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Cumplió 102 años Balvina, la pionera del Camino de los Artesanos: exponía sus ponchos en los Valles, aún antes de la II Guerra Mundial

En los primeros años del trazado de la ruta nacional 40, ya exponía sus ponchos, tapices y mantas a orillas del camino, colgados con clavitos en los árboles y arbustos.  
Martes, 09 de abril de 2019 09:12

En una cena organizada por sus hijos, nietos, biznietos y tataranietos, Balvina Condorí celebró el fin de semana pasado sus 102 años. Se trata de una mujer pionera del afamado Camino de los Artesanos, en tiempos en donde solo los aventureros atravesaban los Valles Calchaquíes. 
Balvina nació el 6 de abril de 1917 en Condorhasi, Luracatao, departamento de Molinos. Pero de moza se trasladó a Villa El Monte, en Seclantás, donde pasó prácticamente toda su vida hasta estos días. Como su casita estaba ubicada a pocos metros de la traza de la ruta nacional 40, solía exponer sus trabajos a orillas del camino, colgados con clavitos en el guardapatio. Especialista en textiles, se dedicó por décadas a confeccionar tapices, alfombras, frazadas, mantas y ponchos; todos realizados en un rústico telar que aún conserva como un tesoro, como una máquina del tiempo que la transporta de tanto en tanto a su juventud, en que la vida era mucho más dura pero en la se sentía inmensamente feliz.
Madre de ocho hijos, hoy goza del cariño de 50 nietos, biznietos y hasta tataranietos, a muchos de los cuales crió y formó en las artes ancestrales y “como personas de bien”, tal como lo suele resaltar.
Balvina era, además, agricultora. En su pequeña finquita cultivaba con sus manos y acompañada de un arado tirado por bueyes, una gran variedad de hortalizas. “Ella ponía su propio maíz y papas. Y tenía también frutales, como duraznos ciruelas, membrillos, granadas. Todo lo atendía personalmente y de esa manera mantenía a la familia. Solía salir de madrugada, tipo tres de la mañana, cuando era el turno del agua, a regar sus cultivos. Era madre y padre a la vez, y si tenía que cavar una acequia lo hacía igual o mejor que cualquier paisano”, contó Mario González, uno de sus nietos.

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En una cena organizada por sus hijos, nietos, biznietos y tataranietos, Balvina Condorí celebró el fin de semana pasado sus 102 años. Se trata de una mujer pionera del afamado Camino de los Artesanos, en tiempos en donde solo los aventureros atravesaban los Valles Calchaquíes. 
Balvina nació el 6 de abril de 1917 en Condorhasi, Luracatao, departamento de Molinos. Pero de moza se trasladó a Villa El Monte, en Seclantás, donde pasó prácticamente toda su vida hasta estos días. Como su casita estaba ubicada a pocos metros de la traza de la ruta nacional 40, solía exponer sus trabajos a orillas del camino, colgados con clavitos en el guardapatio. Especialista en textiles, se dedicó por décadas a confeccionar tapices, alfombras, frazadas, mantas y ponchos; todos realizados en un rústico telar que aún conserva como un tesoro, como una máquina del tiempo que la transporta de tanto en tanto a su juventud, en que la vida era mucho más dura pero en la se sentía inmensamente feliz.
Madre de ocho hijos, hoy goza del cariño de 50 nietos, biznietos y hasta tataranietos, a muchos de los cuales crió y formó en las artes ancestrales y “como personas de bien”, tal como lo suele resaltar.
Balvina era, además, agricultora. En su pequeña finquita cultivaba con sus manos y acompañada de un arado tirado por bueyes, una gran variedad de hortalizas. “Ella ponía su propio maíz y papas. Y tenía también frutales, como duraznos ciruelas, membrillos, granadas. Todo lo atendía personalmente y de esa manera mantenía a la familia. Solía salir de madrugada, tipo tres de la mañana, cuando era el turno del agua, a regar sus cultivos. Era madre y padre a la vez, y si tenía que cavar una acequia lo hacía igual o mejor que cualquier paisano”, contó Mario González, uno de sus nietos.


Aún antes del trazado de la mítica ruta 40 -década del 30 y 40- Balvina solía comercializar sus productos entre la gente que recorría los valles. En invierno solía recibir a los pequeños productores que le proveían lanas de oveja y llama, y se la pasaba “meta hilar”, para luego tejer verdaderas obras de arte. Cada trabajo era único e irrepetible, por muchos factores, fundamentalmente por su elaboración artesanal basada en dibujos incaicos y geométricos, y por su colorimetría. En los teñidos se usaban productos naturales, como cortezas de las viñas y de los algarrobos, la cascara de la nuez; que proporcionaban colores únicos e irrepetibles los que se combinaban con los tonos naturales de las lanas. Todos esto le otorgaba a los trabajos una valiosa autenticidad, que por aquellos años era muy apreciada fundamentalmente por los extranjeros.

Con el trazado de la ruta 40 llegó también el turismo con mucha más frecuencia y le valió la admiración de visitantes de todo el mundo, que solían enviarle postales que aún conserva de puntos tan lejanos como Bélgica o Australia y “de países tan raros que no conocíamos ni el nombre”, recodó su nieto.

 

“Se vivía de lo que se producía”

Hasta pasada la primera mitad del siglo XX prácticamente no llegaban productos industriales a los Valles Calchaquíes y poseer alguno de ellos era un verdadero lujo. Todo se hacía a base de maíz y carne de cabrito. No había aceites ni fideos. Mucho menos enlatados. “Había que vivir con lo que se producía. La carne de vaca, por ejemplo, no llegaba hasta aquí”, rememora doña Balvina.
Su descendencia resalta las ganas de vivir de la legendaria artesana salteña. “Felicidades, cumplís 102 años abuela”, le dijeron durante la fiesta de cumpleaños sus nietos, a lo que ella lúcida y presurosa contestó: “Y aún tengo que cumplir muchos más”. 
La mujer confesó, además, que le gustaba mucho cantar coplas. Tenía varios amigos con los que compartía ese difícil arte de la poesía improvisada, tan arraigada en esas latitudes. Una de esas compinches es doña Rufina Alancay, de 90 años, quien la acompaña de toda la vida. También lo hizo Faustina Yapura, de 100 años, quien falleció recientemente . Con las coplas pintaban sus vivencias y sus sueños, con pinceladas tristes y picarescas que invitaban a reflexionar.


Doña Balvina celebró su cumpleaños rodeada de afectos, con esperanzas de un mundo mejor y con la alegría y la satisfacción de haber cumplido con la responsabilidad que le tocó en suerte. Dejó como herencia a los salteños una familia de prestigiosos artesanos, que supieron conservar y poner en valor las técnicas artesanales que ella les trasmitió y que llevaron al Camino de los Artesanos a ser reconocido en el mundo entero.

 

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