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El alud que cambió de un zarpazo la vida de Tartagal

Pasaron 10 años y la ciudad no puede olvidar esa mañana en que el barro arrasó 500 casas. Tras la catástrofe, la ciudad renació, se sobrepuso, pero el temor a lo inesperado está latente.
Domingo, 24 de febrero de 2019 00:35

A las 9 de la mañana del 9 de febrero de 2009 un río de lodo, árboles y piedras se abatían sobre gran parte de Tartagal. La correntada se cobró la vida de dos mujeres, madre e hija que residían en una humilde vivienda al costado del río. Tres horas más tarde, gran parte del centro de Tartagal era tierra arrasada; el olor penetrante del agua con barro inundó hasta el último rincón de la ciudad; los vecinos, azorados, sin poder creer en lo que la naturaleza, sin previo aviso y sin que hubiera estado jamás en la imaginación de nadie, ha transformado su ciudad. El recuerdo es dantesco. Montañas de troncos sobre la avenida Packam, cientos de casas repletas de barro. Otras habían desaparecido. El viejo puente ferroviario -casi un monumento histórico y un ícono del desarrollo del norte- es un amasijo de hierros retorcidos sobre el puente carretero de la avenida de entrada a Tartagal que resiste estoicamente el peso de la vieja estructura. En el centro mismo de Tartagal, hombres, mujeres y niños con palas, en carretillas, en baldes, tratando de sacar el barro que alcanza medio metro, sepultando el pavimento y las veredas. El vapor -por tanta humedad y el calor propio del mes de febrero- son insoportables y solo uno que otro unimog del regimiento, recorren las calles céntricas de Tartagal. De a ratos un camión del Ejército ingresa por el portón de la calle Belgrano de la Municipalidad trasladando gente, colchones, un poco de ropa; el personal y algunos voluntarios ubican a las familias en el salón auditórium. Los evacuados, de a poco se amontonan no alcanzan a entender muy bien qué les ha pasado, qué los dejó con lo puesto en pocos minutos.

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A las 9 de la mañana del 9 de febrero de 2009 un río de lodo, árboles y piedras se abatían sobre gran parte de Tartagal. La correntada se cobró la vida de dos mujeres, madre e hija que residían en una humilde vivienda al costado del río. Tres horas más tarde, gran parte del centro de Tartagal era tierra arrasada; el olor penetrante del agua con barro inundó hasta el último rincón de la ciudad; los vecinos, azorados, sin poder creer en lo que la naturaleza, sin previo aviso y sin que hubiera estado jamás en la imaginación de nadie, ha transformado su ciudad. El recuerdo es dantesco. Montañas de troncos sobre la avenida Packam, cientos de casas repletas de barro. Otras habían desaparecido. El viejo puente ferroviario -casi un monumento histórico y un ícono del desarrollo del norte- es un amasijo de hierros retorcidos sobre el puente carretero de la avenida de entrada a Tartagal que resiste estoicamente el peso de la vieja estructura. En el centro mismo de Tartagal, hombres, mujeres y niños con palas, en carretillas, en baldes, tratando de sacar el barro que alcanza medio metro, sepultando el pavimento y las veredas. El vapor -por tanta humedad y el calor propio del mes de febrero- son insoportables y solo uno que otro unimog del regimiento, recorren las calles céntricas de Tartagal. De a ratos un camión del Ejército ingresa por el portón de la calle Belgrano de la Municipalidad trasladando gente, colchones, un poco de ropa; el personal y algunos voluntarios ubican a las familias en el salón auditórium. Los evacuados, de a poco se amontonan no alcanzan a entender muy bien qué les ha pasado, qué los dejó con lo puesto en pocos minutos.

La desolación

Vivencias indelebles. Todas las puertas de las oficinas municipales están abiertas; de una sale un funcionario municipal a quien, casi sin decir palabra, le pregunto con la mirada. "Esto es un desastre", me responde y sigue caminando. Entro al despacho del intendente donde Sergio "el Oso" Leavy habla por el teléfono fijo con alguien, me hace señas de que me siente. Cuelga el teléfono, se agarra la cabeza con ambas manos y comienza a llorar. Pero se repone casi al momento porque le avisan que están al llegar el gobernador, los ministros, "el flaco" Randazzo, me relata mientras se limpia el rostro transpirado. Pasan un par de horas más y ya están todos en otra oficina programando la evacuación, la búsqueda de los cuerpos de las dos mujeres que vivían al lado mismo del cauce del río, tratando de ubicar a varios vecinos a quienes no se los encuentra por ningún lado.

La tragedia

El lodo con una fuerza incontenible abrazó la casita de madera y la arrastró con dos mujeres adentro, Rosa y Modesta Alfaro, las víctimas fatales del alud de Tartagal.

El asentamiento que estaba al lado de las vías del ferrocarril no existe más; fue milagroso que el alud que había rebalsado por lejos el lecho del río y se desplazaba a la misma velocidad del río no arrastrara a nadie más. No hay electricidad, no hay señal de celulares, los teléfonos fijos también terminan por cortarse; nadie puede ingresar hacia La zona de Santa María (al sur de la ciudad) salvo en los camiones del Regimiento que solo se comunican con su base por radio. Al fotógrafo de El Tribuno su padre lo carga en un auto y lo lleva al hospital; lo atacaron abejas que salen de los panales de los inmensos troncos que como mondadientes arrastra la correntada.

Una fecha para recordar

Ese día, fue un impresionante alud el que bajó de las serranías del oeste luego del desmoronamiento de un cerro que a su vez produjo un endicamiento (una especie de embalse) en la cuenca alta del río Tartagal unos 10 kilómetros al oeste de la ciudad; el evento ambiental, según estudios geológicos posteriores, no obedeció a tareas antrópicas (la mano del hombre) sino a las intensas lluvias que se habían producido por semanas en las altas cumbres que no soportaron tanta humedad. 500 viviendas de Tartagal -la mayoría en Villa Saavedra- quedaron destruidas y una cantidad similar con lodo hasta un metro de altura.

Con el paso de los meses y para darle más luz al cauce se colocaron dos puentes a mayor altura y se ejecutó una obra integral de contención de todo el cauce que divide en dos a la ciudad. Miles de personas se quedaron sin nada por lo que por 40 días, el Regimiento 28 de Infantería les brindó las raciones de comida.

El dengue

A las 48 horas del alud hizo eclosión el dengue con miles de enfermos que abarrotaban las guardias del hospital Juan Domingo Perón. Se presentaron casos de dengue hemorrágico con el saldo de una persona fallecida; otro de los afectados por la forma más agresiva de la patología fue el actual secretario de Gobierno, Franco Hernández Berni, entonces estudiante de derecho. Había estado participando de las tareas de rescate de vecinos del barrio Santa María, donde contrajo la enfermedad que lo mantuvo en muy delicado estado por más de un mes. Especialistas aconsejaron hacer obras de contención, proteger los laterales del cauce, darle altura a los puentes y poner en práctica una alerta temprana tomando en cuenta las características geológicas de los cerros del oeste. El evento ambiental no se vincula con la mano del hombre (desmontes, siembras) lo que deja margen para un riego futuro. Las obras se concretaron, pero el alerta temprano nunca se puso en práctica.

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