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Oscar Martínez: “El camino a la adultez y madurez está en saber atravesar pérdidas”

Oscar Martínez dialogó en exclusiva con El Tribuno  sobre muchas cosas, entre ellas de “Yo, mi mujer y mi mujer muerta”, la cinta de Santi Amodeo que estrenará la semana próxima en nuestro país. En una historia “sutil y delicada”, el actor encarna a un estructurado arquitecto que, tras la muerte de su esposa, descubre los secretos de quien más amó. 
Miércoles, 20 de marzo de 2019 09:24

 

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Marina Cavalletti 
El Tribuno


Además, el también escritor, reflexiona sobre los duelos, el amor, y recuerda su particular encuentro con Adolfo Bioy Casares.
La película tiene una impronta cómica además de la dramática ¿Cómo trabajaste este aspecto ambiguo que tiene el film?
En las comedias dramáticas en general, uno como espectador se ríe de lo que los personajes padecen. Entonces, lo que uno tiene que hacer es cumplir con lo que el guión pide y atravesar las vicisitudes que el personaje atraviesa. En ese sentido, la primera vez que lo leí me gustó muchísimo. Que un hombre tan seguro de sí mismo, casi soberbio, con un narcisismo tan alto, y convencido de que conocía mejor que nadie a su mujer (que siempre estuvo a la sombra de él y con quien había tenido un matrimonio extraordinario) termine comprobando -con ella ya
muerta- que todo eso no era como creía, es lo suficientemente potente y está muy bien estructurado como para que te lleve solito. Me parece una idea muy original y es muy interesante ver lo que a este hombre le pasa cuando empieza a tener las primeras revelaciones al viajar a España con las cenizas de su mujer. Aparentemente ella no era todo lo que imaginaba y hasta tenía reparos muy serios para él. Luego, enterarse de que la mujer tenía una especie de doble vida y que había estado a punto de abandonarlo por otro hombre.
Lo más interesante de todo es que este hombre, amén del viaje físico, que es largo, hace fundamentalmente un viaje interno e impresionante. Termina comprendiendo, aceptando y amando a su mujer, igual o más que antes.
En el film los personajes dicen muchísimas cosas con pequeños actos. Esto, ¿de alguna manera llama a un espectador activo?
Sí, la película es muy sutil, delicada y refinada. Porque con el tema y con algunas de las vicisitudes que el protagonista tiene que atravesar, podría haberse virado todo hacia algo más vulgar u ordinario. Pero Santi Amodeo es muy refinado en su manera de filmar y en su relato de imágenes. Aún en esas situaciones, nunca pierde la elegancia en la historia. Es como una comedia dramática delicada que del mismo modo que te despierta la risa, también te despierta la emoción. 
En un momento, dos hombres se abrazan a pesar de sus diferencias. ¿Es una escena significativa en una Argentina en la que pareciera que no se soportan las diferencias?
Sí, si se quiere hacer esa lectura, acá de se trata de situaciones de índole privada y personal. Pero es cierto, porque son dos hombres a los que los enfrenta y los separa el amor por una misma mujer, y que puedan unirse en el amor por esa misma mujer. Eso es algo muy lindo porque además ella ya no está. No se están disputando su cuerpo... en todo caso se están disputando el amor. Terminan aceptando que eso era dual y que los dos pudieron haberla amado y que ella pudo haber amado a los dos de maneras distintas.
En estas épocas tan globales en donde se redefinen los alcances del amor, ¿hay algo que, a tus casi 70 años, te haya enseñado la vida sobre el amor, que es tan universal y difícil de definir?
Lo que me ha enseñado la vida es que el amor es indispensable, pero cada uno tiene que encontrar su propia y peculiar manera de experimentarlo. Para mí ha sido vital el amor, en todas
sus manifestaciones, y el amor romántico también, que es sobre lo que trata la película. Para mí la fidelidad es un valor, pero entiendo que cada uno tiene que darse las respuestas que los satisfagan a sí mismos, que los hagan felices y capaces de dar y recibir amor. Creo que no hay fórmulas, y yo no juzgo ni critico a nadie, simplemente me preocupé por descubrir cómo era para mí ese asunto. Pero es para mí, no quiere decir que sea así para todo el mundo. En ese sentido no hay valores universales. Lo que sí me parece bueno es procurar y buscar el amor, y si se lo tiene,
cuidarlo, cultivarlo, protegerlo y ampararlo.
