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23 de Abril,  Salta, Centro, Argentina
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Las montañas sin hielo

Lunes, 09 de diciembre de 2019 00:00

Empieza a ser costumbre ver las altas montañas completamente desprovistas de hielo. Un espectáculo que los viejos salteños no hubiesen imaginado. Precisamente si algo distinguía a los Andes Centrales en general y a la región del norte argentino en particular eran esas cumbres blancas englazadas todo el año e incluso con glaciares activos que se desplazaban lentamente en función de la pendiente.

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Empieza a ser costumbre ver las altas montañas completamente desprovistas de hielo. Un espectáculo que los viejos salteños no hubiesen imaginado. Precisamente si algo distinguía a los Andes Centrales en general y a la región del norte argentino en particular eran esas cumbres blancas englazadas todo el año e incluso con glaciares activos que se desplazaban lentamente en función de la pendiente.

No hace falta más que ver fotografías o postales de mediados o principios del siglo XX para observar un paisaje hoy desconocido. Lo mismo pasa con algunas pinturas o dibujos del siglo XIX que muestran las montañas occidentales de los valles de Lerma y Jujuy con una gruesa cobertura de hielo. Y no era que el fotógrafo o el artista buscaran resaltar esos rasgos glaciarios, sino que ellos estaban allí y quedaban grabados en la tela o imagen. Eran parte íntima del paisaje y nadie podía pensarlo de otra manera.

El sentido común indicaba que era así y siempre había sido así y siempre seguiría siendo así. Pero no. Los hielos aparecieron y desaparecieron muchas veces de las montañas y no solamente en tiempos geológicos, sino también en tiempos históricos e incluso humanos generacionales.

Hoy el material fotográfico y artístico histórico tiene un gran valor para entender cómo se fueron retirando los hielos y cómo estos dejaron su marca o huella en el relieve. Lo que se ve es un paisaje fósil que conserva rasgos glaciarios fantasmales. Algunas altas cumbres lucen sus circos glaciarios, sus valles en "U", sus morrenas y otros escombros que fueron arrastrados por las masas de hielo en movimiento. Hielos que se desvanecieron en las últimas décadas por fenómenos planetarios que están siendo estudiados en muchos sistemas montañosos y especialmente en los Andes.

Del Illimani al Aconquija

Para que haya una acumulación de nieve y esa acumulación se convierta en hielo y ese hielo alcance la capacidad de fluir en función de su propio peso y de la pendiente tienen que darse algunas condiciones mínimas. Estas son mantenerse por debajo de la isoterma de cero grados centígrados y que exista un frente húmedo capaz de generar precipitaciones en esa región específica. Ello ocurre en la parte media a alta de una cadena montañosa y en el caso de los Andes la que da hacia la vertiente atlántica.

La Cordillera Real boliviana es un magnífico ejemplo ya que recibe una abundancia de precipitaciones provenientes de los vientos húmedos atlánticos que sobrepasan la zona de los Yungas. Esa humedad por un lado alimenta los glaciares de las altas montañas como el Illimani, uno de los picos de la Cordillera Real y, por otro, mantiene al lago Titicaca, el mayor espejo de agua del Altiplano y a la vez el lago navegable más alto del mundo. Hacia el sur las precipitaciones bajan desde más de 6.000 mm anuales a menos de 200 mm en el frente de la Cordillera Oriental.

Ello tiene excepciones en algunas cuñas de humedad que penetran más profundamente o en el caso del Aconquija donde se alcanzan las mayores precipitaciones del noroeste argentino.

No ocurre lo mismo en la alta cordillera volcánica occidental que limita a la Argentina de Chile y de Bolivia más al norte. Allí la isoterma de cero grados está muy baja, al ras de la base de los altos volcanes y sin embargo no hay acumulación de nieve ni formación de hielos. Esto ocurre por la ausencia de precipitaciones o la escasez de las mismas. Técnicamente la línea de los hielos permanentes se encuentra a una gran altura a tal punto que es la línea de nieves permanentes más alta en el mundo. En otros sistemas montañosos planetarios está muy por debajo del caso de los Andes Centrales. Luego la línea desciende hacia el sur, hasta hacerse cada vez más baja y coincidir finalmente con el nivel del mar en la Antártida.

