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Putin y la nueva guerra sucia

Domingo, 24 de marzo de 2019 00:00

Lenin y Stalin ríen desde sus tumbas: a casi treinta años de la caída del muro de Berlín, que aceleró el proceso de descomposición de la Unión Soviética y provocó su disolución en diciembre de 1991, el primer mandatario estadounidense, Donald Trump, está acosado por una investigación orientada a probar sus supuestas conexiones secretas con el Gobierno de Moscú y profundizar su presunta complicidad en la comprobada y probablemente decisiva intervención de los servicios secretos rusos en las elecciones presidenciales norteamericanas de 2016.

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Lenin y Stalin ríen desde sus tumbas: a casi treinta años de la caída del muro de Berlín, que aceleró el proceso de descomposición de la Unión Soviética y provocó su disolución en diciembre de 1991, el primer mandatario estadounidense, Donald Trump, está acosado por una investigación orientada a probar sus supuestas conexiones secretas con el Gobierno de Moscú y profundizar su presunta complicidad en la comprobada y probablemente decisiva intervención de los servicios secretos rusos en las elecciones presidenciales norteamericanas de 2016.

El "establishment" de Washington asiste estupefacto a las revelaciones sobre un hecho que, por sus vastas consecuencias políticas dentro y fuera de los Estados Unidos, bien podría caracterizarse como la operación de inteligencia más exitosa de la historia.

El presidente ruso Vladimir Putin es un excoronel de la KGB. En la trama descubierta por el FBI estadounidense surge un dato relevante para la comunidad de inteligencia occidental. El ataque cibernético al cuartel general del Partido Demócrata y a la computadora personal de su candidata presidencial (entonces una dura oponente para Trump), Hillary Clinton, no fue obra de la mítica KGB -ahora denominada FSB-, cuyas andanzas durante la guerra fría dieron material a tantas novelas, películas y series de espionaje, sino al GRU (que en 2010 fue rebautizado GU), la sigla de ese misterioso servicio de inteligencia militar dependiente del Ministerio de Defensa, antes soviético y ahora ruso.

Un "servicio" popular

Un detalle significativo es que el poder del GU, alentado por el presidente Putin, se ve potenciado por el respaldo que emerge del creciente nacionalismo de la opinión pública rusa, que aprueba sus actividades clandestinas en el exterior, a las que alaba como un acto de patriotismo.

Esta percepción social sobre el grupo de inteligencia y sus acciones está asociada al hecho de que en el pasado, vale consignar, el GRU no estuvo tan involucrado en la represión interna del régimen comunista, que, en cambio, sí estuvo a cargo de la antigua KGB. El propio GU participa activamente hoy en un programa de promoción de los servicios de espionaje en las escuelas públicas.

Esa popularidad del GU en la opinión pública motivó un incremento de su influencia en detrimento del ahora llamado FSB.

Durante la era soviética, la KGB lideraba las operaciones de naturaleza política. El GRU solía ocuparse de las operaciones clandestinas destinadas a consolidar la influencia del Kremlin en los países del Tercer Mundo. Su actividad incluía desde el apoyo encubierto a las guerrillas latinoamericanas hasta la infiltración en las Fuerzas Armadas de esos países. Uno de sus agentes, el argentino Norberto Ceresole, quien años después confesó su pertenencia al espionaje militar ruso, asesoró en sus primeros tiempos a Hugo Chávez.

En la década del 90, ya en la era postcomunista, el GRU cumplió un rol clave en las dos sangrientas guerras libradas por Rusia contra los rebeldes separatistas musulmanes de la República de Chechenia.

Alexei Kondaurov, un general retirado de la KGB y opositor al presidente Putin, señala que en esa "guerra sucia" los efectivos del GRU "ganaron experiencia en la violencia extrajudicial", lo que a su criterio "es un elemento clave que cambia la psicología de las personas".

Los soldados de Internet

En Chechenia, donde el GRU empezó a desplazar el tradicional predominio de la KGB, tuvieron una participación protagónica los "Spetnaz", una rama especial de la organización constituida por una élite de combatientes integrados en grupos de asalto, similares a las unidades de comandos que existen en las tropas de operaciones especiales en otros países. Sometidos a un adiestramiento extremo, están entrenados en múltiples habilidades, desde el manejo de explosivos hasta las tareas de reconocimiento y las transmisiones, pueden operar en unidades de ocho o diez soldados, pero también en células de dos o incluso en forma individual.

Esa performance exitosa de los soldados del GRU en Chechenia hizo que Putin los escogiera también en Ucrania, en las operaciones previas a la anexión de Crimea y, luego, para librar la guerra contra el ISIS en Siria, un terreno muy adecuado para la naturaleza de sus aptitudes para la guerra encubierta.

No resulta entonces descabellada la hipótesis, barajada por la CIA y otros servicios occidentales, acerca de que los 500 efectivos rusos que sirven hoy en Venezuela al régimen de Nicolás Maduro, y que en teoría revistan como empleados de una empresa de seguridad privada con sede en Moscú, sean en realidad "Spetnaz".

Pero el factor cualitativo del ascenso del GU en el renovado sistema de inteligencia de la Rusia de Putin es su capacidad para encarar la guerra psicológica en el ciberespacio. Las unidades del antiguo GRU que en la era comunista estaban destinadas a la propaganda y la decodificación de claves, ahora llevan a cabo ciberataques y operaciones de guerra psicológica a través de Internet.

En 2013, el GU fundó una "empresa de ciencia", con el objetivo explícito de reclutar a los mejores talentos de las universidades.

Mark Galeotti, un experto en inteligencia rusa del Instituto de Relaciones Internacionales de Praga, tiene una interpretación original para esta reasignación de funciones: “históricamente, el GRU ha sido la principal agencia de Rusia para operar en espacios descontrolados, como guerra civiles y demás. En cierto sentido, Internet es ese espacio descontrolado de nuestros días”.

Según las agencias de inteligencia occidentales, la unidad del GU que se ocupa de la “guerra de los mails”, que frustró las aspiraciones presidenciales de Hillary Clinton, es conocida como Unidad 54777 o 72° Centro de Servicios Especiales y tiene cada vez mayor importancia dentro de las capacidades de guerra psicológica de las Fuerzas Armadas rusas. Según la CIA, esa unidad trabaja coordinadamente con otras ciberunidades de operaciones psicológicas, como Caber-Caliphate, un grupo de hackers que dicen ser acólitos de ISIS pero que en realidad forman parte de la misma red manejada por Moscú.

La “ciberguerra” contra Europa

Pero los blancos políticos de los ciberataques atribuidos al GU no se limitan a Estados Unidos, sino que apuntan a dinamitar a la Unión Europea. Las agencias de inteligencia británicas están convencidas de que los hackers de Moscú participaron activamente en las redes sociales para influir a favor del Brexit. La prensa gala, que durante la reciente campaña para las elecciones presidenciales francesas se hizo eco de las acusaciones de que los rusos estaban operando en las redes a favor de Marine Le Pen, afirma ahora que esa misma modalidad se emplea actualmente para promover la sublevación de los “chalecos amarillos”.

El origen virtualmente indeterminable de los ataques cibernéticos, que no permite una identificación inequívoca de sus ejecutores y menos aún de sus autores intelectuales, coloca a Occidente en una situación difícil. El sistema jurídico occidental, a diferencia de que sucede en Rusia o en China, torna problemática la adopción de medidas de represalia sin vulnerar normas del ordenamiento legal de los países que las dispongan.

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