional se define todo. Y en Tartagal aprendieron a ser zorros, como los bichos del monte chaqueño, porque supieron abrevar la idiosincrasia del pueblo que gobernaron casi sin oposición, salvo uno que otro chicaneo.

Por eso bajaron línea para que todos y cada uno de sus funcionarios se pongan a disposición del gobierno que ingresó, no les retaceen información y les den todas las herramientas para que nadie tenga para decir que pusieron un solo palito en la rueda. 

Pasada la transición, asumido el nuevo gobierno, apagado los enfervorizados aplausos de los que querían un cambio, los leavistas que conforman esos cuadros jóvenes que ocupan bancas como legisladores, concejales, dirigentes sin cargos y profesionales que se dedicarán a lo suyo, se sentarán en la vereda de enfrente a esperar, con paciencia, tal como lo haría un wichi cuando quiere hacerse de una presa. 

Desde la siempre placentera y fácil de llevar “oposición constructiva” van a buscar por todos los medios que la democracia les permita recuperar el espacio que perdieron, quizás ya sin los Leavy a la cabeza, que por ahora juegan en las ligas mayores, pero con toda la sapiencia que le dejaron los 12 años en los que los metaneses manejaron con habilidad la ciudad cabecera de San Martín. Otro aro de fuego para Mario Mimessi.
 

 

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