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Los alimentos argentinos son los más caros de la región

Domingo, 07 de abril de 2019 00:03

El altísimo precio de los alimentos en la Argentina es una muestra clara del descalabro global de nuestra economía.

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El altísimo precio de los alimentos en la Argentina es una muestra clara del descalabro global de nuestra economía.

En un país de perfil y tradición agroalimentarios, con capacidad para abastecer a 800 millones de personas, comer cuesta más que en el resto del continente y en Europa. Ese rubro esencial para la calidad de vida de la gente y para la competitividad de la economía está absolutamente expuesto, y sin ningún reaseguro, a los vaivenes de la inflación, el dólar y el desmadre tributario.

En estos días de incertidumbre el incremento de los precios de los alimentos supera a la inflación. El gobierno, en tanto, busca una solución de emergencia frente a un tema especialmente urticante. Entre esas soluciones figuran un acuerdo de precios entre todos los sectores de la cadena alimentaria y la posibilidad de reintegrar el IVA en los alimentos que consumen los sectores de menores ingresos, cuyo consumo equivale al 30% del total.

Resulta una paradoja que un país que, con fundamento pero sin un proyecto claro, se postula como "supermercado del mundo", tenga los alimentos más caros del continente y deba competir en su propio mercado interno con importaciones que ingresan a precios más competitivos.

Para un argentino medio, alimentarse cuesta un 30% más que para un chileno o un brasileño y el doble que para un peruano. La explicación debe buscarse en los desequilibrios que causa la inflación, una presión tributaria superior al resto del mundo, los costos de transporte y la logística, los sobrecostos laborales y la intermediación.

En la Argentina es muy caro producir, y la cadena de comercialización multiplica vertiginosamente los precios. La carga tributaria respecto del producto bruto interno pasó del 23% en 2003 al 38% en 2018. El desequilibrio es evidente: los países industrializados tienen una carga impositiva del 36%, y los emergentes, del 22% sobre el PBI. El correlato de esa presión tributaria es el gasto público, que en la última década se elevó del 24% al 45% del PBI argentino. Pero es un gasto público ineficiente, que solo genera déficit.

Ese dilema se traslada a la mesa de los argentinos: un kilo de carne paga hasta 50 pesos en impuestos, y el de pan, 10 pesos.

Según el Instituto de Promoción de la Carne Vacuna Argentina, el valor de la carne subió casi un 71% en un año. El vacío se vendió en marzo a $273 el kilo; la falda a $150 el kilo y el lomo a $340 el kilo.

Según IPCVA, el aumento se debió a la escasez de oferta de hacienda ante la caída de la rentabilidad. Con la fuerte devaluación de agosto, los costos para la alimentación de los animales subieron, junto con el encarecimiento del crédito.

En el Mercado de Liniers el kilo vivo se pagó esta semana, promedio, $51. Para producir un novillo apto para la venta, el ganadero debe desarrollar una escala de inversiones a lo largo de tres años y medio, condicionadas por la inflación y la inestabilidad cambiaria.

Al mismo tiempo, un sachet de leche cuesta $48, mientras que un productor cobra entre $9 y $10. Pero según los tamberos, producir un litro de leche cuesta alrededor de $12.

La Argentina es un país con potencial agroalimentario, por condiciones naturales y por el profesionalismo de la producción rural, pero toda la cadena productiva debe sobrellevar un escenario complejo: los costos de transporte son el 70% más caros que en Estados Unidos o Brasil, el gasoil tiene un componente tributario del 42% y el Estado se apropia de más del 60% de la renta de la soja y el girasol.

Con los alimentos, como con cada una de las actividades económicas, la única solución es abandonar el espiral enloquecido que nos lleva de la dilapidación de dineros que no tenemos a ajustes ortodoxos que estrangulan el trabajo y la producción, y en ciclos que se suceden sin solución de continuidad desde hace décadas.

Las metas de industrialización, pleno empleo y retroceso de la pobreza requieren, sin demora, un consenso firme en torno de un proyecto de Nación.

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