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La pedofilia acelera la autocrítica de la Iglesia

Domingo, 14 de abril de 2019 01:04

La Iglesia Católica atraviesa una de las crisis más intensas en sus veinte siglos de historia. Los escándalos provocados por las aberrantes prácticas sexuales de algunos eclesiásticos son una manifestación de ese escenario crítico, y evidencian la vulnerabilidad institucional de la Iglesia para controlar abusos y violaciones que, en primer lugar, son delitos, pero además contradicen la esencia misma del mensaje cristiano, que establece como medida de la moralidad de las acciones de los seres humanos el respeto por los demás, en especial, por los niños, los pobres y los débiles.

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La Iglesia Católica atraviesa una de las crisis más intensas en sus veinte siglos de historia. Los escándalos provocados por las aberrantes prácticas sexuales de algunos eclesiásticos son una manifestación de ese escenario crítico, y evidencian la vulnerabilidad institucional de la Iglesia para controlar abusos y violaciones que, en primer lugar, son delitos, pero además contradicen la esencia misma del mensaje cristiano, que establece como medida de la moralidad de las acciones de los seres humanos el respeto por los demás, en especial, por los niños, los pobres y los débiles.

Las denuncias, procesamientos y detenciones de sacerdotes salteños, y la creciente sensación de morosidad y cierta connivencia de las autoridades religiosas locales conmueven a nuestra sociedad, identificada especialmente con la tradición católica. A pesar de los inequívocos testimonios de sacerdotes y víctimas, el exobispo de Orán, Gustavo Zanchetta, parece vivir un privilegiado exilio en Roma, cerca del papa Francisco. El sentido común y los religiosos que no admiten ni transigen con la corrupción de menores o con los abusos de poder señalan que la misma autoridad eclesiástica debe impulsar el enjuiciamiento penal de quienes se amparan en su rol sacerdotal para arruinar la vida de niños o jóvenes a su cargo.

A pesar de su aparente ambigedad en el caso de Zanchetta, el actual Pontífice se muestra dispuesto a depurar a la Iglesia de este tipo de perversiones. Su decisión actual al respecto quedó de manifiesto en el encuentro de obispos que convocó el pasado febrero para abordar la responsabilidad de proteger a los menores de los curas pedófilos.

El interrogante que sigue pendiente es cómo resulta posible que personas de esa calaña ejerzan el ministerio cristiano. Es probable que haya llegado la hora de que la institución replantee el modo de vida de sus sacerdotes, a los que se les exige el celibato. Esta práctica, nacida en los albores del cristianismo, fue concebida como disciplina monástica y extendida luego como virtud moral a todo el clero. El escenario actual la pone en tela de juicio ante la opinión pública.

El papa emérito, Benedicto XVI, desde una perspectiva conservadora, realizó la más profunda autocrítica escuchada en el seno de la Iglesia. Lo hizo en un documento de 18 páginas que el ex papa, uno de los teólogos del Concilio Vaticano II, redactó con motivo del encuentro de febrero, tratando de aportar una visión histórica y teológica a deliberaciones que apuntaban a la toma de decisiones frente a una situación insostenible. Ratzinger atribuye la existencia de abusos sexuales al olvido de Dios por parte de muchos cristianos.

"La fuerza del mal proviene de nuestro rechazo del amor de Dios", dice y elogia a Francisco por haber convocado a ese histórico encuentro para "hacer que la Iglesia vuelva a ser creíble … en la lucha contra los poderes destructivos". El documento hace referencia a la "revolución sexual" de los años sesenta, cuando, según él, la pedofilia se consideraba "permitida" y también "conveniente". Menciona, en ese período, "el colapso de las vocaciones sacerdotales" y "el enorme número de dimisiones del estado clerical".

Benedicto habla del rol de Dios como fuente y garantía del bien moral absoluto, en contradicción del relativismo, que sostiene que no existen certezas absolutas. Describe una quiebra interna de la Iglesia y su crítica avanza hacia el funcionamiento de los seminarios de formación sacerdotal, que alentaron distorsiones sexuales, y al extremo celo por garantizar los derechos de los acusados, haciendo que las condenas sean "casi imposibles".

La esencia de su mensaje muestra con crudeza que la Iglesia "es vista como una corporación política" y que esta institución tiene que "volver a Dios".

La crisis entonces trasciende a la pedofilia. El mundo del siglo XXI atraviesa una revolución cultural que replantea valores y tradiciones. La Iglesia siempre se presentó como una institución perseguida; de la mano de Francisco debe afrontar hoy el riesgo de una implosión, como las que suelen terminar con tradiciones y culturas milenarias.

 

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