Cuando se estrene esta película, en algunas partes del país convivirá con otra que también protagonizas: “La misma sangre”. Si bien son diferentes, en las dos sos un marido que ha perdido a su mujer. ¿Te genera algún tipo de rareza esta situación?
No solo eso, en las dos que vienen, también. Tanto en la de Campanella, como en “Vivir dos veces” que es la última película que rodé en España, también soy viudo. Yo supongo que tiene que ver con la edad que estoy por cumplir. 
Digamos que en el bolillero es más factible que enviude un hombre que ya tuvo un matrimonio de varias décadas, o que enviude la mujer.
¡Tenés la suerte de que no te matan a vos...!
¡Claro! Por ahora todavía puedo seguir haciendo películas! El otro día alguien me decía: “Pero todas tus mujeres están muertas...” y ahí me puse a pensar “Sí, ¡en la de Campanella también! Y en la de María Ripoll también!”. En la de María Ripoll soy un hombre que enviudó hace unos cinco años y en la de Campanella hace más, pero son películas tan distintas en sus géneros, universos y lenguajes que no me preocupa.
Hablando de enviudar, ¿cómo te llevas vos con el tema de los duelos en general?
Yo creo que el camino a la adultez y la madurez está en saber atravesar pérdidas. Perdés la infancia, después la primera juventud, después la juventud. A lo mejor perdés alguna relación que fue muy importante y dejó de serlo, o perdés amigos. Digamos que forma parte del crecimiento personal. Por supuesto que hay pérdidas más dolorosas que otras, como la de tus padres. Mis padres han fallecido. Forman parte y son algo inevitable de la vida, sobre todo si uno aspira a vivir una vida con tiempos biológicos razonables. No hace falta vivir cien años para eso. He tenido mis pérdidas y algunas me han costado más que otras, pero todas me han servido para crecer, comprender y para aceptar.
Pasando de las pérdidas a las ganancias. En el 2017 se reconoció tu labor como dramaturgo y como escritor y fuiste incorporado a la Académica Argentina de Letras. ¿Esto te repercutió de alguna manera sobre tu escritura?
La verdad es que me sorprendió y me conmovió. Me gratificó enormemente, de hecho ese mismo año había publicado ensayos sobre la actuación, que se llaman “Ensayo general”. Pensé si yo podía estar a la altura de ese nombramiento. Pero bueno, convivo con eso.
No he vuelto a escribir porque he estado trabajando mucho y no he tenido tiempo. Escribir me lleva mucho tiempo por día, y sobre todo lo que me pasa es que cuando escribo, y más que nada teatro, estoy dedicado exclusivamente a eso. No puedo estar rodando una película y escribiendo una obra de teatro o un ensayo. Me es absolutamente incompatible porque tengo que estar dedicado desde la mañana hasta la noche. Me toma por completo y la verdad es que no he parado de filmar. Entonces, no sé si volveré o no a escribir, aunque es lo más probable, pero lo cierto es que no me lo pude ni formular porque no tuve oportunidad de disponer de una cantidad de tiempo, como unos meses como para decir “bueno, voy a escribir una obra”. No lo pude hacer.
Si tuvieras la oportunidad de dialogar con algún gran escritor que admires mucho de nuestro país, ¿cuál es el primer nombre que viene a la mente?
Me hubiera gustado poder hablar con Borges, pero no sé si doy el piné como para poder tener una conversación con semejante escritor y genialidad. Me perdí una ocasión con Bioy Casares por pudor, porque en los años ’80 -a pedido de él y de los organizadores- participé leyendo fragmentos de la obra de Bioy en un encuentro que se hizo con él en la sala grande del Centro Cultural San Martín. Estaba colmadísima de gente, y en aquel momento se leyó su obra, se le hicieron y respondió preguntas. Y me dijo en un momento que él quería hablar conmigo porque tenía en la mente una novela que se iba a llamar “El comediante” y quería hablar sobre el trabajo del actor. No sé qué me pasó, porque le dije “sí, cómo no maestro”, pero yo después no intenté tomar contacto con él. Es algo que me reproché siempre. Supongo que me dio pudor, pero hubiera sido hermoso poder hacerlo. Después, no sé con quién más, pero seguramente hay más escritores con los que me hubiera gustado hablar, porque yo amo mucho la literatura y la narrativa, y me gusta mucho el oficio del escritor. Me hubiera gustador charlar con más de uno sobre el oficio. De hecho tengo escritores amigos como Santiago Kovadloff y Jorge Fernández Díaz y son compañeros míos en la Academia, así que de vez en cuando por supuesto que conversamos sobre la creación literaria.
 

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