Collas hieleros

Estos temas fueron parte del interés académico del Dr. Antonio Igarzábal, profesor y geomorfólogo de la Universidad Nacional de Salta. Abordó estas cuestiones en las décadas de 1970 y 1980 cuando ya varios glaciares de las montañas del NOA comenzaban a convertirse en escombros glaciarios o litoglaciares.

Franz Khun fue un gran geomorfólogo alemán que recorrió el país en la primera mitad del siglo XX. Realizó varias campañas en el norte argentino. Vio los cerros profundamente glaciados de la cordillera antepuneña, lo que hoy llamamos Cordillera Oriental y que los viejos salteños llamaban "Cordillera del Poniente", especialmente las altas montañas que flanquean el Valle de Lerma por occidente. Khun consideraba que los cerros antepuneños eran la continuación austral de la Cordillera Real boliviana. En esa unidad entraban los cordones de Chañi, Lesser, Acay, Cachi-Palermo, entre otros. El nombre se perdió de la geografía regional salto-jujeña.

Documentos del siglo XVIII, como el de Filiberto de Mena de 1791, dan cuenta de cómo se traía hielo de las montañas del oeste de Salta para usarlo en helados y refrigerar alimentos. El trabajo lo realizaban los míticos "collas hieleros" que bajaban en sus burros los fardos de barras de hielo envueltos en paja seca. Son estos mismos personajes, de un oficio hoy desaparecido en nuestras tierras, los que acompañaron a Humboldt en su épico ascenso al Chimborazo en Ecuador.

En algunas aldeas indígenas ecuatorianas todavía sobreviven algunos de los últimos representantes de ese noble oficio.

Nuestras morrenas

 En la Puna, y sus cordilleras que la limitan, quien realizó importantes observaciones y obtuvo abundante material fotográfico fue el viajero Luciano R. Catalano (1890-1970). Allí quedó documentada la línea de nieves permanentes en la década de 1920. El volcán Quevar mostraba una impresionante lengua glaciar activa hoy desaparecida. En su cumbre, al igual que en el Llullaillaco, hubo también momias incaicas con ricas ofrendas que fueron destruidas a dinamita por los buscadores de tesoros. La línea de hielos permanentes estuvo a 4.500 m de altura sobre el nivel del mar durante las últimas glaciaciones. Las morrenas glaciarias conservan la evolución del clima de las últimas decenas de miles de años. Parte se puede datar utilizando el carbono 14 de la materia orgánica preservada en las turbas. En tiempos recientes comenzaron a utilizarse isótopos cosmogénicos de berilo-10 para obtener las edades de las morrenas y en consecuencia los tiempos de avance de los glaciares. Estos resultan muy sensitivos a los cambios de precipitación y de temperatura. Por tanto el estudio de las morrenas tiene enorme interés paleoclimático. Científicos alemanes de la Universidad de Potsdam estudiaron las morrenas del Nevado de Aconquija y publicaron en 2019 un trabajo sobre el tema en el número 204 de la revista Quaternary Science Reviews (pág., 37-57). Dicho trabajo está firmado por Mitch D’Arcy, Taylor F. Schildgen, Manfred R. Strecker, Hella Wittmann, Walter Duesing, Jürgen Mey, Stefanie Tofelde, Philipp Weissmann y el suscripto.
 El Aconquija resulta clave por ser el registro glaciario más austral datado sobre el flanco oriental de los Andes Centrales. El grupo de investigadores demostró que hubo avances glaciarios hace 40.000 y luego 22.000 años atrás coincidentes con la máxima insolación de verano en los sub-trópicos del Hemisferio Austral. Luego se registran dos avances de los glaciares a los 13.500 años durante el “Younger Dryas” y luego 12.500 años durante el evento denominado “Reversión del Frío Antártico” o ACR por sus siglas en inglés. También se registró en las morrenas de las cumbres del Aconquija un avance a los 8.200 años coincidente con el “Evento Bond 5”. Las morrenas han permitido registrar con alta     fidelidad espacial y temporal la variabilidad de los climas del  pasado.
Más allá de los resultados las verdaderas causas de las glaciaciones andinas permanecen inciertas. Entre las explicaciones se han invocado la variabilidad modulada por insolación en la fuerza del monzón de verano sudamericano, las teleconexiones con el océano Atlántico Norte y/o  el enfriamiento en el Hemisferio Austral.

 

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